lunes, 23 de febrero de 2009
sábado, 21 de febrero de 2009
El doctor Humberto Vera y su curioso libro.
La única noticia que tenemos del doctor Humberto Vera es su interesante libro "Juventud y Bohemia, memorial de una generación estudiantil", editado por una perdida imprenta de Valparaíso, en 1947. Supuestamente este galeno
-que de ningún modo es una pluma brillante- publicó otras dos obras: "De ayer y de hoy, Humoradas literarias" en 1927, y "Crónica del Hospital San Juan de Dios de Valparaíso" en 1938. Ambas absolutamente inencontrables hoy. Es, sin embargo esta rareza literaria a la que nos referimos aquí, centralmente un referente más que importante para académicos e investigadores. Estos recuerdos, que según Vera siempre resultan del ávido interés de quien alguna vez se apoyó en los bancos de la universidad, transitan entre 1909 y 1917, dando inicio con el joven autor bajando del tren que lo trae a la capital desde Valparaíso, para posteriormente abordar un carro que lo lleva de la Estación Central hasta la cercanía de la iglesia La Estampa en Independencia.
"Con su exiguo equipaje a cuestas, el joven tomó por la calle Los Olivos en busca de la familia que le daría hospedaje en la capital", escribe, fechando su arribo a Santiago exactamente el 25 de marzo de 1909, a una casa de la zona, cerca del viejo manicomio, sitio de destartaladas callejuelas de tierra que amontonadas en el sector del otro lado de río, eran abundantes en pensiones donde el estudio se mezclaba con intensas jaranas que muchas veces terminaban en la comisaría.
Fuera de los recuerdos normales de un medico en esos años de comienzos del siglo XX -en que el precario estado del equipamiento médico era un peligro para los estudiantes que podían adquirir cualquier infección al manipular para ejercicio cadáveres en mal estado- el libro relata, casi como único testimonio encontrable sobre el tema, los inicios de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile, pasando por pasajes curiosos y anécdotas propias del estudiantado de esos años:
"La Escuela de Medicina había enviado en 1905 una falange de los cursos superiores al mando de un grupo de médicos recién egresados, a combatir la terrible epidemia de viruelas en Valparaíso.
Durante varios meses, médicos y estudiantes practicaron una vacunación intensiva de la población y cuidaron a los numerosísimos enfermos que a diario caían víctimas del tremendo azote. Lograron dominar la epidemia y regresaron a Santiago.
La Facultad de Medicina sostuvo rendir un solemne homenaje a esos jóvenes que en medio de sacrificios de todo género habían expuesto desinteresada y heroicamente sus vidas. Se acordó al efecto, otorgar a los estudiantes medallas de plata, y de oro a los médicos, y cuya entrega se haría en una velada a celebrarse en el Teatro Municipal.
Ocurría esto a mediados de 1906.
Llegado el momento de realizar la velada, los agradecidos solicitaron entradas para sus familias. Se les solicito que estas podían ir a las localidades altas, debido a que las butacas de palcos y plateas estaban reservadas para los invitados oficiales y para los caballeros y damas de la sociedad.
Empieza la velada. Oídos algunos discursos, llega el momento de hacer entrega de las medallas. Se llama a uno de los agraciados; este no acude. Se llama a otro; tampoco. Y así sucesivamente. A cada llamado se produce una silbatina infernal que parte de la galería, Monte Sacro a donde se ha retirado el pueblo estudiantil y ante el cual ningún Menenio Agripa enviado a parlamentar sale airoso".
En esos días, el director de la Escuela de Medicina era el doctor Orrego Luco, autor de la celebre crónica "Recuerdos de la Escuela", quien renunció a su cargo, ya que la protesta de los estudiantes por el desaire sufrido en el teatro tomó enormes proporciones a las que adhirió además Leyes, Ingeniería y Agronomía.
Era una tibia tarde de invierno cuando se formaba la FECH, cuyos primeros presidentes fueron José Ducci Kallens, Oscar Fontecilla y Ernesto Prado Tagle. La decisión de orientar una organización a la lucha de sus fueros de opinión juveniles fue coronada con un hermoso desfile en la puerta central de la universidad, que siguió por Alameda. El mismo rector proporcionó al poco tiempo un local que estaba en el mismo recinto estudiantil y al que se entraba por la calle San Diego y que contaba con sala de conferencias, de lectura, billar y cantina. Este Club de Estudiantes fue inaugurado con una gran fiesta apadrinada por los artistas españoles Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero quienes regalaron al estudiantado entradas a anfiteatro para toda la temporada del Municipal. Además en sus primeros tiempos el organismo fundó una revista llamada “Juventud” dirigida por el estudiante de Coquimbo Arturo Peralta que murió prematuramente. Este pasquín que tuvo muchas felicitaciones de los catedráticos, vio desfilar importantes a escritores como Víctor Domingo Silva, Juan Francisco González, Mariano Latorre y Armando Donoso, publicando también autores extranjeros como Kipling, Nietsche y Rodó.
-que de ningún modo es una pluma brillante- publicó otras dos obras: "De ayer y de hoy, Humoradas literarias" en 1927, y "Crónica del Hospital San Juan de Dios de Valparaíso" en 1938. Ambas absolutamente inencontrables hoy. Es, sin embargo esta rareza literaria a la que nos referimos aquí, centralmente un referente más que importante para académicos e investigadores. Estos recuerdos, que según Vera siempre resultan del ávido interés de quien alguna vez se apoyó en los bancos de la universidad, transitan entre 1909 y 1917, dando inicio con el joven autor bajando del tren que lo trae a la capital desde Valparaíso, para posteriormente abordar un carro que lo lleva de la Estación Central hasta la cercanía de la iglesia La Estampa en Independencia.
"Con su exiguo equipaje a cuestas, el joven tomó por la calle Los Olivos en busca de la familia que le daría hospedaje en la capital", escribe, fechando su arribo a Santiago exactamente el 25 de marzo de 1909, a una casa de la zona, cerca del viejo manicomio, sitio de destartaladas callejuelas de tierra que amontonadas en el sector del otro lado de río, eran abundantes en pensiones donde el estudio se mezclaba con intensas jaranas que muchas veces terminaban en la comisaría.
Fuera de los recuerdos normales de un medico en esos años de comienzos del siglo XX -en que el precario estado del equipamiento médico era un peligro para los estudiantes que podían adquirir cualquier infección al manipular para ejercicio cadáveres en mal estado- el libro relata, casi como único testimonio encontrable sobre el tema, los inicios de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile, pasando por pasajes curiosos y anécdotas propias del estudiantado de esos años:
"La Escuela de Medicina había enviado en 1905 una falange de los cursos superiores al mando de un grupo de médicos recién egresados, a combatir la terrible epidemia de viruelas en Valparaíso.
Durante varios meses, médicos y estudiantes practicaron una vacunación intensiva de la población y cuidaron a los numerosísimos enfermos que a diario caían víctimas del tremendo azote. Lograron dominar la epidemia y regresaron a Santiago.
La Facultad de Medicina sostuvo rendir un solemne homenaje a esos jóvenes que en medio de sacrificios de todo género habían expuesto desinteresada y heroicamente sus vidas. Se acordó al efecto, otorgar a los estudiantes medallas de plata, y de oro a los médicos, y cuya entrega se haría en una velada a celebrarse en el Teatro Municipal.
Ocurría esto a mediados de 1906.
Llegado el momento de realizar la velada, los agradecidos solicitaron entradas para sus familias. Se les solicito que estas podían ir a las localidades altas, debido a que las butacas de palcos y plateas estaban reservadas para los invitados oficiales y para los caballeros y damas de la sociedad.
Empieza la velada. Oídos algunos discursos, llega el momento de hacer entrega de las medallas. Se llama a uno de los agraciados; este no acude. Se llama a otro; tampoco. Y así sucesivamente. A cada llamado se produce una silbatina infernal que parte de la galería, Monte Sacro a donde se ha retirado el pueblo estudiantil y ante el cual ningún Menenio Agripa enviado a parlamentar sale airoso".
En esos días, el director de la Escuela de Medicina era el doctor Orrego Luco, autor de la celebre crónica "Recuerdos de la Escuela", quien renunció a su cargo, ya que la protesta de los estudiantes por el desaire sufrido en el teatro tomó enormes proporciones a las que adhirió además Leyes, Ingeniería y Agronomía.
Era una tibia tarde de invierno cuando se formaba la FECH, cuyos primeros presidentes fueron José Ducci Kallens, Oscar Fontecilla y Ernesto Prado Tagle. La decisión de orientar una organización a la lucha de sus fueros de opinión juveniles fue coronada con un hermoso desfile en la puerta central de la universidad, que siguió por Alameda. El mismo rector proporcionó al poco tiempo un local que estaba en el mismo recinto estudiantil y al que se entraba por la calle San Diego y que contaba con sala de conferencias, de lectura, billar y cantina. Este Club de Estudiantes fue inaugurado con una gran fiesta apadrinada por los artistas españoles Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero quienes regalaron al estudiantado entradas a anfiteatro para toda la temporada del Municipal. Además en sus primeros tiempos el organismo fundó una revista llamada “Juventud” dirigida por el estudiante de Coquimbo Arturo Peralta que murió prematuramente. Este pasquín que tuvo muchas felicitaciones de los catedráticos, vio desfilar importantes a escritores como Víctor Domingo Silva, Juan Francisco González, Mariano Latorre y Armando Donoso, publicando también autores extranjeros como Kipling, Nietsche y Rodó.
domingo, 15 de febrero de 2009
Caminando con fantasmas
Iluminadas calles o recónditos llanos de tierra movidos por le viento; el polvo escurriéndose, silenciosamente como un fantasma por las destartaladas rutas de la noche. Dimensiones perdidas dentro del mundo que rodea su maravillosa visión, como un descubrimiento inadvertido, como un oasis de cristal rodeado por la sombra.
Santiago goza de un mundo paralelo en su extensión llena de espectros.
Una vez el escritor Miguel Serrano me lo dijo cuando una tarde nos encontramos cerca del Parque Forestal:
-Ve esa casa de allá. Ahí vivió Violeta Parra y sus restos aún están enterrados ahí. ¡No! en realidad los tiene su hermano Nicanor”.
Extraña revelación hecha por el líder del nazismo esotérico, pero no la única. En otra oportunidad le oí comentar en una conferencia en el Observatorio de Lastarria que bajo la corteza rocosa del cerro San Cristóbal aún vivía el fundador de la ciudad, don Pedro de Valdivia.
