jueves, 5 de febrero de 2009

Escáner a las salas triple X de Santiago

Esta crónica fue publicada en el diario La Nación Domingo en marzo de 2008. Pienso que es útil echarle un vistazo ya que siempre se necesita una guía para pasar los días haciendo algo, en una ciudad tan rara como esta. Aquí les dejo este itinerario.

Las suites gay de los cines porno capitalinos

Un pequeño itinerario de los cines triple sólo para adultos de la capital no está de sobra en estos días de descanso, pero es aconsejable seguir recomendaciones precisas antes de iniciar un sórdido descenso al submundo enclavado en las galerías del centro de Santiago.


Cine Capri: Penetraciones en vivo

En una de las filas dos tipos se bajan los pantalones sin pudor y, ayudados por saliva, el más alto penetra al otro, mientras, y a vista de todos, gimen asistidos en caricias por un tercero. Este último es un vejete canoso que respira fuerte junto a la pareja y que, al cabo de un minuto, después de lograr el orgasmo masturbatorio, se va literalmente del lugar hacia los baños. Ahí, un hombre moreno le enseña el pene a un tipo gordo, mientras otros se masturban a un costado de la puerta de ingreso.
Fiel representante de una añoranza corrompida por la oleada de cadenas comerciales, el Capri es otra víctima de lo peor que le puede ocurrir a lo que antaño fue una buena sala familiar, en que incluso hasta hace poco podían leerse en cartelera producciones de Bigas Luna o algún añejo estreno hollywoodense. Hoy sólo destacan los títulos como "Garganta profunda" o algún otro nombre que naufraga en importancia junto a la foto de una Tania Russof, penetrada por una musculosa y anónima verga bronceada que la coge desde la parte de abajo del afiche.

La sala cumple todas las exigencias de un cine Hoyts, e incluso es mejor debido a su gran tamaño y comodidad. El estreno de estos días trata sobre una extraña cofradía demoníaca "Fausto y el poder del sexo" en que todos tiran y poncean como animales, mezclándose ángeles y demonios en una interminable orgía de cuerpos pintados que desemboca en que Lucifer, un musculoso latino muy bien dotado, se obsesiona por capturar a una bella chica que finalmente es penetrada analmente en extraños aposentos infernales.

Abunda la silicona y Tania Russof hace de las suyas con su acostumbrado profesionalismo, aunque al parecer esto no importa, ya que esta otrora sala de lujo también es orilla para el naufragio de los trashumantes de la ciudad, entre los que no hay mujeres, ni siquiera una casquivana en busca de clientes.
Las butacas aún resisten aunque, además de ser escenario para las conquistas homosexuales de los encorbatados oficinistas a la hora de colación, son la suite del gustoso sexo oral entre gigolós casuales y amantes furtivos, que en medio del gemido de la película deciden hacer un homenaje al placer porno. A su alrededor varios los observan excitarse, recortados contra las un poco borrosas siluetas del latino Satanás, eyaculando en la boca de la extasiada y hermosa modelo, que desfallece enseñando su lengua repleta de semen a la cámara. Todos "acaban".

Infraestructura: Regular para un cine tercermundista.

Baños: Saturados por clientes gay que practican el onanismo colectivo.

Privacidad: Buena, el acoso no interrumpe la trama de la película.

Filmes: Buena calidad de imagen, pantalla grande y guiones poco más elaborados que los de la competencia.


Cine Apolo: Sólo para valientes

Mientras una veinteañera atractiva de senos mórbidos se orina sobre las engrasadas piernas de un musculoso actor, da sobreactuados estertores de placer que no dejan fuera el sobajeo vaginal que desagua finalmente en líquido viscoso sobre la puntiaguda verga del machote que la toma en brazos. Ese es el mundo de porn fantasía, pero en el the real word, flácidos galanes oficinistas, algo seniles, caminan a paso lento por la penumbra, buscando chicos de camiseta apretada entre las butacas sucias del cine Apolo.
Es que aquí hay de todo para el mercado del placer. y si bien los dueños de este cine no emplean recursos para reparaciones internas de butacas o alfombrado, contrariamente no escatiman en la implementación de pequeños cuartos anexos al salón principal, que por cierto es sólo el vestigio de un otrora "todo espectador". Hoy sólo un espacioso agujero negro, donde el porno ocurre a un lado y al otro de la pantalla.
Los contrastes no están fuera; mientras las películas son netamente heterosexuales, el público es casi ciento por ciento gay. Una variada cantidad de jugueteos en el hervidero oscuro de los bordes del lugar desemboca finalmente en la "salita privada" junto al baño, en que movidos por la calentura del "anonimato" entran cincuentones junto a otros decrépitos encorbatados para la práctica de sexo oral.
Los falos brillan repletos de saliva y los jadeos se sienten en el trecho al baño, que se deja acompañar con el leve sonido de una canción que suena desde una radio en un lugar incierto. La vigilancia en estas puertas es permanente. Cada salida a la sala y al baño está resguardada por una implacable presencia homosexual, que observa hasta los mínimos movimientos de un posible amante fortuito. Varios concretan sus encuentros, entran a la salita o suben la escalera que va hacia atrás de la pantalla, donde un largo cubículo se abre para los curiosos de aventura y placer. Por eso acá nadie permanece en su asiento si no en la búsqueda, ya que al Apolo no se va a ver películas, sino a ser protagonista de una.

Infraestructura: No está en buen estado.

Baños: No alcanzan un grado aceptable de limpieza.

Privacidad: Escasa, cada 10 minutos el espectador sufre insinuaciones.

