miércoles, 5 de enero de 2011

El Museo desmemoriado


Si supiéramos de qué enrarecida atmósfera, de qué objetos tristes está hecha la memoria de un país olvidadizo, sería tan fácil colocar un museo. Pero la nada, en todas sus formas y su cotidianidad, como las manchas en un espejo roto, nos asalta siempre ocupando todo: paisajes, rostros, vivencias y opiniones, formas que viven y mueren en la sequedad de un espacio más vacío que aquello que llamamos memoria. En vez de una certeza del pasado tenemos la ignorancia, la moda que al ritmo de bicentenarios y raitings hace series y productos aberrantes con nuestra querida historia de Chile que sufre la misma malformación que los cuentos clásicos sufrieron con las películas de Disney. Manuel Rodríguez es un Benja Vicuña, Martín Rivas un neurótico y Adiós al séptimo de línea fue verdad. Se dice lo que se quiere y además se omite deacuerdo a criterios editoriales. Hace pocos días leí una carta del Académico Pedro Godoy enviada a la dirección del Museo de la Memoria en que recalca la omisión que hacen las instalaciones ubicadas frente a Quinta Normal de otros periodos de nuestra historia que no sean la dictadura de Pinochet. Aparece la referencia a hechos como la masacre del seguro obrero –de la que Chilevisión acaba de transmitir una versión que es un insulto a cualquier memoria histórica-, o la guerra civil de 1891. Pero podemos enumerar más: la matanza de Lo Caña, Santa María de Iquique, Ranquil en que mueren 400 campesinos que luchaban por sus tierras en el Sur, los atropellos de la dictadura ibañista, las persecuciones de la ley maldita, los veteranos del 79 muriendo de hambre, la masacre de Puerto Montt en 1969 y un montón de etc. Nos basta leer libros como “Lo que supo un auditor de Guerra” de Leonidas Bravo, “Inquisición en Chile” de Touwnsend y Onel de 1932 o “Masacres en Chile” de Patricio Mans para saber que la tortura, la violencia, el soplonaje y la conspiración fueron métodos comunes y sistemáticos en pasados gobiernos también. Entonces ¿Hay que tener un espacio tan gran grande para un solo hito? ¿Por qué la otra parte tiene que reducirse a muestras itinerantes? La respuesta de la dirección del museo a Pedro Godoy fue: “Hay muchos hechos de violaciones a los DDHH en la historia de Chile, todos ellos por cierto repudiables. Sin embargo, la Fundación Museo de la Memoria, a través de su Directorio, ha definido como línea editorial de esta institución que los hechos que se exhiban en la muestra permanente contemplen sólo el período que va entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990. Lo anterior ha sido así considerando, por un lado, porque ninguno de los hitos históricos anteriores corresponden a una violación sistemática, por 17 años, de parte del Estado”.
Pienso aunque suene pesimista y algo exagerado, que nuestra historia en total es una violación sistemática a los DDHH. De todos modos el tremendo hito de un pasado fundamental y reciente no debe olvidarse y en esta línea el Museo consigue emocionar, mostrando un punto de vista íntimo, repleto de documentos, cartas, fotografías, emotivas arpilleras hechas por las madres de los que no aparecieron. Personajes entrañables como el querido José Tohá aparecen en pantallas permanentes. El espacio de tres pisos, desolado de alguna manera, luminoso, lleno de grandes extensiones de nada la mayoría del tiempo, quizás busca interpelar a esa memoria en que la historia se pierde en bastos espacios de silencio abrumador. Será este uno de los museos más grandes del país, pero la distribución de todo lo que tiene cabría perfectamente en un solo piso. Los dos que sobran podrían ser un homenaje a otras memorias. Por qué un Víctor Jara, figura central aquí no puede estar junto Antonio Ramón Ramón, obrero anarquista que vengó a su hermano asesinado en Santa María de Iquique. Quién se acuerda ahora de José Domingo Gómez Rojas que murió en un manicomio, asesinado prácticamente por agentes del Estado que destruyeron el local de la FECH en 1920.
El gran velatorio permanente que tiene este lugar en su centro y que es sin duda lo más impactante, creo que debería incluir, también, las caras de otros, para que la memoria que se exalta sea total. Recuerdo para terminar las palabras de Allende: “la memoria es nuestra y la hacen los pueblos”.

1 comentario:

  1. Me consta que muchos piensan exactamente igual al respecto, estimado, pero sólo algunos como tú tienen la sinceridad para admitirlo. La honestidad todavía sigue siendo algo condenable en Chile. Alguna vez me tomé el desafío de comenzar a enumerar todos los crímenes políticos de Chile desde los Lautarinos en adelante, con el título "Nadie es inocente" (creo que le queda de perilla), pero tuve que abortar misión por lo mismo que señalas: cualquiera que lo intente terminará escribiendo la propia historia chilena otra vez.

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