Sin duda, el interior psíquico de nuestro entorno tiene la recalcitrante estampa de un pasado de sombra, en que no hay que olvidar que los muertos rondan, premunidos de leyenda, envueltos en el halo sutil, casi imperceptible pero verdadero de su despojo.
En una oportunidad recorría las quebradas calles del sur de Santiago a eso de las 4 de la mañana.
El sector de Cuevas, Santa Elena, Lira, Carmen, haciendo un itinerario de regreso a mi departamento desde la casa de una ex novia con la que me había juntado a tomar una cerveza muy tarde.
Al despedirme y empezar mi regreso, se abrió ante mi un paisaje singular, anacrónico, de sombras retorcidas que se estiraban con vida por el iluminado suelo de aquellos barrios.
Recordé un cuento de Lastarria donde el personaje evocaba la recurrente visión de un espíritu, que sobre un caballo se movía por un barrio peligroso.
En esa oportunidad yo no esperaba que un merodeador fantasmal saliera a mi encuentro, pero si sentí, con un poco de resquemor, la presencia de aquellos caserones viejos en los que sabía habrían vivido personajes como Omar Cáceres, Héctor Barreto o Pedro Sienna, de los que no ignoraba algunos vínculos con el otro mundo a través de su participación en grupos esotéricos tan comunes en los comienzos del siglo, por lo menos en Sienna y Cáceres.
Y en esa oportunidad fue como si todos ellos, los muertos, a medida que los trancos de mi caminar se apresuraban por ese museo deslavado de residencias recónditas del olvido, se aparecieran a mi espalda respirándome en la nuca, burlándose de este descubridor solitario, haciéndome cerrar los ojos con espanto.
Ahí estaban los fantasmas susurrándome en el oído las palabras de una vieja noche. Primero Omar Caceres en la calle Cuevas:
Pienso en la noche sin vacilar un ruido
y apoyo mis ojos en mi propio horizonte,
cuando agitadas las hojas de mi atmósfera
transcurren a través de todo sin romperse;
pero no escucho su sonrisa hecha para cicatrizar
la llaga de mi asombro
Ahí podía ver la pálida silueta del violinista fantasma; su expresión atormentada de poeta y su aún más terrible impronta de muerto.
Omar Cáceres murió ahogado en un canal y su cuerpo fue encontrado envuelto en harapos en la rivera del mismo. Su existencia fue como su muerte, un misterio que dejó algunos atisbos grandiosos en su único libro “La Defensa del Ídolo”.
Juntó a mi apareció su espíritu esa noche, premunido de su violín y de sus versos, entonando una rara canción que sólo se acalló cuando doblé hacia la calle Lira, acelerando el andar. Iba más tranquilo y seguro de no volver a sentir más murmullos, cuando de pronto me percaté de la extraña presencia de una figura de negro que cruzaba el paisaje. Era Manuel Rodríguez, aunque en realidad no.
Era Pedro Sienna, vestido con el uniforme de la calavera en el cuello quien cruzaba rumbo a su casa que quedaba muy cerca de ahí. Este actor muerto en 1972 y que tras de si dejara una extensa obra en cine y literatura, casi toda perdida actualmente. Los libros “Muecas Tras la Sombra” dedicado a su hermano Marcial Pérez Cordero, quien se suicidó por un amor no correspondido; “El Tinglado de la Farsa”, donde reunió entre otros su famoso poema “Esta vieja herida”; “La Caverna de los Murciélagos”, considerado un precedente dentro de la ciencia ficción criolla; “La Pintoresca Vida de Arturo Bhürle”, interesante testimonio sobre la vida de los actores de antaño en la bohemia de la noche santiaguina. Este libro alguna vez lo encontré entre viejos volúmenes y grande fue mi sorpresa al percatarme que la primera hoja venía firmada por el autor con dedicatoria para Ernesto Eslava, un escritor del sur que escribió una serie de cuentos tildados como de neo criollistas muy interesantes.
Ahí estaba el blanco fantasma de Sienna con su cara larga y sus ojos hundidos como ayer, en que de noche junto a Rafael Fronatura, cruzaba las desoladas calles de la ciudad. Dicho en sus propias palabras: “¿Cómo olvidarlo? En cuanto nos borrábamos el maquillaje de la cotidiana faena teatral, partíamos a cenar a ese añorado Centro Catalán, cuyos inmensos ventanales daban hacia la Plaza de Armas. Recalaban ahí primero todos los cómicos que actuaban en la capital y lo invadía luego una caterva bohemia, inclasificable por lo heterogenia”.
El encuentro con estos espectros me hicieron pensar en La Ciudad de los Césares cuyas fronteras están inmersas en la sutil barrera de la noche. Una esquina en que puede transgredirse lo real y atravesarse hacia el otro lado, allí donde terminan todas las calles del mundo, calles que muchos vivos han atravesado y en ese trance han muerto sólo para poder ser inmortales.
Y así llegó al último fantasma. Al dejar atrás la Avenida Matta, entrando por Porvenir, llegando a calle Serrano, siento una voz que me dice: “Ya sabes, las calles, la ciudades, algunas veces cantan…”. Era Barreto quien se aparecía señalándome el sitio de su muerte, donde hace muchos años una bala le perforó el estomago para dejarlo tendido en medio del frío pavimento. Esa noche Barreto volvió de su largo viaje y frente a mi entornó sus ojos que han visto la Grecia antigua, el Monte Olimpo. Jasón el Argonauta quien escribió el relato La Ciudad Enferma. Enfermar en su lenguaje enigmático significaba sanar. Y él lavó con su muerte las calles de la leyenda, forjando la propia, contra la muerte, contra la oscuridad.
Barreto entró así, como un héroe envuelto es sus poemas, a la Ciudad de los Césares.
Esa caminata fue una intensa experiencia pero puede resultar muy subjetiva para muchos y no es mi intención dar a creer lo que viví aquella noche.
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jueves, 12 de febrero de 2009
Recordando al querido Dr Mortis
La risa característica del siniestro Dr. Mortis no abandonó nunca, aunque ostentándose siempre en menor medida que la tétrica carcajada de la radio, a su creador e interprete, Juan Marino, quien, hasta que murió, a los 86 años el 12 de junio del 2007, siempre tuvo – según cuenta su hijo Mauricio Marino- el buen humor del multifacético padre que diera vida a tantos recordados radioteatros, así como programas de jazz, tango e historietas como Jungla, La Legión Blanca, El Jinete Fantasma y el mismo Dr. Mortis”, tanto en nuestro país como en Trelew, pueblo de la patagonia argentina en que vivió sus últimos días.
Otrora- desde 1945 hasta 1982- los parlantes temblorosos de las radios chilenas acompañaban el ritmo de una tétrica musiquilla, coronada por la voz de Marino relatando sus historias, terrorífica dinámica que, según dijo alguna vez, nació emulando lo que hacia Boris Karloff en la BBC, aunque con algo nuevo: mientras los del actor de Frankenstein eran netamente cuentos, en los guiones de Marino el personaje relator intercalaba a ratos su protagonismo en la historia, siendo él mismo partícipe, así como también muchas veces el causante de los males que confluían en su narración. Este personaje era el Siniestro Doctor Mortis, quien, según cuenta el numero uno de la historieta publicada por editorial Zig Zag en 1966, surge como una sombra antropomórfica con diversos rostros, y obedece a una representación del mal que data ya de épocas remotas como la edad media, la revolución francesa, pasando a la época moderna, llegando incluso después, en la última etapa de la publicación en los años 80, al espacio, tomando la historia tintes de ciencia ficción que fueron criticados por los fanáticos, diciendo que se perdía al Mortis original.
En el acontecer de casi 40 años de la historia transmitida entre otras por Radio Nacional, Yungai, del Pacífico y Portales, transitaron los zombies o no muertos, los robots, los laboratorios científicos, los vampiros, los dioses paganos, los intercambios de cerebros, el demonio, etc. Esto confluyó en tétricos paisajes alrededor del mundo, en África, en Estados Unidos y en Europa, poco en Chile, ya que su creador aducía que era mucho más atrayente un castillo europeo medieval que una casa de Providencia o Nuñoa. Esto daba lo mismo a los fanáticos, ya que Mortis fue uno de los productos más consumidos en la época del radioteatro, el que tuvo su símil además en este caso, en los comics, tres libros de relatos o cuentos escritos por Marino, y además, dos LP que salieron a la venta como un verdadero boom. “La imaginación de mi padre no tuvo límites”, relata su hijo, quien al otro lado de la línea telefónica se emociona al recordar sus últimos días:“mi papá tenía un cáncer al estomago desde el año 92 que iba muy lento, y en sus últimos momentos ya no quiso tratamientos, aunque pudieron haberlo operado. Su recaída final fue en abril del año pasado (2007) y después de eso nunca dejó los micrófonos. Estuvo haciendo sus programas incluso una semana antes de fallecer. No estuvo postrado y no murió por el cáncer si no que le dio taquicardia. Lo llevamos a la clínica y cayó en coma farmacológico de las 12 hasta las 8 de la mañana en que falleció. Estuvo lucido, bromeando en la ambulancia y ante el doctor, diciéndole: este es el último partido que me juego. Le molestaba estar tan lucido y tener cáncer”.
En el acontecer de casi 40 años de la historia transmitida entre otras por Radio Nacional, Yungai, del Pacífico y Portales, transitaron los zombies o no muertos, los robots, los laboratorios científicos, los vampiros, los dioses paganos, los intercambios de cerebros, el demonio, etc. Esto confluyó en tétricos paisajes alrededor del mundo, en África, en Estados Unidos y en Europa, poco en Chile, ya que su creador aducía que era mucho más atrayente un castillo europeo medieval que una casa de Providencia o Nuñoa. Esto daba lo mismo a los fanáticos, ya que Mortis fue uno de los productos más consumidos en la época del radioteatro, el que tuvo su símil además en este caso, en los comics, tres libros de relatos o cuentos escritos por Marino, y además, dos LP que salieron a la venta como un verdadero boom. “La imaginación de mi padre no tuvo límites”, relata su hijo, quien al otro lado de la línea telefónica se emociona al recordar sus últimos días:“mi papá tenía un cáncer al estomago desde el año 92 que iba muy lento, y en sus últimos momentos ya no quiso tratamientos, aunque pudieron haberlo operado. Su recaída final fue en abril del año pasado (2007) y después de eso nunca dejó los micrófonos. Estuvo haciendo sus programas incluso una semana antes de fallecer. No estuvo postrado y no murió por el cáncer si no que le dio taquicardia. Lo llevamos a la clínica y cayó en coma farmacológico de las 12 hasta las 8 de la mañana en que falleció. Estuvo lucido, bromeando en la ambulancia y ante el doctor, diciéndole: este es el último partido que me juego. Le molestaba estar tan lucido y tener cáncer”.
domingo, 8 de febrero de 2009
Las Banderas Olvidadas de Tito Mundt
Siempre es un placer volver, con la curiosidad propia de un descubridor sorprendido, a ciertas páginas como estas, que marcan y comparten los detalles hermosos de una profesión llena de mística como el periodismo.
