viernes, 16 de octubre de 2009

“…Matucana donde toman los guapos en damajuana!”


Hoy, en cierto modo hacia su trecho final, la vieja calle Matucana conserva aún la herencia de cielo despejado, zona triste e interés histórico del 1800. El galope de las carreras de huaso a la chilena, el incesante bullir de los trenes y las cenagosas calles que rodearon el sector, fueron históricamente el escenario de hechos interesantes. Aquí las tropas chilenas partieron en tren a embarcase hacia la Guerra del Pacífico, y regresaron perdedoras de la Guerra Civil de 1891. Además, entre otros hitos, este fue el hogar de los personajes de “El Roto” de Joaquín Edwards Bello, quien describe este barrio hacia 1920 como “un arrabal bravío que se despereza en las mañanas al son de los pitazos de las locomotoras, y en que la noche trae la remolienda que lo hace vibrar con toques de vihuela, zapateo de cueca y gritería destemplada”. Bello, al hablar de esta fauna dice que su satélite rey es el armatoste de hierro de la Estación Central y la medialuna brillante de su reloj en la cúspide del techo.
Actualmente, aunque un poco lejos del folcrorismo fundacional de las postrimerías del siglo pasado, Matucana conserva en cierto modo aquella esencia deslavada, que desde Alameda hacia el fondo entra con relojerías, bodegas y fábricas de repuestos, fuentes de soda o picadas universitarias como El Entrelatas, almacenes y bares sórdidos, antiguos cites y conventillos de adobe, cuyos patios se coronan con frondosos árboles que tapan el sol. Deteriorados ramajes que dan una agradable sombra a la chiquillería que aquí juega con los burdos tonos del plástico desperdigados en juguetes rotos por el suelo.
Y aunque persiste el olor a cazuela y grasa de autos, no todo en este recorrido tiene impronta novelesca; ya más adentro, cobra el atractivo de los centros culturales Matucana 100, Biblioteca de Santiago y los encantos que la Quinta Normal, antiguo predio creado en 1842 para la enseñanza agrícola, ofrece a los visitantes; el Museo de Historia Natural, el de Ciencia y Tecnología y el nuevo de Arte Contemporáneo. También está el invernadero que resiste estoico el olvido de las autoridades, esta joya de 1892 que luce con vidrios rotos entre la tranquila foresta que vio alguna vez el prefacio de un duelo a muerte entre los poetas Jorge Teillier y Enrique Lihn por líos de faldas. El entrevero, dice el mito, nunca se realizó, ya que ambos no pudieron encontrarse por lo grande del lugar. Otro que tiene historias aquí es Alejandro Jodorowski, cuyo padre puso su tienda de géneros “El Combate”, que en la entrada tenía la pintura de dos perros tironeando un calzón de mujer, hecho que probaba la resistencia de la tela en la prenda femenina. Hacia su transcurso final, la calle se extiende con un repetido fluir de funerarias como la del Cristo Redentor, que en su publicidad ostenta con orgullo la fotografía de los servicios mortuorios prestados al General Merino en el año 96. Casi al lado encontramos la Librería Tarot, que ofrece literatura a precios módicos y el servicio de lectura de cartas por 5 mil pesos. Sin duda este rincón es un desfile de sensaciones que decaen en una especie de despedida que muy bien describe la cueca “Adiós Santiago Querido”: ¡Adiós, calle San Pablo / con Matucana / donde toman los guapos / en damajuana!

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