Filmes: Los más hardcore del centro.


Cine Roxy: Dueños de la nostalgia

En el cine Roxy, el recuerdo de la vieja matiné está pegado a los muros, y es que de la sala que fue antaño con programación familiar, algo queda: hileras de sebosas butacas de cuerina, bellos enchapados ornamentales en madera y pilares tipo griego que sostienen la "elegante" estructura situada en el subterráneo del Portal Edwards, entre cafés con piernas y ortopedias. En el lugar trabajan tres personas y los DVD se proyectan solos. Según el encargado, el jefe les tiene prohibido hablar. En todo caso, la sala habla o, mejor dicho, gime sola dentro de su completa oscuridad.
Hay un minuto de incertidumbre cuando se entra a la zona negra tras la cortina. La definición de los pasillos contrasta de a poco con la única luz: un tipo pene de 30 centímetros aproximadamente penetra analmente a una rubia, Shyla Styles, mientras ella murmura: "Te gusta mi culo, nene; cógelo y fóllame" (traducción española). Entonces, en una atmósfera de ensoñación deslavada, el "jovencito" arremete con un fuerte ¡Mother fucker! que finalmente deja a la rubia moribunda de placer. En la oscuridad de la sala se ven algunas cabezas calvas y canosas, el brillo de gruesos anteojos y miradas esquivas; hombres obesos, jubilados, heladeros, estudiantes y ninguna mujer más que la vendedora de entradas. Cuando el galán de la película "acaba", algunos se van con él. Esto se adivina, ya que después de la desmedida eyaculación que gotea en el rostro de la chica se escuchan murmullos retozantes o pequeñas toses y remezones en el público. Luego el silencio continúa. En uno de los pilares hay un tipo de pie muy similar al Doctor Mortis de TVN, Carlos Pinto. Se masturba y muestra su pene soslayadamente desde uno de los palcos. Detrás de la insignificante luz de un cigarrillo junto a él, alguien lo observa y menea un brazo. "Pinto" eyacula sobre el pilar y una pequeña mancha de semen queda brillando entre la penumbra.

Infraestructura: Decente. Tiene el antiguo toque de las salas del año sesenta. Bastante cómoda.

Baños: Limpios. Excepto algún chico masturbándose frente a un urinario, no hay nada fuera de lo común.

Privacidad: Excelente. Incluso hay palcos alejados de las butacas centrales.

Filmes: Un poco antiguos. Estética ochentera deslavada y carente de trama intrincada.


Hard Cinema: Gárgaras con semen

Las eyaculaciones se convierten en una jerarquía apremiante tratándose de los superdotados galanes del porno. Su resistencia al penetrar los ávidos interiores carnosos de Laura Angel o Barbara Golden son un punto fuerte del cine estilo americano, que se puede ver en el Hard Cinema, ubicado para variar en una galería, en San Antonio con Huérfanos. Este lugar no se queda atrás a la hora de la selección hot de material, y aunque las películas elegidas mayormente de la marca Private no dejan que desear en cuanto al atractivo voluptuoso y osadamente calentón de las actrices, la sala es extremadamente poco acogedora. Algunas butacas se caen solas y la atmósfera se corta con cuchillo. Se trata de otro cine chico y antiguamente normal que sucumbió ante la llegada de las multinacionales salas de Hoyts. El encargado, un anciano que dice que se jubiló en ese trabajo, es el boletero, proyector, acomodador y barrendero. La pequeña entrada del lugar está decorada con afiches como "Ángeles anales", "Latinas jugosas" o "Enfermeras del placer". Después hay una salita iluminada con luz ultravioleta y una vitrina de exhibición con títulos en VHS de los "estrenos" proyectados adentro. El público es como de gimnasio de medio pelo. Entre las butacas se ve la calva de un pelado musculoso en camiseta deportiva que cada dos minutos se para al baño o se pasea de un asiento a otro, junto a algún chico que se inmoviliza al ser confrontado por el solitario personaje que a veces le acaricia una mano o simplemente se sienta a su lado y le murmura al oído alguna sugerencia maldadosa. También hay algunos jovencitos gays que entran y salen repetidas veces del lugar. Mientras la actriz hace gárgaras con semen, el reducido público se apega al clímax posteyaculatorio de relajo del fin de la película. Algunos roncan y otros van al baño. Es la hora en que las caras se revelan ante la luz tenue del intermedio, que deja en evidencia los esquivos rostros cubiertos por jockeys con que los espectadores tratan de pasar inadvertidos en medio del elenco porno del filme del que también fueron protagonistas.

Infraestructura: Muy pequeña y las butacas se están cayendo solas. La pantalla es relativamente aceptable para entregar una buena imagen aunque los DVD se ven un poco difusos.

Baños: Limpios, aunque excesivamente rayados con toda clase de mensajes sucios.

Privacidad: Poca, debido al escueto tamaño de la sala.

Filmes: Los mejores de Santiago, ya que al parecer el establecimiento tiene relación con una distribuidora que importa películas de afuera. Todo americano. LND

3 comentarios:

  1. me gusta el porno quiero que me penetren

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  2. siempre sea dado esto en los cines de adultos lo mas que molesta son los viejos murientos vagos y volados que llegan a dichos cines yo e ido nunca eme dejado llevar por el momento si e visto mucho y bueno son el 3 sexo los entiendo y dejenlos tranquilos es un lugar donde uno paga y sabe a lo que va no esactamente a ver peliculas sino peliculas verdaderas me igual.

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  3. lo peor es que van puros vejetez ediondos que apenas caminan

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