En el caso de Tito Mundt, este oficio fue desarrollado con afán por más de treinta años y volcado,además por una hermosa casualidad necesaria, en una autentica "guía de época" que se tituló apropiadamente "Las Banderas Olvidadas".
Este libro, publicado por editorial Orbe en 1964, es, como su autor da a entender en el prólogo, la crónica franca de la época que vivió, y que más que observar como desatento testigo, miró con el oficio acucioso del reporter que en vez de hacer memoria hurgando entre apolillados libros, sólo se sentó con sus recuerdos, un pitillo entre los labios y una maquina de escribir, y volcó sus observaciones a la página con la pluma del escritor avezado y directo, escueto y pendiente. No es un testamento aburrido, si no un reportaje apasionante. Una pluma que raya cancha desde la caída del General Ibáñez, el 20 de julio de 1931, en que Mundt evoca la efervescencia universitaria de esos días en que él tenía 11 años y se paseaba por la ciudad en pantalón corto subido a los toldos de los viejos tranvías:
"El 20 los estudiantes se tomaron la Universidad. Los Dirigía el grupo "Avance", que se había fundado cuatro meses antes, y el líder más viable y el mejor orador era Julio Barrenechea Pino, un estudiante delgado como una navaja Gillette que hablaba como Dios.
Los estudiantes se armaron de algunas pistolas viejas y unas escasas carabinas parientes de la de Ambrosio, y colocaron una pizarra en la fachada que decía "Libertad".
Los carabineros comenzaron a hacer ejercicios de tiro mientras el Club La Unión, que siempre ha tenido un espíritu intensamente cristiano, les mandaba de comer a los estudiantes los mejores sándwich que se preparan en Santiago".
La calle ardía y los grupos universitarios de la Chile y la Católica se encontraban en un simbólico abrazo entre el "Pope" Leighton y Barrenechea.
Mientras tanto, Marcos Chamudes decía que ya era momento de que los estudiantes no se quedaran burguesmente en la universidad, si no que salieran a las calles a hacer frente a carabineros. Así empezó la lista de caídos, entre el grito ¡Muera Ibáñez!
Cayó Pinto Riesco y Alberto Zañartu, profesor de Historia del Liceo Aplicación, quien la misma tarde en que renuncia Ibáñez su féretro acompañado por sus alumnos es conducido al cementerio General. "Había ganado su batalla después de muerto".
Los estudiantes se armaron de algunas pistolas viejas y unas escasas carabinas parientes de la de Ambrosio, y colocaron una pizarra en la fachada que decía "Libertad".
Los carabineros comenzaron a hacer ejercicios de tiro mientras el Club La Unión, que siempre ha tenido un espíritu intensamente cristiano, les mandaba de comer a los estudiantes los mejores sándwich que se preparan en Santiago".
La calle ardía y los grupos universitarios de la Chile y la Católica se encontraban en un simbólico abrazo entre el "Pope" Leighton y Barrenechea.
Mientras tanto, Marcos Chamudes decía que ya era momento de que los estudiantes no se quedaran burguesmente en la universidad, si no que salieran a las calles a hacer frente a carabineros. Así empezó la lista de caídos, entre el grito ¡Muera Ibáñez!
Cayó Pinto Riesco y Alberto Zañartu, profesor de Historia del Liceo Aplicación, quien la misma tarde en que renuncia Ibáñez su féretro acompañado por sus alumnos es conducido al cementerio General. "Había ganado su batalla después de muerto".
Las banderas Olvidadas es una excepcional delicia literaria, plagada de personajes de la vida criolla, entre cultural y siempre política; anecdótica sazón de ideas y muestrario interminable de situaciones que se abre camino entre personajes como el crítico Ricardo Latcham, Jorge Delano de Topaze, el periodista Julio Cordero y su celebre sección policial en el Diario Ilustrado, Don Juan Esteban Montero y su republica socialista, Arturo Alessandri y su segunda campaña, los socialistas Oscar Schnake, Héctor Barreto, Juan Bautista Rosseti, los nacistas y su jefe Jorge González –cuyo funeral es descrito bellamente entre estas páginas- , las milicias republicanas, Pedro Aguirre Cerda. Todos recordados en una mezcla minuciosa aunque un tanto rápida, que encuentra cabida en deliciosos capítulos de anécdotas incontables en la bohemia santiaguina ":
"Antes que nada el Café Santos (en los bajos del cine Central) donde había una mesa nacista, una mesa falangista, una mesa liberal y una mesa socialista. Se discutía a la hora del té a gritos.
El lugar de reunión obligado era la fuente de soda "Iris", que se hizo famosa porque todas las noches, a la una, llegaban puntualmente Rosetti, Juan Luís Mery, los jefes de la izquierda, el guatón Valenzuela, redactor político del diario, y los poetas populares de la época.
En la Confitería "Torres" se reunía la gente más o menos derechista. En el café "Volga" donde mataron a Barreto, se reunían los socialistas y en el "Jockey" (primera cuadra de Ahumada) la pijería de la Universidad Católica que jugaba cacho después de comer los celebres pequenes que se vendían en la Alameda en un rincón al llegar a Teatinos".
Sin duda un capitulo que cruza la publicación como un eje simbólico fuerte por la importancia de transformación para la política chilena, es la Masacre del Seguro Obrero, que a lo largo Las Banderas Olvidadas adquiere un cuerpo recurrente en testimonios y fotografías.
Ese feroz 5 de septiembre cala muy hondo en Mundt quien militó en el Movimiento Nacional Socialista de Chile, dándole mucha importancia a este grupo en sus páginas,recordando entre otros hechos las luchas en la calle Condell de Valparaíso, donde varios nazistas murieron o fueron heridos al ser atacados con puñales por los comunistas que cortaron el cuero de sus nalgas para dejarlo macabramente colgado a la vista publica. El autor recuerda que en esa ocasión las víctimas fueron atendidas por el doctor Salvador Allende a quién ayudaría muchos años después en la campaña del 58.
Violencia y política se encuentran en este compendio precioso de nuestra vida política cuya portada vio dos ediciones, la primera en color rojo, la segunda en azul, ambas con la fotografía de su autor junto a Arturo Alessandri y su perro Ulk.
"Antes que nada el Café Santos (en los bajos del cine Central) donde había una mesa nacista, una mesa falangista, una mesa liberal y una mesa socialista. Se discutía a la hora del té a gritos.
El lugar de reunión obligado era la fuente de soda "Iris", que se hizo famosa porque todas las noches, a la una, llegaban puntualmente Rosetti, Juan Luís Mery, los jefes de la izquierda, el guatón Valenzuela, redactor político del diario, y los poetas populares de la época.
En la Confitería "Torres" se reunía la gente más o menos derechista. En el café "Volga" donde mataron a Barreto, se reunían los socialistas y en el "Jockey" (primera cuadra de Ahumada) la pijería de la Universidad Católica que jugaba cacho después de comer los celebres pequenes que se vendían en la Alameda en un rincón al llegar a Teatinos".
Sin duda un capitulo que cruza la publicación como un eje simbólico fuerte por la importancia de transformación para la política chilena, es la Masacre del Seguro Obrero, que a lo largo Las Banderas Olvidadas adquiere un cuerpo recurrente en testimonios y fotografías.
Ese feroz 5 de septiembre cala muy hondo en Mundt quien militó en el Movimiento Nacional Socialista de Chile, dándole mucha importancia a este grupo en sus páginas,recordando entre otros hechos las luchas en la calle Condell de Valparaíso, donde varios nazistas murieron o fueron heridos al ser atacados con puñales por los comunistas que cortaron el cuero de sus nalgas para dejarlo macabramente colgado a la vista publica. El autor recuerda que en esa ocasión las víctimas fueron atendidas por el doctor Salvador Allende a quién ayudaría muchos años después en la campaña del 58.
Violencia y política se encuentran en este compendio precioso de nuestra vida política cuya portada vio dos ediciones, la primera en color rojo, la segunda en azul, ambas con la fotografía de su autor junto a Arturo Alessandri y su perro Ulk.
Habana, sucia y caliente: Entrevista a Pedro Juan Gutierrez
Le dicen el Bukowski cubano y en sus letras se mezcla el candente calor del erotismo y también la bajeza y decadencia social de la isla. Pedro Juan Gutiérrez no es el único. Cuba tiene un panorama literario interesante de narradores que desde el erotismo validan los códigos propios de un punto de vista muy oscuro de su ardiente idiosincrasia.
El candente erotismo caribeño, los sinuosos cuerpos cubanos que se agitan, inagotables al son de la salsa y su provocativo delirio, producto del violento pero a la vez hermoso desenfreno propio de un pueblo sazonado con un ritmo de carnaval. Todo eso está descrito con sugerente sabor en la más nueva literatura cubana, aquella que presenció el apogeo y la gradual crisis del discurso socialista en la infancia y juventud de sus autores -en su mayoría nacidos entre 1960 y 1975- y quienes hoy se empeñan en conciliar los códigos propios de la posmodernidad para dar rienda suelta a sus fabulaciones personales, y agregarle a este "sabor" una gota amarga.
Ellos asocian su literatura a los temas más duros de la isla. El sida, la prostitución, la migración, la pobreza, el cansancio de la política, la inserción en lo globalizado, entre otros, se vuelcan en apocalípticos y calurosos paisajes en que el sexo y su "pequeña muerte" es el único modo de redimir la desesperación.
