Iluminadas calles o recónditos llanos de tierra movidos por le viento; el polvo escurriéndose, silenciosamente como un fantasma por las destartaladas rutas de la noche. Dimensiones perdidas dentro del mundo que rodea su maravillosa visión, como un descubrimiento inadvertido, como un oasis de cristal rodeado por la sombra.
Santiago goza de un mundo paralelo en su extensión llena de espectros.
Una vez el escritor Miguel Serrano me lo dijo cuando una tarde nos encontramos cerca del Parque Forestal:
-Ve esa casa de allá. Ahí vivió Violeta Parra y sus restos aún están enterrados ahí. ¡No! en realidad los tiene su hermano Nicanor”.
Extraña revelación hecha por el líder del nazismo esotérico, pero no la única. En otra oportunidad le oí comentar en una conferencia en el Observatorio de Lastarria que bajo la corteza rocosa del cerro San Cristóbal aún vivía el fundador de la ciudad, don Pedro de Valdivia.
Sin duda, el interior psíquico de nuestro entorno tiene la recalcitrante estampa de un pasado de sombra, en que no hay que olvidar que los muertos rondan, premunidos de leyenda, envueltos en el halo sutil, casi imperceptible pero verdadero de su despojo.
En una oportunidad recorría las quebradas calles del sur de Santiago a eso de las 4 de la mañana.
El sector de Cuevas, Santa Elena, Lira, Carmen, haciendo un itinerario de regreso a mi departamento desde la casa de una ex novia con la que me había juntado a tomar una cerveza muy tarde.
Al despedirme y empezar mi regreso, se abrió ante mi un paisaje singular, anacrónico, de sombras retorcidas que se estiraban con vida por el iluminado suelo de aquellos barrios.
Recordé un cuento de Lastarria donde el personaje evocaba la recurrente visión de un espíritu, que sobre un caballo se movía por un barrio peligroso.
En esa oportunidad yo no esperaba que un merodeador fantasmal saliera a mi encuentro, pero si sentí, con un poco de resquemor, la presencia de aquellos caserones viejos en los que sabía habrían vivido personajes como Omar Cáceres, Héctor Barreto o Pedro Sienna, de los que no ignoraba algunos vínculos con el otro mundo a través de su participación en grupos esotéricos tan comunes en los comienzos del siglo, por lo menos en Sienna y Cáceres.
Y en esa oportunidad fue como si todos ellos, los muertos, a medida que los trancos de mi caminar se apresuraban por ese museo deslavado de residencias recónditas del olvido, se aparecieran a mi espalda respirándome en la nuca, burlándose de este descubridor solitario, haciéndome cerrar los ojos con espanto.
Ahí estaban los fantasmas susurrándome en el oído las palabras de una vieja noche. Primero Omar Caceres en la calle Cuevas:
Pienso en la noche sin vacilar un ruido
y apoyo mis ojos en mi propio horizonte,
cuando agitadas las hojas de mi atmósfera
transcurren a través de todo sin romperse;
pero no escucho su sonrisa hecha para cicatrizar
la llaga de mi asombro
Ahí podía ver la pálida silueta del violinista fantasma; su expresión atormentada de poeta y su aún más terrible impronta de muerto.
Omar Cáceres murió ahogado en un canal y su cuerpo fue encontrado envuelto en harapos en la rivera del mismo. Su existencia fue como su muerte, un misterio que dejó algunos atisbos grandiosos en su único libro “La Defensa del Ídolo”.
Juntó a mi apareció su espíritu esa noche, premunido de su violín y de sus versos, entonando una rara canción que sólo se acalló cuando doblé hacia la calle Lira, acelerando el andar. Iba más tranquilo y seguro de no volver a sentir más murmullos, cuando de pronto me percaté de la extraña presencia de una figura de negro que cruzaba el paisaje. Era Manuel Rodríguez, aunque en realidad no.
Era Pedro Sienna, vestido con el uniforme de la calavera en el cuello quien cruzaba rumbo a su casa que quedaba muy cerca de ahí. Este actor muerto en 1972 y que tras de si dejara una extensa obra en cine y literatura, casi toda perdida actualmente. Los libros “Muecas Tras la Sombra” dedicado a su hermano Marcial Pérez Cordero, quien se suicidó por un amor no correspondido; “El Tinglado de la Farsa”, donde reunió entre otros su famoso poema “Esta vieja herida”; “La Caverna de los Murciélagos”, considerado un precedente dentro de la ciencia ficción criolla; “La Pintoresca Vida de Arturo Bhürle”, interesante testimonio sobre la vida de los actores de antaño en la bohemia de la noche santiaguina. Este libro alguna vez lo encontré entre viejos volúmenes y grande fue mi sorpresa al percatarme que la primera hoja venía firmada por el autor con dedicatoria para Ernesto Eslava, un escritor del sur que escribió una serie de cuentos tildados como de neo criollistas muy interesantes.
Ahí estaba el blanco fantasma de Sienna con su cara larga y sus ojos hundidos como ayer, en que de noche junto a Rafael Fronatura, cruzaba las desoladas calles de la ciudad. Dicho en sus propias palabras: “¿Cómo olvidarlo? En cuanto nos borrábamos el maquillaje de la cotidiana faena teatral, partíamos a cenar a ese añorado Centro Catalán, cuyos inmensos ventanales daban hacia la Plaza de Armas. Recalaban ahí primero todos los cómicos que actuaban en la capital y lo invadía luego una caterva bohemia, inclasificable por lo heterogenia”.
El encuentro con estos espectros me hicieron pensar en La Ciudad de los Césares cuyas fronteras están inmersas en la sutil barrera de la noche. Una esquina en que puede transgredirse lo real y atravesarse hacia el otro lado, allí donde terminan todas las calles del mundo, calles que muchos vivos han atravesado y en ese trance han muerto sólo para poder ser inmortales.
Y así llegó al último fantasma. Al dejar atrás la Avenida Matta, entrando por Porvenir, llegando a calle Serrano, siento una voz que me dice: “Ya sabes, las calles, la ciudades, algunas veces cantan…”. Era Barreto quien se aparecía señalándome el sitio de su muerte, donde hace muchos años una bala le perforó el estomago para dejarlo tendido en medio del frío pavimento. Esa noche Barreto volvió de su largo viaje y frente a mi entornó sus ojos que han visto la Grecia antigua, el Monte Olimpo. Jasón el Argonauta quien escribió el relato La Ciudad Enferma. Enfermar en su lenguaje enigmático significaba sanar. Y él lavó con su muerte las calles de la leyenda, forjando la propia, contra la muerte, contra la oscuridad.
Barreto entró así, como un héroe envuelto es sus poemas, a la Ciudad de los Césares.
Esa caminata fue una intensa experiencia pero puede resultar muy subjetiva para muchos y no es mi intención dar a creer lo que viví aquella noche.
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nomegusto paranada , pensamos que heran calaveritas , pero haora momos nosotros los que nos reimos de ustedes jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajjajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja
ResponderEliminarSantiago de Chile, ciudad misteriosa, con barrios donde hay espectros, casas con historias extrañas,
ResponderEliminarde asesinatos, suicidios, sesiones de espiritismo, locura y dolor, donde se debe caminar ya sea al atardecer o de madrugada
en la poesia chilena hay varios casos de poetas malditos y misteriosos: Gustavo Ossorio, Boris Calderon, Jaime Rayo, Omar Caceres, Carlos de Rokha, Rodrigo Verdugo, Antonio Silva y varios mas.
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