A 70 años de la fundación del grupo surrealista chileno Mandrágora, recordamos la historia de los jóvenes poetas que en 1938 años quisieron incendiar Santiago con sus versos reveladores conectados al inconciente y a la locura; fueron Teofilo Cid, Braulio Arenas y Enrique Gómez Correa.
“Planta nupcial que da la muerte al que se apodera de ella; fascinante hada de los suburbios; la que canta canciones de infancia a la puerta de los prostíbulos y al pie de las horcas: y que sin embargo, sabe apartar esa mediocre realidad que la rodea, para dar la vida, la poesía y el amor”. Este era su manifiesto: “No se trataba de una tabla de salvación literaria si no moral”, o mejor dicho, se trataba de “un fracaso” cuya escuela “quedó abandonada” por su creador -André Bretón-, adquiriendo luego una “forma académica” despreciable. Así lo aseveró Teofilo Cid alguna vez. Y por eso el surrealismo chileno fue un huérfano malogrado. Porque contrariamente a como buscaron sus artífices causara rechazo, generó increíble adhesión, pero con un modo propio que al final tuvo un epilogo trágico, y que aunque fructífero, concuerda bien con sus miembros: Teofilo Cid pernoctaba sus borracheras en una plaza. Antes pasaba las tardes en un localucho en la antigua galería Casa Colorada, en donde al almuerzo pedía el famoso plato “Pancho Villa”: porotos, un trozo de longaniza y huevo frito. Murió solo en un hospital público en 1964, como lo recuerda el premio Nacional Alfonso Calderón: “en medio de la luz débil e imprecisa del invierno”. Braulio Arenas se convirtió en un reaccionario pro dictadura, y Enrique Gómez Correa, tras doce años de estar en cama con inmovilidad de sus piernas, murió de cáncer en su vieja casa de Galvarino Gallardo en 1995.Pero esto fue muchos años después, en que pese a tener graves diferencias no murieron irreconciliables: eran los tres amigos que se conocieron en el Liceo Abate Molida de Talca por el año 30, y que llegados a Santiago, en 1938, fundaron al alero de las reuniones en la casa de Vicente Huidobro, el grupo literario La Mandrágora.Fue por la planta mítica y alucinógena de los legendarios alquimistas. Y eso eran. Intelectos fecundados en la primera camada de artistas chilenos de la clase media que surgieron al eco criollo de la trinchera bélica y cultural europea, y que quisieron abogar a los estados de expresión del subconsciente y a la libertad de una poesía sin limites racionales. Como dijo Braulio Arenas: “sembrar el terror en nuestra lengua”.Antes de tener 25 años deseaban cambiar al mundo inspirados en Paul Eluard y André Breton con quienes incluso mantenían correspondencia. Era el gobierno del León de Tarapacá, Arturo Alessandri. Era el tiempo de las matanzas -Ranquil y el Seguro Obrero-, en que una generación completa tomó forma en el escenario político y literario. Todos de distinto modo, y como dijo Fernando Alegría en su novela “Mañana los Guerreros”: “con la violencia que fueron aquellos días del 38”.En esa época, aunque los grupos eran muchos; el criollismo, el imaguinismo, el nacionalismo telúrico y el surrealismo, la respiración de la juventud fue una sola: el culmine llamado “1938”. Enrique Gómez Correa, Braulio Arenas y Teofilo Cid -originarios respectivamente de Talca, La Serena y Temuco-, “el 12 de julio de ese año espetaban al público del salón de honor de la Universidad de Chile con su rupturista declaración de principios”.Así lo recuerda Enrique Rosenblatt, quien un día de 1939 caminaba por Ahumada con Carlos de Rokha y se encontró con Arenas – el líder indiscutido del grupo- quien venía a paso lento en sentido contrario. “Así nos conocimos”, cuenta el psicólogo de 86 años, considerado el ultimo sobreviviente surrealista en nuestro país. “Ahí comencé a frecuentar al grupo Mandrágora que en esos tiempos significaba una verdadera ruptura de la moral reinante. Arenas era un poeta de tremenda cultura que adhirió al surrealismo por ir en contra de un estado de cosas centradas en el naturalismo tradicional imperante”, dice, agregando: “al final los del grupo se distanciaron aunque su amistad siguió. Con los años Teofilo murió solo y Braulio fue uno de los pocos poetas que apoyó la dictadura y se convirtió en un reaccionario de la peor calaña”.Tras su primer manifiesto, el grupo se cruzó de miembros tangenciales pero no menos importantes; estuvo Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, y entre otros, como verdadera revelación, Jorge Cáceres -“el delfín”-, quien murió muy joven y bajo el estigma singular de ser divino y maldito. “El más bello y el más orgulloso pájaro” fue bailarín del Ballet Nacional y un excelente creador de colages y fotomontajes. Alcanzó a publicar algunos libros: “René o la Mecánica Celeste”, “Pasada Libre” y Monumento a los Pájaros. Para el grupo, entre tanto, vinieron las exposiciones y las revistas, que como característica principal de acción, además de sus violentas diatribas surrealistas contra el discurso de la poesía tradicional y oficial, se editaron bajo el sello Mandrágora, el que alcanzó a estar en función junto con la vida del movimiento hasta entrados los años 50. Según el dramaturgo Luis Rivano, “fue después de la muerte de Jorge Cáceres en 1949 que comenzaron a disolverse, continuando ocasionalmente algunos publicando libros bajo el sello hasta los años 70”.La Mítica Mandrágora.Estuvo rodeada de un halo mítico del que sabe muy bien Eduardo Morel, quien lleva en sus manos un autentico rescate del tema, ya que en su librería dedicada a las primeras ediciones, la Mandrágora ocupa un punto central al hallarse allí en exhibición un material inédito de libros, cartas, dibujos y colages: “Todo lo de la mandrágora está cubierto por una impronta mitológica que toca mucho a las nuevas generaciones que buscan sus libros, un espíritu de vida que en aquel tiempo se ligaba entre los grupos como el de Braulio Arenas, Teofilo Cid, Gómez Correa, Jorge Cáceres, Eduardo Anguita y el de Miguel Serrano, que siempre estuvieron conectados y que confluyeron en una serie de cosas como la fundación de la Mandrágora, la edición de La Antología del Verdadero Cuento en Chile de Miguel Serrano y la matanza del Seguro Obrero”.La vida mandragórica transitaba entre la bohemia de esos años, en los cafés de calle Bandera, en el Zeppelín o en Il Bosco, donde Wally Gómez –esposa de Gómez Correa-, recuerda se juntaban a hablar sobre literatura hasta altas horas. Relata que le sorprendía “cómo las ansias por escribir” llegaban ser de tan extenuante concentración. “Enrique estaba semanas encerrado en su estudio escribiendo poemas”.Por su parte, el poeta Fernando Onfray (90), quien conoció al grupo cuando estudiaba derecho en la Universidad de Chile en 1938 y fue testigo de su primera declaración de principios, afirma que el surrealismo terminó porque la gente no adhería después a la escritura del subconsciente. “Los poetas querían claridad en la poesía. Por eso muchos que adhirieron a la escritura automática no fueron comprendidos y por eso terminaron volviendo a la poesía común y corriente”.RevistaLa mandrágora inauguró su actuar con una revista que alcanzó a tener 7 números y que tuvo blancos claves como Neruda, a quien en 1940 Braulio Arenas le arrebató un discurso que daba en la Universidad de Chile. Fue como un acto poético, y según Onfray, “como un modo de atacar el discurso oficial. “El grupo es un capitulo importante en la historia de la poesía chilena. Tomaron el camino surrealismo con una salvaje responsabilidad. Su poesía fue para impulsar a la juventud a luchar por la libertad. Para algunos no fue surrealismo si no parasurrealismo, ya que este propiamente tal perseguía principios, la escritura automática y el amor libre, o sea, una profunda liberación sexual y el contacto con el inconsciente a través del sueño y de la locura. Esto no se siguió en todos los casos. De todos modos, eran una fuerte oposición. Su revista atacó a un montón de gente como a Neruda. Fue con un carácter combativo”, señala.
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