Sin duda, el representante más emblemático de las letras sucias del erotismo cubano es el llamado "Bukowski de La Habana", Pedro Juan Gutiérrez, pero también pueden nombrarse autores como Pedro de Jesús Lòpez (1970) y su novedosa indagación en las formas del amor homosexual: "Se corta las uñas de la mano derecha, o izquierda, no recuerdo, y le introduce los dedos en el ano a él, así, de pie, a sangre fría". (Cuento "La carta".) Ena Lucía Portela (1972) y sus violentas formas de amor: "Mi placer, desde luego, le sonaba ficticio. ¿Por qué yo suspiraba? ¿Por qué gemía? ¿Por qué la humedad tan rápido, si él sólo aspiraba a torturarme? Y las otras señales, ¿por qué? ¿Acaso podía gustarme un tipo a quien no entendía para nada, que hubiera podido ser mi padre y que fregaba el piso conmigo?" (Cuento "Por lo menos un tortazo".) Jorge Ángel Perez (1963) quien explora una riquísima y enervante épica carnal en sus antihéroes que fuerzan al máximo las posibilidades amatorias del cuerpo incluso mutilado. Y por nombrar a otros: la prolífica Ana Lidia Vega Serova (1968); Marcia Morgado (1951) y su célebre "Memorias Eróticas de una Cubano-americana"; Zoe Valdez (1959), cuya obra está calificada de pornográfica, y que hurga, en poesía y narrativa, en la realidad concebida como espacios de nada cotidiana que se alían a una postura escritural crítica que la autora tiene hacia el gobierno de Castro: "La situación cubana no va a variar en mí", dice en una entrevista. "Cuando estás marcada por una situación como esa, esa es tu vida y se acabó". Además encontramos en este panorama a Amir Valle, Alberto Garrido, José Miguel Sánchez y Vivian Jiménez, entre otros.
Pedro Juan Gutiérrez y su manual de perversiones
El calvo Pedro Juan Gutiérrez no aspira a las grandes historias. El calvo Pedro Juan prefiere, en cambio, escribir de sus caminatas por los barrios pequeños como el suyo en la calle San Lazaro, ciudad de la Habana. Entre el colorido ambiente de suciedad de los parques de la isla en que las putitas adolescentes tienen sexo a vista del observador que se masturba entre el follaje, como cuenta en su novela "El Rey de la Habana". Y así lo dijo una vez: " Quiero escribirlo tan natural, para que incluso lo que hago no parezca literatura".
El calvo Pedro Juan (1950) es la pura sepa de una Habana candente que es imposible despegar de la suciedad. Su erotismo literario es la mezcla de perversión y la decadencia en que gana cuerpo la más sórdida oscuridad del amor, como única redención para la miseria."Olga apenas tenía veintitrés años, pero había llevado una vida demasiado desenfrenada, con mucha marihuana, alcohol y sexo de todo tipo. Alguna vez tuvo sífilis pero ya la tenía bajo control…Vivir en el cuartucho de Olga era como estar metido dentro de una película pornográfica. Y aprendí. Aprendí tanto en aquel tiempo que tal vez algún día escriba un Manual de Perversiones"
Esta profecía que escribió en su cuento "Aplastado por la Mierda" se hizo realidad. Se ha escrito, nutrido por su biografía de boxeador, cortador de caña, vendedor de helados, soldado y periodista entre otros - a lo largo de más de 15 libros desde 1989, en que inauguró su obra con "Vivir en el Espacio: del sueño a la realidad". Titulo sugerente si pensamos que sus anónimos y por ende inubicables personajes gravitan en un espacio literario sin perdón, y que sin mencionar la política, en esta omisión para muchos lectores se hacen patentes como una crítica feroz a la Cuba de Fidel. Aquí la realidad transita en el dejo u abandono social que tiene la ciudad desacralizada del mito de la revolución, lejisimos del paraíso socialista. Es la Cuba de los 90. La que por el bloqueo, la caída de la unión soviética o la que liza y llanamente por el cansancio, se viene abajo o está repleta de enfermedades venéreas, travestis, sida, asesinatos, y hacinamiento. Sus personajes transitan sin posibilidad, nacidos para la derrota, perceptibles a través de su pluma como una masa agria de olores y sensaciones que pese a su miseria encuentran el amor como una redención momentánea a través del sexo duro, descrito con belleza.
-¿Podría hacer una breve relación entre la literatura cubana y el erotismo o calor sexual tan propio del caribe?
-El erotismo y el sexo forman parte de la literatura cubana desde sus inicios. En 1883, la primera novela cubana es "Cecilia Valdés" y su protagonista es una mulata muy sexy y hace un trío con dos hombres al mismo tiempo. Creo que al igual que el sexo como expresión de la alegría de vivir forma parte de la vida cotidiana del cubano, en nuestra literatura es lo mismo.
-¿Cómo un cubano escribe sobre sexo?
-Un escritor nunca "sabe" como escribe. Uno solo dispone de la intuición para escribir. No es un método. Nadie tiene un método para escribir porque cada libro es diferente del anterior. Pero yo al menos uso mucho mi experiencia y mis emociones. Mis libros tienen poco de proyecto intelectual y mucho de corazón.
-Siendo su escritura un reflejo descarnado de una Cuba subterránea, ¿de qué manera el sexo funciona como una redención para la miseria y el dolor?
-Sexo, ron y música. Si vamos a simplificar, esa es la clave del asunto. Ha sido así desde siempre en esa Cuba más underground, que es la que me interesa y la que exploro en mis libros. Hablamos de un pueblo mestizo. Con africanos. Y un pueblo que vive en el calor, donde la gente no usa mucha ropa y donde se simplifica la vida, las tradiciones y el lenguaje.
-Sus personajes transitan en la nada cotidiana y son como ud, la múltiple conjunción de experiencias duras, de oficios, de búsquedas hermosas y también ingratas, a veces destinadas a la derrota ¿cómo se escribe el pueblo cubano a través suyo? ¿cómo es esta voz que es candente en su amor pero terrible en su acontecer?
-No creo que mi voz sea la de todo el pueblo cubano. Mis libros son muy autobiográficos y se concentran en un barrio: Centro Habana, ni siquiera en toda la ciudad, sólo en ese barrio. La gente de otras provincias y de otras regiones son muy diferentes.
Y por supuesto mis novelas y cuentos son una mezcla de realidad y ficción. Estoy contando historias, intensas, fuertes, y casi siempre desastrosas.
- ¿Por qué hay jóvenes autores que dicen estar más preocupados de la literatura que de la política? Me refiero a autores jóvenes como Ena Portela. ¿Es común un cansancio de la política?
-Creo que sí. Ha sido mucho tiempo con un protagonismo muy intenso de la política. 50 años. Se dice rápido. No puedo hablar por otros. Hablo por mí. Estoy cansado, agotado, extenuado. Acabo de cumplir 59 años. Los años que me quedan de vida pienso dedicarlos íntegramente a la literatura.
-¿Por qué escribe, o sea, qué es lo que condicionó el tono fuerte de sus letras? ¿De qué modo la caída de la unión soviética, el declive económico, el bloqueo, la migración, etc. condicionaron sus temáticas?
-Precisamente, al entrar mi país en una fuerte crisis económica, social y política en 1991, se derrumbaron muchas cosas dentro de mi y en los alrededores. Y empecé a escribir en 1994 con una fuerza llena de rabia. Una energía muy extraña y furiosa, que no había experimentado antes. Muy defraudado, muy decepcionado.
-En sus cuentos y novelas se refiere muy poco a su gobierno ¿ en esta omisión hay implícita una crítica?
-No. La literatura no sirve para criticar ni para defender nada. Ni religiones, ni políticas, ni nada. Uno sólo escribe una historia, que se contamina con todo. Después cada quien lee lo que quiere. Al que le interesa el sexo ve mucho sexo. Al que le interesa la antropología ve mucho de eso en mis libros. Y así. Cada quien se construye su propio libro. Pero para mi lo que hay es una historia fuerte, que merece ser contada y nada más.
Para criticar está el periodismo, que es muy circunstancial y coyuntural. Yo hice periodismo durante 26 años. Los últimos diez años los he dedicado a la literatura. Y ahí estoy.
jueves, 5 de febrero de 2009
Escáner a las salas triple X de Santiago
Esta crónica fue publicada en el diario La Nación Domingo en marzo de 2008. Pienso que es útil echarle un vistazo ya que siempre se necesita una guía para pasar los días haciendo algo, en una ciudad tan rara como esta. Aquí les dejo este itinerario.
Las suites gay de los cines porno capitalinos
Cine Capri: Penetraciones en vivo
Cine Apolo: Sólo para valientes
Cine Roxy: Dueños de la nostalgia
Hard Cinema: Gárgaras con semen
Las eyaculaciones se convierten en una jerarquía apremiante tratándose de los superdotados galanes del porno. Su resistencia al penetrar los ávidos interiores carnosos de Laura Angel o Barbara Golden son un punto fuerte del cine estilo americano, que se puede ver en el Hard Cinema, ubicado para variar en una galería, en San Antonio con Huérfanos. Este lugar no se queda atrás a la hora de la selección hot de material, y aunque las películas elegidas mayormente de la marca Private no dejan que desear en cuanto al atractivo voluptuoso y osadamente calentón de las actrices, la sala es extremadamente poco acogedora. Algunas butacas se caen solas y la atmósfera se corta con cuchillo. Se trata de otro cine chico y antiguamente normal que sucumbió ante la llegada de las multinacionales salas de Hoyts. El encargado, un anciano que dice que se jubiló en ese trabajo, es el boletero, proyector, acomodador y barrendero. La pequeña entrada del lugar está decorada con afiches como "Ángeles anales", "Latinas jugosas" o "Enfermeras del placer". Después hay una salita iluminada con luz ultravioleta y una vitrina de exhibición con títulos en VHS de los "estrenos" proyectados adentro. El público es como de gimnasio de medio pelo. Entre las butacas se ve la calva de un pelado musculoso en camiseta deportiva que cada dos minutos se para al baño o se pasea de un asiento a otro, junto a algún chico que se inmoviliza al ser confrontado por el solitario personaje que a veces le acaricia una mano o simplemente se sienta a su lado y le murmura al oído alguna sugerencia maldadosa. También hay algunos jovencitos gays que entran y salen repetidas veces del lugar. Mientras la actriz hace gárgaras con semen, el reducido público se apega al clímax posteyaculatorio de relajo del fin de la película. Algunos roncan y otros van al baño. Es la hora en que las caras se revelan ante la luz tenue del intermedio, que deja en evidencia los esquivos rostros cubiertos por jockeys con que los espectadores tratan de pasar inadvertidos en medio del elenco porno del filme del que también fueron protagonistas.
Infraestructura: Muy pequeña y las butacas se están cayendo solas. La pantalla es relativamente aceptable para entregar una buena imagen aunque los DVD se ven un poco difusos.
