miércoles, 30 de diciembre de 2009

Surfistas del asfalto

Ubicado en medio de la verde quietud de los descampados veraniegos del Parque O´higgins, este nuevo skate park ofrece gracias a la gestión de la Municipalidad un singular espectáculo y punto de encuentro. Al parecer, aquí la calurosa sequedad del asfalto hirviendo es un aliciente que despierta las ansias de subir al máximo la adrenalina. Se agudizan los sentidos y la emoción se desata en el brío de sudorosos cuerpos juveniles que se lanzan al vacío y a la aventura más grande. Los saltos en skate son, antes que nada, un encuentro cara a cara con la voluntad y el miedo que parece no importar cuando sólo está la textura rasposa de la tabla, la complicada pista de obstáculos y la caída que únicamente tiene dos resultados. Primero, la gloria de convertir a su ejecutante en el mejor acróbata, aterrizando indemne tras la pirueta desarrollada. Segundo, el fracaso absoluto cuando el skater termina de bruces en el suelo, con los codos rasmillados o el salto finaliza en un estrepitoso desparramo.
Este es el paisaje que podemos observar desde hace como un mes en las inmediaciones del pueblito. Esta nueva pista llena de obstáculos y concurrida diariamente por una insistente multitud -que pese al calor se instala aquí desde temprano-, es para los fanáticos de este deporte una nueva etapa en el rubro en lo que a Chile se refiere. Está considerada en foros de Internet como la pista más moderna y mejor equipada del país, enmarcándose dentro de los planes de modernización del parque, para lo que se tiene presupuestado invertir dos mil millones de pesos. Sólo el trabajo de este skate park costó 300 millones. La inauguración fue el 29 de noviembre pasado y se hizo con un súper torneo abierto a todo público. El vacío que se había apoderado de estas calurosas inmediaciones se llena hoy a toda hora con un autentico éxodo de chicos que con sus tablas parecen surfistas del asfalto, enemigos de la gravedad. La nueva cara del parque empieza a mostrar de a poco una sonrisa cautivante que nos hará subir la cabeza para ver como el skate alza su vuelo hacia el bicentenario y se sostiene indemne al tocar la tierra, conformando sinuosas piruetas de gloria.



martes, 29 de diciembre de 2009

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sobre Juguetes con uniforme. Nuevo libro de Juan Antonio Santis.


Por Mauricio Valenzuela

Juan Antonio Santis es, desde hace casi dos décadas, un escultor de nacionalismo. Sus dúctiles manos han esculpido soldaditos en miniatura moldeados luego en plomo y resina; efigies llenas de vida que recrean al valiente roto de la Guerra del Pacífico o reviven, con minucioso amor, a los héroes de nuestra América: Francisco Solano López, Candelaria Pérez, Arturo Prat, Diego Portales, O´higgins y Carrera, entre otros.
En cada una de estas piezas – comercializadas subterráneamente y casi sólo con un fin aventurero bajo el sello Dórica- encontramos, junto con una insistencia obcecada por algo que parece ya imposible –la admiración por el heroísmo de hombres ya olvidados-, un verdadero hito de continuidad en lo que a un antiguo oficio se refiere. Un oficio que en Chile tuvo a variados cultores, que como Santis quisieron, junto con legar la alegría en la creación de un juguete que pudiéramos llamar nuestro, perpetuar una identidad luchando contra lo masivo, lo triste de la producción en masa y sin vida de lo importado.
Santis por fin nos entrega un libro: “Juguetes con uniforme” que acaba de salir, dando nuevamente un golpe a la cátedra en cuanto a lo que el tema se refiere.
La preocupación de este modesto, pero a la vez prolífico investigador, se centra en los pequeños ídolos de la Historia. El juguete chileno que crea un imaginario nacionalista, donde subyace lo más hermoso de nuestro pueblo: el oficio, la niñez, la identidad, la tradición. El escultor Juan Antonio Santis hace mucho tiempo que deambula en una solitaria cruzada por los pasillos de una memoria que naufraga en ferias persas y casas de antigüedades. Su curiosidad no es sólo por una pieza de plomo, madera, plástico o cerámica. Su búsqueda es en verdad metafísica. Juan Antonio es un hombre que busca a Chile dentro de Chile. Los pedazos desteñidos de la patria son para él, como para pocos, materia de estudio y de museo. El Museo del Juguete Chileno ha sido un proyecto que ha ganado por años su desvelo y deambular por distintas oficinas públicas o frente a un cerro de autoridades que por lo que se ve aún no han tomado el peso de esta tremenda propuesta. Por lo menos si aún no tenemos este museo que tanto necesita el bicentenario, el nuevo libro nos da un primer atisbo, nos pone la piedra angular de un camino que se proyecta hacia un futuro esplendor en cuanto a nuestras tradiciones más lindas se refiere.