Un pequeño itinerario de los cines triple sólo para adultos de la capital no está de sobra en estos días de descanso, pero es aconsejable seguir recomendaciones precisas antes de iniciar un sórdido descenso al submundo enclavado en las galerías del centro de Santiago.
Cine Capri: Penetraciones en vivo
En una de las filas dos tipos se bajan los pantalones sin pudor y, ayudados por saliva, el más alto penetra al otro, mientras, y a vista de todos, gimen asistidos en caricias por un tercero. Este último es un vejete canoso que respira fuerte junto a la pareja y que, al cabo de un minuto, después de lograr el orgasmo masturbatorio, se va literalmente del lugar hacia los baños. Ahí, un hombre moreno le enseña el pene a un tipo gordo, mientras otros se masturban a un costado de la puerta de ingreso.
Fiel representante de una añoranza corrompida por la oleada de cadenas comerciales, el Capri es otra víctima de lo peor que le puede ocurrir a lo que antaño fue una buena sala familiar, en que incluso hasta hace poco podían leerse en cartelera producciones de Bigas Luna o algún añejo estreno hollywoodense. Hoy sólo destacan los títulos como "Garganta profunda" o algún otro nombre que naufraga en importancia junto a la foto de una Tania Russof, penetrada por una musculosa y anónima verga bronceada que la coge desde la parte de abajo del afiche.
Fiel representante de una añoranza corrompida por la oleada de cadenas comerciales, el Capri es otra víctima de lo peor que le puede ocurrir a lo que antaño fue una buena sala familiar, en que incluso hasta hace poco podían leerse en cartelera producciones de Bigas Luna o algún añejo estreno hollywoodense. Hoy sólo destacan los títulos como "Garganta profunda" o algún otro nombre que naufraga en importancia junto a la foto de una Tania Russof, penetrada por una musculosa y anónima verga bronceada que la coge desde la parte de abajo del afiche.
La sala cumple todas las exigencias de un cine Hoyts, e incluso es mejor debido a su gran tamaño y comodidad. El estreno de estos días trata sobre una extraña cofradía demoníaca "Fausto y el poder del sexo" en que todos tiran y poncean como animales, mezclándose ángeles y demonios en una interminable orgía de cuerpos pintados que desemboca en que Lucifer, un musculoso latino muy bien dotado, se obsesiona por capturar a una bella chica que finalmente es penetrada analmente en extraños aposentos infernales.
Abunda la silicona y Tania Russof hace de las suyas con su acostumbrado profesionalismo, aunque al parecer esto no importa, ya que esta otrora sala de lujo también es orilla para el naufragio de los trashumantes de la ciudad, entre los que no hay mujeres, ni siquiera una casquivana en busca de clientes.
Las butacas aún resisten aunque, además de ser escenario para las conquistas homosexuales de los encorbatados oficinistas a la hora de colación, son la suite del gustoso sexo oral entre gigolós casuales y amantes furtivos, que en medio del gemido de la película deciden hacer un homenaje al placer porno. A su alrededor varios los observan excitarse, recortados contra las un poco borrosas siluetas del latino Satanás, eyaculando en la boca de la extasiada y hermosa modelo, que desfallece enseñando su lengua repleta de semen a la cámara. Todos "acaban".
Las butacas aún resisten aunque, además de ser escenario para las conquistas homosexuales de los encorbatados oficinistas a la hora de colación, son la suite del gustoso sexo oral entre gigolós casuales y amantes furtivos, que en medio del gemido de la película deciden hacer un homenaje al placer porno. A su alrededor varios los observan excitarse, recortados contra las un poco borrosas siluetas del latino Satanás, eyaculando en la boca de la extasiada y hermosa modelo, que desfallece enseñando su lengua repleta de semen a la cámara. Todos "acaban".
Infraestructura: Regular para un cine tercermundista.
Baños: Saturados por clientes gay que practican el onanismo colectivo.
Privacidad: Buena, el acoso no interrumpe la trama de la película.
Filmes: Buena calidad de imagen, pantalla grande y guiones poco más elaborados que los de la competencia.
Cine Apolo: Sólo para valientes
Mientras una veinteañera atractiva de senos mórbidos se orina sobre las engrasadas piernas de un musculoso actor, da sobreactuados estertores de placer que no dejan fuera el sobajeo vaginal que desagua finalmente en líquido viscoso sobre la puntiaguda verga del machote que la toma en brazos. Ese es el mundo de porn fantasía, pero en el the real word, flácidos galanes oficinistas, algo seniles, caminan a paso lento por la penumbra, buscando chicos de camiseta apretada entre las butacas sucias del cine Apolo.
Es que aquí hay de todo para el mercado del placer. y si bien los dueños de este cine no emplean recursos para reparaciones internas de butacas o alfombrado, contrariamente no escatiman en la implementación de pequeños cuartos anexos al salón principal, que por cierto es sólo el vestigio de un otrora "todo espectador". Hoy sólo un espacioso agujero negro, donde el porno ocurre a un lado y al otro de la pantalla.
Los contrastes no están fuera; mientras las películas son netamente heterosexuales, el público es casi ciento por ciento gay. Una variada cantidad de jugueteos en el hervidero oscuro de los bordes del lugar desemboca finalmente en la "salita privada" junto al baño, en que movidos por la calentura del "anonimato" entran cincuentones junto a otros decrépitos encorbatados para la práctica de sexo oral.
Los falos brillan repletos de saliva y los jadeos se sienten en el trecho al baño, que se deja acompañar con el leve sonido de una canción que suena desde una radio en un lugar incierto. La vigilancia en estas puertas es permanente. Cada salida a la sala y al baño está resguardada por una implacable presencia homosexual, que observa hasta los mínimos movimientos de un posible amante fortuito. Varios concretan sus encuentros, entran a la salita o suben la escalera que va hacia atrás de la pantalla, donde un largo cubículo se abre para los curiosos de aventura y placer. Por eso acá nadie permanece en su asiento si no en la búsqueda, ya que al Apolo no se va a ver películas, sino a ser protagonista de una.
Es que aquí hay de todo para el mercado del placer. y si bien los dueños de este cine no emplean recursos para reparaciones internas de butacas o alfombrado, contrariamente no escatiman en la implementación de pequeños cuartos anexos al salón principal, que por cierto es sólo el vestigio de un otrora "todo espectador". Hoy sólo un espacioso agujero negro, donde el porno ocurre a un lado y al otro de la pantalla.
Los contrastes no están fuera; mientras las películas son netamente heterosexuales, el público es casi ciento por ciento gay. Una variada cantidad de jugueteos en el hervidero oscuro de los bordes del lugar desemboca finalmente en la "salita privada" junto al baño, en que movidos por la calentura del "anonimato" entran cincuentones junto a otros decrépitos encorbatados para la práctica de sexo oral.
Los falos brillan repletos de saliva y los jadeos se sienten en el trecho al baño, que se deja acompañar con el leve sonido de una canción que suena desde una radio en un lugar incierto. La vigilancia en estas puertas es permanente. Cada salida a la sala y al baño está resguardada por una implacable presencia homosexual, que observa hasta los mínimos movimientos de un posible amante fortuito. Varios concretan sus encuentros, entran a la salita o suben la escalera que va hacia atrás de la pantalla, donde un largo cubículo se abre para los curiosos de aventura y placer. Por eso acá nadie permanece en su asiento si no en la búsqueda, ya que al Apolo no se va a ver películas, sino a ser protagonista de una.
Infraestructura: No está en buen estado.
Baños: No alcanzan un grado aceptable de limpieza.
Privacidad: Escasa, cada 10 minutos el espectador sufre insinuaciones.
Filmes: Los más hardcore del centro.
Cine Roxy: Dueños de la nostalgia
En el cine Roxy, el recuerdo de la vieja matiné está pegado a los muros, y es que de la sala que fue antaño con programación familiar, algo queda: hileras de sebosas butacas de cuerina, bellos enchapados ornamentales en madera y pilares tipo griego que sostienen la "elegante" estructura situada en el subterráneo del Portal Edwards, entre cafés con piernas y ortopedias. En el lugar trabajan tres personas y los DVD se proyectan solos. Según el encargado, el jefe les tiene prohibido hablar. En todo caso, la sala habla o, mejor dicho, gime sola dentro de su completa oscuridad.
Hay un minuto de incertidumbre cuando se entra a la zona negra tras la cortina. La definición de los pasillos contrasta de a poco con la única luz: un tipo pene de 30 centímetros aproximadamente penetra analmente a una rubia, Shyla Styles, mientras ella murmura: "Te gusta mi culo, nene; cógelo y fóllame" (traducción española). Entonces, en una atmósfera de ensoñación deslavada, el "jovencito" arremete con un fuerte ¡Mother fucker! que finalmente deja a la rubia moribunda de placer. En la oscuridad de la sala se ven algunas cabezas calvas y canosas, el brillo de gruesos anteojos y miradas esquivas; hombres obesos, jubilados, heladeros, estudiantes y ninguna mujer más que la vendedora de entradas. Cuando el galán de la película "acaba", algunos se van con él. Esto se adivina, ya que después de la desmedida eyaculación que gotea en el rostro de la chica se escuchan murmullos retozantes o pequeñas toses y remezones en el público. Luego el silencio continúa. En uno de los pilares hay un tipo de pie muy similar al Doctor Mortis de TVN, Carlos Pinto. Se masturba y muestra su pene soslayadamente desde uno de los palcos. Detrás de la insignificante luz de un cigarrillo junto a él, alguien lo observa y menea un brazo. "Pinto" eyacula sobre el pilar y una pequeña mancha de semen queda brillando entre la penumbra.
Hay un minuto de incertidumbre cuando se entra a la zona negra tras la cortina. La definición de los pasillos contrasta de a poco con la única luz: un tipo pene de 30 centímetros aproximadamente penetra analmente a una rubia, Shyla Styles, mientras ella murmura: "Te gusta mi culo, nene; cógelo y fóllame" (traducción española). Entonces, en una atmósfera de ensoñación deslavada, el "jovencito" arremete con un fuerte ¡Mother fucker! que finalmente deja a la rubia moribunda de placer. En la oscuridad de la sala se ven algunas cabezas calvas y canosas, el brillo de gruesos anteojos y miradas esquivas; hombres obesos, jubilados, heladeros, estudiantes y ninguna mujer más que la vendedora de entradas. Cuando el galán de la película "acaba", algunos se van con él. Esto se adivina, ya que después de la desmedida eyaculación que gotea en el rostro de la chica se escuchan murmullos retozantes o pequeñas toses y remezones en el público. Luego el silencio continúa. En uno de los pilares hay un tipo de pie muy similar al Doctor Mortis de TVN, Carlos Pinto. Se masturba y muestra su pene soslayadamente desde uno de los palcos. Detrás de la insignificante luz de un cigarrillo junto a él, alguien lo observa y menea un brazo. "Pinto" eyacula sobre el pilar y una pequeña mancha de semen queda brillando entre la penumbra.
Infraestructura: Decente. Tiene el antiguo toque de las salas del año sesenta. Bastante cómoda.
Baños: Limpios. Excepto algún chico masturbándose frente a un urinario, no hay nada fuera de lo común.
Privacidad: Excelente. Incluso hay palcos alejados de las butacas centrales.
Filmes: Un poco antiguos. Estética ochentera deslavada y carente de trama intrincada.
Hard Cinema: Gárgaras con semen
Las eyaculaciones se convierten en una jerarquía apremiante tratándose de los superdotados galanes del porno. Su resistencia al penetrar los ávidos interiores carnosos de Laura Angel o Barbara Golden son un punto fuerte del cine estilo americano, que se puede ver en el Hard Cinema, ubicado para variar en una galería, en San Antonio con Huérfanos. Este lugar no se queda atrás a la hora de la selección hot de material, y aunque las películas elegidas mayormente de la marca Private no dejan que desear en cuanto al atractivo voluptuoso y osadamente calentón de las actrices, la sala es extremadamente poco acogedora. Algunas butacas se caen solas y la atmósfera se corta con cuchillo. Se trata de otro cine chico y antiguamente normal que sucumbió ante la llegada de las multinacionales salas de Hoyts. El encargado, un anciano que dice que se jubiló en ese trabajo, es el boletero, proyector, acomodador y barrendero. La pequeña entrada del lugar está decorada con afiches como "Ángeles anales", "Latinas jugosas" o "Enfermeras del placer". Después hay una salita iluminada con luz ultravioleta y una vitrina de exhibición con títulos en VHS de los "estrenos" proyectados adentro. El público es como de gimnasio de medio pelo. Entre las butacas se ve la calva de un pelado musculoso en camiseta deportiva que cada dos minutos se para al baño o se pasea de un asiento a otro, junto a algún chico que se inmoviliza al ser confrontado por el solitario personaje que a veces le acaricia una mano o simplemente se sienta a su lado y le murmura al oído alguna sugerencia maldadosa. También hay algunos jovencitos gays que entran y salen repetidas veces del lugar. Mientras la actriz hace gárgaras con semen, el reducido público se apega al clímax posteyaculatorio de relajo del fin de la película. Algunos roncan y otros van al baño. Es la hora en que las caras se revelan ante la luz tenue del intermedio, que deja en evidencia los esquivos rostros cubiertos por jockeys con que los espectadores tratan de pasar inadvertidos en medio del elenco porno del filme del que también fueron protagonistas.
Infraestructura: Muy pequeña y las butacas se están cayendo solas. La pantalla es relativamente aceptable para entregar una buena imagen aunque los DVD se ven un poco difusos.
Baños: Limpios, aunque excesivamente rayados con toda clase de mensajes sucios.
Privacidad: Poca, debido al escueto tamaño de la sala.
Filmes: Los mejores de Santiago, ya que al parecer el establecimiento tiene relación con una distribuidora que importa películas de afuera. Todo americano. LND
domingo, 1 de febrero de 2009
Las expediciones del Reich a nuestro continente
Indiana Jones era nazi
Pero no el de la película, si no el verdadero, el arqueólogo alemán Edmund Kiss, personaje digno del libro de Bolaño “La Literatura Nazi en América”, quien además de haber usado el mismo sombrero del aventurero del celuloide, efectuó descubrimientos “similares”, situando los vestigios de la civilización atlante en América del Sur.
Miembro de las Waffen SS y comandante de la guardia personal del Fürher en los cuarteles de Wolfsschanse al final de la guerra, Edmund Kiss, tras la derrota del 45, fue hecho prisionero por los rusos en Dachau. Liberado tres años después, su rastro se pierde en el misterio: uno de sus compañeros de cautiverio relató que el investigador le confidenció que volvería a Sudamérica, o tal vez al Himalaya, a reencontrarse con los vestigios de la Atlántida. Y es que este arquitecto y arqueólogo alemán, nacido en 1886 y conocido en el Reich justamente como el Poeta de Atlantis, es un desconocido símil del aventurero de la pantalla, Indiana Jones.
La historia del héroe de látigo y sombrero encuentra su aproximación con Kiss en varios puntos de su biografía, dados a conocer en la serie producida por George Lucas y dirigida por Jim O'Brien en el año 92 -The Young Indiana Jones Chronicles-, en la que “Indi”, encarnado por el actor Sean Patrick Flanery, participa en una serie de misiones peligrosas en la Primera Guerra, las que forjarían su futuro carácter de indolente arqueólogo. Decepcionado por el trato a los alemanes en el Tratado de Versalles, Henry Jones Junior -quien toma el apodo de Indiana por el perro que tenía de niño-, decide volver a Norteamérica y comienza las investigaciones que después lo llevarían a descubrir el arca perdida, la copa santa, y en esta nueva saga, la calavera de cristal, última pieza que se basa en varios hallazgos reales de cráneos tallados en cuarzo en distintos puntos de Sudamérica, y que según los alemanes provenían de la Atlántida.
Quitando los tintes cinematográficos, la historia de Edmund Kiss, quien recorrió nuestro continente entre 1928 y 1936, se desenvuelve entre una serie de excéntricas teorías que se vuelcan en una extensa obra prácticamente desconocida en la actualidad, y que lo llevaron a buscar antiguos templos y ciudades perdidas.
Tras participar en la Primera Guerra Mundial y dedicarse a escribir una serie de raras novelas fantásticas de historia y aventura, Kiss se consagró a desarrollar un trabajo investigativo en arqueología, basándose en los postulados de su maestro, el profesor austriaco Hans Hörbiger (1860-1931), quien, a través de su teoría de la Cosmogonía Glacial, postulaba una serie de catástrofes cíclicas que asolaron y asolarán la tierra, acompañadas por fuertes cambios climáticos.
Según postula Horbiguer, estas destrucciones a escala planetaria acabaron con antiguas culturas protohistóricas. Para él -según trata en su obra Glazial Cosmologie-, el universo se rige por las leyes de atracción y repulsión que lo crearon a través de un choque inicial entre una gigantesca supernova y un bloque galáctico de hielo, que al unirse y explotar posteriormente, habrían formado los planetas, los cuales están destinados a absorber a sus pequeños cuerpos cercanos o satélites, y luego ser atraídos por el sol para después nuevamente renacer en una nueva explosión.
Según esto entonces, hace miles de años una antigua luna se acercó a la Tierra, haciendo que la marea y también el tamaño de las criaturas aumentara. Esto explicaría la existencia de los dinosaurios y también de los gigantes en las mitologías, los que, antes de desaparecer por el choque lunar, habrían emigrado a tierras altas, huyendo de las grandes inundaciones, y dejando a su paso una serie de vestigios inexplicables en distintos lugares del mundo, así como los rastros de la destrucción de la Atlántida, Mu y Lemuria.
En 1933, los nazis, a través de su sociedad “Studiengesellschaft für Geisteur Deutsches Ahnenebre”, quisieron comprobar estas leyendas para revivir lo que llamaron su herencia ancestral germánica. Para esto, patrocinando la investigación de Kiss en América, quisieron encontrar los vestigios de estas civilizaciones perdidas, basándose además en las noticias de misteriosos hallazgos, como los cráneos tallados en cristal descubiertos en Centroamérica y en Brasil, varias ruinas monumentales y cabezas con rasgos nórdicos en Tiahuanacu, ciudad andina que según las conclusiones de estos arqueólogos, habría sido un antiguo “puerto” que hoy está emplazado a 3800 metros sobre el nivel del mar.
Además, estas expediciones tras recorrer varios puntos de Bolivia y Perú, llegaron a Chile, donde establecieron la existencia de redes de túneles subterráneos en Atacama. Mucho de la investigación desarrollada por Edmund Kiss en relación con América, se volcó en sus novelas, donde relata las migraciones del antiguo pueblo atlante, desolado tras la caída de una luna en la era terciaria. Entre sus obras, inencontrables en castellano salvo por algunas traducciones hechas en nuestro país por el Historiador de la UC Rafael Videla Eissmann, se pueden nombrar: “Das Glaserne Meer”, “Fruhling in Atlantis” y “Die Letzte Koniging von Atlantis”.
Los viajes del Tercer Reich no sólo recorrieron Sudamérica, si no también el Tibet y el desierto del Sahara, y además de Kiss, participaron una serie de conocidos investigadores que igualmente adherían a lo dicho por Hörbiger: Ernst Schaffer, Hanns Wolfgang Behm y Herman Wirth.
Rosita Serrano: La chilena que Hitler amó.
Con su silbido y voz aguda conmovió por entero al tercer reich, luciendo su talento en los escenarios más grandes de la época. El mismo Hitler la admiraba, y en Berlín, a pesar del tiempo, aún la recuerdan y sus canciones se reeditan. A 11 años de la muerte de Rosita Serrano, recuerdamos su historia.
Nacida en 1914 e hija de la famosa soprano chilena del año 20, Sofía del Campo, y del diplomático español, Héctor Aldunate, comenzó en aquellos días de la entre guerra una gira ascendente que la llevó por París y Lisboa para después terminar en Berlín en 1936, en el famoso cabaret Wintergarten como parte de las variedades del programa de entretenimiento nazi, “Kraft durch Freude”. En estos actos, donde compartió proscenio con artistas de la talla de la sueca Sarah Leander, la diva conocida como “La Alondra” o “El Ruiseñor de Chile”, encandiló al jefe de propaganda del tercer reich, Joseph Goebbels, así como también – dice la leyenda- al mismo Hitler, quien le envió de regalo una fotografía autografiada que después se perdió al ser su casa saqueada por la Gestapo mientras ella se encontraba en Dinamarca dando un recital en apoyo a los refugiados judíos. Desde este hecho en 1943, sus discos empezaron a ser prohibidos y la diva emigró hacia Suecia, donde entre otras cosas fue condecorada por el rey Gustavo VI. La fecha de su salida de Alemania coincidió con la ruptura de las relaciones entre esta y nuestro país, exactamente el 20 de enero de 1943. En la nación germana, la diva dejó una docena de películas –actualmente perdidas, entre ellas “Brillan las estrellas” y “Feliz en el amor”-, además fue laureada por el régimen, e hizo centenares de registros de voz que aún se pueden encontrar en las tiendas de discos antiguos en toda Europa. Su labor era alegrar al pueblo en tiempos difíciles, y aunque los alemanes la tenían entre ceja y ceja, porque la consideraban una doble espía que incluso era vigilada por servicios de inteligencia, nunca pudieron probarle nada, ya que ella siempre dijo no tener simpatías políticas.