Las 71 páginas de este volumen bellamente diseñado a todo color, como un catálogo especializado nos introduce a un recorrido por nombres y objetos. En los juguetes de Ejército encontramos camioncitos blindados, tanques de lata de Envases Vásquez de la década del 40. Cañones de plomo fundido, jeep militares, tractores de artillería marca Pinocho, tambores de hojalata Neumann, cascos y soldaditos. En aviación encontramos preciosos avioncitos de lata litografiada, aeroplanos trimotor, biplanos e incluso piezas recortables. En los capítulos dedicados a bomberos, carabineros y marina no asomamos a lo bello del oficio y de las tradiciones cívicas del antiguo Chile.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Epopeya de las comidas y la Vega.

Lo brillante de la fruta; el olor fresco y a veces agrio de los vegetales apilados; la calle completamente iluminada por el brillo veraniego que se llena de los tonos singulares del adorno de pascua de medio pelo y la música chillona alusiva a las fiestas de fin de año. Este fondeadero de naufragios, en que reside una pletórica fauna popular, entre el color destartalado de los camiones de fruta y una multitudinaria y fervorosa ansia por la compra barata. Así, en pocas palabras, se percibe la Vega Central, hacia el sector de la populosa Nueva Rengifo con Antonia López de Bello. Dentro de este ajetreo, eso sí, hallamos un descanso maravilloso. Un espacio donde los apetitos de la ciudad pueden ser saciados por un instante de bella complacencia. Se trata de los comederos de la Vega. Espacio frecuentado diariamente por estudiantes, familias, borrachos desechos, elegantes caballeros sacados de una vieja película, delincuentes, bohemios escritores en busca de una pintoresca inspiración sobre nuestros barrios populares, poetas, en fin. Encuentro en mi camino el puesto de la Tía Gladis, que con tono amoroso me ve llegar saludando entre su grupo de amigas –una de las me pregunta si el beso puede ser en la boca- y que a eso de las tres están sentadas almorzando y atendiendo las numerosas mesas que ofrece este rincón. “Aquí tiene ¡La buena casuela! ¡La buena ensalada! ¡El buen pescado frito con arroz! y, sobre todo: ¡El bueeennn copete!”, dice la tía con tono poético, mientras me muestra los otros locales: “A onde Joel”, “Donde Marito” (en que son especialistas en comida sureña y atiende la guapa Raquel), “Millaray”, “Buenavista”, “Carmecita”, y un sinnúmero de otros puestecitos, adornados con un estilo bien criollo e intimo, como si se tratara a veces de la casa de uno. Esta variopinta opción de la ciudad ofrece una grata hora de almuerzo sino se tiene mucha plata. Se puede comer por aquí ya con mil pesos un plato abundante de porotos con longaniza o un precioso pescado frito con arroz o una tortilla de zanahoria con el fondo doradito, papitas con mayo, ensalada a la chilena, una divina casuela, un platote de lentejas, un sándwich de pernil rematado con un vino tinto para la sed, cerveza, bebida, etc. Esto recuerda mucho el ansia comilona del poeta Pablo de Rokha y su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile: “Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo”.