Luego de la guerra, su tranquilo residir en Suiza enfrió su carrera – de hecho, sólo hizo dos filmes más: Schwarze Augen (1951) y Saison in Salzburg (1952)-, pero esto fue compensado en que el amor pasó a ocupar un lugar primordial en su vida; conoció al judío sefardí millonario, Jean Aghion. Con él estuvo casada hasta los años 70, y en ese periodo viviendo en El Cairo, visitó varios países: Estados Unidos, volvió a Alemania, estuvo en Nápoles, y al morir su marido, regresó a Chile nuevamente, donde relegada por la poca simpatía que generaban los recibimientos que le daba Augusto Pinochet en las visitas esporádicas que realizó a nuestro país durante la dictadura, se afincó en una pequeña casa en la calle Catedral, donde aislada de sus ya pocos admiradores, enfermó y posteriormente murió de bronconeumonía en un total olvido y pobreza en 1997.
El Pájaro canta hasta morir.
La actriz chilena Carmen Barros, cuyo padre –Cristián Barros Ortiz- fue el último embajador chileno en la Alemania de la época para el gobierno de Juan Antonio Ríos, recuerda la entrañable amistad que tuvo su familia con la lírica a quien conoció a los 15 años. Evoca: “Rosita era adorada por todos los alemanes en esos días de guerra en que se vivían los bombardeos que aunque sucedían frecuentemente en la ciudad, esta no perdía su gusto por el espectáculo”. Según ella, la interprete “pese a todas las relaciones que se le vincularon con el nacismo, siempre insistió en desligarse de las posiciones políticas, ya que lo suyo era únicamente su carrera”. Barros además señala que los últimos días de Rosita Serrano estuvieron sumidos en un dejo tremendo de soledad: “Ella, cuando su esposo murió, quiso traerse la fortuna que había heredado desde El Cairo, pero la ley no la dejó. Prefirió vivir en Chile. Su muerte fue solitaria, al velorio fueron poquísimas personas, unos cuantos amigos y familiares de los que ya no queda ninguno”.
Alguien que aunque no conoció en persona a Serrano, pero que se conmovió con su voz aguda de silbido al interpretar su hits “Cielito Lindo”, fue Mario Silva, quien desde hace unos años lleva una ardua investigación que ha conllevado un verdadero peregrinaje por Berlín en los lugares en que vivió la cantante. Según relata, su afición empezó primero por buscar los discos para victrola en los viejos mercados persa de Alemania. Luego fotos, y ya con el tiempo, comenzó a escribir testimonios de gente que conoció a la artista. Silva cuenta que recientemente hizo amistad con dos realizadores alemanes que produjeron un documental con imágenes inéditas de la solista. Esto, afirma que lo inspiró para promover una serie de charlas dadas por él mismo, en las que –según relata- “se producen tremendas discusiones por el tema ideológico, ya que este fue siempre un tópico que siguió a Rosita, cerrándole muchas puertas en los escenarios porque que nunca dejaron de atribuirle relaciones con los nazis”. La idea de este chileno fanático de la música antigua es la de plasmar con el tiempo todo su material en un libro y traducir al español los trabajos audiovisuales que se han hecho de Serrano en Europa .
http://www.youtube.com/watch?v=XcMlRsE8JXw
Hugo Correa
El Altísimo ha Muerto
El rey de la Ciencia Ficción nacional dejó de existir el pasado domingo a los 82 años. Su larga carrera que se inauguró con la novela Los Altísimos en 1959, tuvo la admiración de figuras como Ray Bradbury y la hermandad literaria de quienes lo apoyaron en su casi anonima pero ávida carrera, entre otros, el Premio Nacional de Literatura Miguel Arteche.
En 1959 el joven Hugo Correa publicó su primera novela. “Los Altísimos” inauguró una prolífica pero a la vez casi subterránea carrera que los críticos de la época alabaron, comparando la creatividad de este autor originario de Curepto Talca, con el vuelo creativo de Aldus Huxley, H.G. Wells y George Orwell. El severo crítico nacional Cedomil Goic, autor de La Novela Chilena, Mitos Degradados” (1969), afirma que este libro “es una de las novelas más sorprendentes que se han escrito entre nosotros”, y que con un “ejemplar rarismo” supo imponerse en esa época a una “tradición de mediocre realidad”. En esta obra maestra de la ciencia ficción latinoamericana – cuya primera copia vendió en meses 5 mil ejemplares- conviven las ideas de la tierra hueca de Bulwer Lytton, los espías a lo 007, el armamento secreto, la guerra fría y los viajes a bordo de vehículos que movidos por la fuerza de gravedad interna de la tierra, transitan por un submundo alumbrado por soles artificiales. Estos elementos hacen de este titulo el primero publicado en Chile sobre ciencia ficción, aunque se pueden contar como precedentes entre otros, La Caverna de los Murciélagos de Pedro Sienna (1917), El Dueño de los Astros de Hugo Silva Román (1929) y algunos cuentos de Luis Orrego Luco. El Premio Nacional de Literatura Miguel Arteche, muy apenado por la reciente muerte de su amigo, está por estos días – según dice- releyendo Los Altísimos, obra que el mismo ayudó a corregir. Al respecto recuerda: “Hugo era un excelente escritor que a la hora de usar la pluma demostraba una inteligencia notable. Recuerdo que vino a verme con el mamotreto de su primera novela. Eran como 600 paginas que no porque yo le hubiera ayudado a editar, la considero algo notable en su tipo para esos años”.
Sin duda fue Correa quien en nuestro país puso una marca que con extraordinaria fecundidad imaginativa, hizo brillar la fantasía espacial en una tierra hosca para las novedades. Una fantasía en que quedaba patente una pericia que con el tiempo destacó en varios certámenes literarios como el Concurso del Diario “El Sur”, o el de la Colección Alerce del año 59, apoyado por la Sociedad de Escritores. En este último obtuvo como premio la publicación de su segunda obra, “Alguien Mora en el Viento”, la historia de un humilde astronauta chileno originario de un pueblo de sur, que junto a un Ruso y un Norteamericano es arrojado a un misterioso planeta perdido en que habitan seres invisibles. Estos alienígenas que habitan en el viento, ejercen sus poderes nefastos sobre los terrícolas, envejeciéndolos en cuestión de días. En el asteroide vive además una hermosa joven, hija de antiguos pilotos espaciales que igualmente naufragaron en ese extraño mundo de atmósfera casi sólida, en que debido a las corrientes de aire los personajes pueden flotar a voluntad. En estos cortos pasajes el autor -como en casi todas sus novelas- hace patente la presencia de lo invisible. Algo siempre queda vislumbrado en el fondo de las situaciones que enfrentan sus protagonistas, los que en su mayoría son sujetos comunes que se encuentran ante una escalofriante conjunción de hechos que enuncian la presencia de lo desconocido y extraordinario. Se trata mayormente de fuerzas extraterrestres o demoníacas. Esto se puede apreciar muy bien en “Los Ojos del Diablo”. Aquí el escritor, valiéndose de los mitos populares de las apariciones del demonio, sitúa al lector en el reconocible paisaje de Curico, y arma un intrincado argumento donde Satanás no es protagonista pero se representa claramente a través de personajes extraños; viejos arrieros o dueños de fundo que han sostenido pactos con el infierno.
El escritor, quien siempre negó pertenecer a la Generación literaria del 50, era sin embargo contemporáneo a estos autores, aunque de modo “under”; de hecho, cuando Lafurcade publicó “La Fiesta del Rey Acab” por editorial Zigzag, él lanzaba su primera novela bajo el mismo sello. Nacido el 26 de mayo de 1926, estudió derecho dos años, retirándose luego para seguir la beta literaria que pensó podía darle el periodismo; fue redactor de La Nación, colaborador del Mercurio y columnista de Revista Ercilla. En 1961 sus relatos fueron conocidos por Ray Badbury, quien los llevó, en esos años, a la mejor revista del género fantástico de los Estados Unidos: The Magazine of Fantasy & Sciencie Fiction. Aquí se divulgaron los cuentos “El Ultimo Elemento” y “Meccano”. Las publicaciones de Correa con el tiempo se leyeron además en España, Holanda, Alemania, Argentina e incluso se habló de llevar su tercera novela -“El que Merodea en la Lluvia”(1962)- al cine. En esta obra Correa emula el estilo Guerra de los Mundos, llevándolo al campo chileno donde un misterioso merodeador asola las planicies y los bosques con su presencia que destruye la paz de los ranchos tras la caída de un satélite ruso.
Hugo Correa ha dejado de estar con nosotros, pero su obra, una rareza dentro de las letras que vieran el acontecer literario de Enrique Lafourcade, Armando Cassígoli, Jorge Edwards, José Manuel Vergara, Claudio Giaconi, Armando Uribe, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Miguel Arreche entre otros, seguirá siendo una estrella titilante en el cielo de la ciencia ficción. Un cielo en el caso de Chile, reducido a unos pocos libros que fuera de viejas ediciones publicadas hace mucho, están lejísimos de ver otra vez la luz en tirajes mayores.
Sin duda fue Correa quien en nuestro país puso una marca que con extraordinaria fecundidad imaginativa, hizo brillar la fantasía espacial en una tierra hosca para las novedades. Una fantasía en que quedaba patente una pericia que con el tiempo destacó en varios certámenes literarios como el Concurso del Diario “El Sur”, o el de la Colección Alerce del año 59, apoyado por la Sociedad de Escritores. En este último obtuvo como premio la publicación de su segunda obra, “Alguien Mora en el Viento”, la historia de un humilde astronauta chileno originario de un pueblo de sur, que junto a un Ruso y un Norteamericano es arrojado a un misterioso planeta perdido en que habitan seres invisibles. Estos alienígenas que habitan en el viento, ejercen sus poderes nefastos sobre los terrícolas, envejeciéndolos en cuestión de días. En el asteroide vive además una hermosa joven, hija de antiguos pilotos espaciales que igualmente naufragaron en ese extraño mundo de atmósfera casi sólida, en que debido a las corrientes de aire los personajes pueden flotar a voluntad. En estos cortos pasajes el autor -como en casi todas sus novelas- hace patente la presencia de lo invisible. Algo siempre queda vislumbrado en el fondo de las situaciones que enfrentan sus protagonistas, los que en su mayoría son sujetos comunes que se encuentran ante una escalofriante conjunción de hechos que enuncian la presencia de lo desconocido y extraordinario. Se trata mayormente de fuerzas extraterrestres o demoníacas. Esto se puede apreciar muy bien en “Los Ojos del Diablo”. Aquí el escritor, valiéndose de los mitos populares de las apariciones del demonio, sitúa al lector en el reconocible paisaje de Curico, y arma un intrincado argumento donde Satanás no es protagonista pero se representa claramente a través de personajes extraños; viejos arrieros o dueños de fundo que han sostenido pactos con el infierno.
El escritor, quien siempre negó pertenecer a la Generación literaria del 50, era sin embargo contemporáneo a estos autores, aunque de modo “under”; de hecho, cuando Lafurcade publicó “La Fiesta del Rey Acab” por editorial Zigzag, él lanzaba su primera novela bajo el mismo sello. Nacido el 26 de mayo de 1926, estudió derecho dos años, retirándose luego para seguir la beta literaria que pensó podía darle el periodismo; fue redactor de La Nación, colaborador del Mercurio y columnista de Revista Ercilla. En 1961 sus relatos fueron conocidos por Ray Badbury, quien los llevó, en esos años, a la mejor revista del género fantástico de los Estados Unidos: The Magazine of Fantasy & Sciencie Fiction. Aquí se divulgaron los cuentos “El Ultimo Elemento” y “Meccano”. Las publicaciones de Correa con el tiempo se leyeron además en España, Holanda, Alemania, Argentina e incluso se habló de llevar su tercera novela -“El que Merodea en la Lluvia”(1962)- al cine. En esta obra Correa emula el estilo Guerra de los Mundos, llevándolo al campo chileno donde un misterioso merodeador asola las planicies y los bosques con su presencia que destruye la paz de los ranchos tras la caída de un satélite ruso.
Hugo Correa ha dejado de estar con nosotros, pero su obra, una rareza dentro de las letras que vieran el acontecer literario de Enrique Lafourcade, Armando Cassígoli, Jorge Edwards, José Manuel Vergara, Claudio Giaconi, Armando Uribe, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Miguel Arreche entre otros, seguirá siendo una estrella titilante en el cielo de la ciencia ficción. Un cielo en el caso de Chile, reducido a unos pocos libros que fuera de viejas ediciones publicadas hace mucho, están lejísimos de ver otra vez la luz en tirajes mayores.
La última aventura de Manuel Rodríguez
Actualmente un grupo de investigadores apoyados por la Universidad Pedro de Valdivia, así como por una carta de Carlos Cardoen, ha debido sortear diversas barreras -entre mitos y realidades-, para comprobar si efectivamente el cuerpo sepultado en el Cementerio General, en el monolito rotulado bajo el nombre de Manuel Rodríguez, corresponde o no al guerrillero padre de la patria. Los trámites se encuentran hoy a la espera de la autorización legal de exhumación por el Ministerio de Salud Metropolitano.
La fama de obcecado y valiente patriota de Manuel Rodríguez aún se agita en un aura fantasmal, en que su figura, la del guerrillero de la calavera en el cuello, amado por el pueblo y odiado por los poderosos, aparece hoy, como lo dijo alguna vez Neruda en El Canto General: "Puede y no puede; puede ser sólo el viento sobre la nieve"… Esta es la disyuntiva que protagoniza la legendaria imagen del prócer de la Independencia, pero no desde hoy, si no desde su asesinato en Til Til, el 26 de mayo de 1818, o sea, hace justo 190 años. Y es que pese a que no han faltado teorías que han situado los restos del húsar de la muerte en distintos lugares – entre ellos la vieja iglesia de Til Til, la catedral de Santiago, la iglesia de La Merced o el Cementerio General –, no se sabe a ciencia cierta dónde se encuentran, ya que los datos en torno a su identidad post mortem no fueron, de acuerdo a la época en que se hicieron los estudios, postulados serios en torno a este dilema. Sin embargo, para el Fiscal Juan Pablo Buono-core, a raíz de un extenso trabajo investigativo que en sus tiempos libres ha desarrollado en conjunto con el abogado defensor penal de Rancagua, Jaime Jansana, valiéndose de decretos y documentos, el misterio está casi debelado.
La historia, según fiscal, quien desde el 2006 prepara un libro sobre el último año de vida de Manuel Rodríguez, transita desde su asesinato en las planicies campestres de la Cancha del Gato -terreno cercano al estero Lampa en Til Til -por donde el regimiento Cazadores Nº 1 de los Andes pasó en el traslado al prisionero desde Santiago a la cárcel de Quillota-, llegando hasta hoy, en que él y un grupo compuesto por varios médicos y especialistas de la Universidad Pedro de Valdivia, así como varios descendientes del héroe, están a la espera que el Ministerio de Salud Metropolitano apruebe la exhumación de los restos que sus investigaciones cuestionan sean los del soldado, y que se encuentran desde 1910 bajo un monolito del Cementerio General.En este sentido, las cosas no han sido fáciles, ya que pese a contar con toda la voluntad de concretar la gestión -que incluso a incluido una carta de apoyo de Carlos Cardoen, amigo de un tataranieto del héroe--, el Seremi de Salud Publica, el Dr. Mauricio Osorio, en primera instancia les negó esta posibilidad, según cuentan, aduciendo a que en este ámbito existían varios vacíos legales que no lo facultaban para autorizar la pericias. Buono-core es enfático en este sentido: "saber si el cuerpo enterrado ahí es o no Manuel Rodríguez, es fundamental para Chile camino al bicentenario", alegando que la búsqueda de la verdad en este asunto, obedece a desentrañar el crimen del primer asesinado político de nuestra historia: "Esto es una especie de llamado de justicia que intenta revivir la figura de un personaje que está en la conciencia y los corazones de todos nosotros, un héroe que enfrentó el sacrifico terrible de arriesgarlo todo por su lucha", remarca.
Mitos que chocan.
Sin duda, la última aventura de Manuel Rodríguez empieza después de muerto. La historia oficial dice que tras estar 5 días su cadáver en la intemperie y ser presa de los animales roedores y de rapiña que abundaban en los boscosos terrenos de Til Til, el cuerpo, putrefacto, saqueado y semidesnudo, es recogido por los campesinos quienes lo entierran en la capilla del pueblo, hecho ordenado por un gran amigo del guerrillero, el juez subdelegado de la localidad, Tomás Valle, quien mantuvo el secreto del sepelio por miedo al gobierno o`higginista. Luego de 70 años de silencio, en el período presidencial de Jorge Montt- hacia 1895-, se organizó un comité patriótico popular compuesto por el historiador Justo Abel Rosales, el Dr. Enrique Allende Ríos y Abelardo Carvajal, con el fin de exhumar y reconocer los restos enterrados en la iglesia. La autorización firmada por Enrique Mac- iver y el presidente Montt, dio pie a que se abriera la supuesta sepultura, en donde ciertos rasgos, como la deformación en el cóccis ocasionada por la montura a caballo en el esqueleto, se interpretaron como pruebas efectivas de que sí se trataba del cadáver del patriota. Además, hubo en el hallazgo pedazos de uniformes que vistos por un sastre se sugirieron que provenían de la época de la Independencia. La acreditación de esto derivó en que se declarara que la identidad de los huesos se corroboraba hasta "cierto límite", tomándose la decisión de enterrarlo como si se tratara de los restos pese a que no hubo un informe convincente. Se sepultó en el mausoleo militar y luego en la época del centenario se le trasladó al monolito en que descansa hasta hoy, dándosele todos los honores militares correspondientes. Esta historia, así mismo, ha sido cruzada a lo largo de los años por varios contrastes que la han cuestionado fehacientemente: se habló en un momento que el cadáver que se enterró en Til Til se trataba de otro soldado que fue muerto por accidente en el pueblo, y cuyo cuerpo se disfrazó como si fuera el del guerrillero para encubrir el hecho. También se dijo que efectivamente se habría desenterrado de la capilla anteriormente por un agricultor de la zona, el que abría buscado afanosamente los restos en el año 1968, y los que al contacto con las manos se hicieron polvo al ser descubiertos. Otros dijeron, según actas eclesiásticas, que se encontrarían en Santiago, en el Templo Metropolitano o en la iglesia La Merced.
Mitos.
Según explica Buono-core, el crimen de Rodríguez está lleno de mitos cuya verdadera solución, "obedece a una triste verdad": una orden directa de la Logia Lautarina y su gran maestro, el en esos años Director Supremo, Bernardo O`higgins, quien, se ha dicho muchas veces, consideraba a Rodríguez un peligro político. Según cuenta Buonocore: "El día anterior a su detención – el 18 de abril de 1818-, el guerrillero con varios personajes del pueblo chileno como Manuel José Gandarillas, Agustín Eyzaguirre, Juan Agustín Alcalde, fueron hacer peticiones constitucionales a O´higgins, las que pretendían implementar disposiciones que regularan el poder de su rango, así como también dirigidas a la realización de elecciones para formar un congreso nacional. Esto motivó que el Director Supremo ordenara el encarcelamiento de estos patriotas, hecho que finalmente dio impulso al guerrillero para irrumpir a caballo en el palacio de gobierno, protesta que desembocó en su encarcelamiento. La historia oficial cuenta que fue apresado por revoltoso. Eso no es así. Fue por apoyar una petición democrática. Luego se le impusieron dos cargos, primero de sedición, por no disolver el escuadrón de los Húsares de la Muerte y no entregar las armas, lo que se habría demostrado después que era falso, y luego otro por conspiración, a motivo de enviarle una carta al argentino- francés, Ambrosio Cramer, intimo amigo de José Miguel Carrera en que le decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela, vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". Esto no fue bien interpretado por las autoridades. Después de su muerte, por lo que representaba para la gente, su crimen se disfrazó, diciendo que había partido al Perú como espía. Cuando se ordenó el traslado de Rodríguez, su escolta no estaba compuesta por soldados chilenos, sino por argentinos y españoles a la cabeza de Rudercindo Alvarado, quien anteriormente estuvo a cargo de la cárcel de San Pablo, de donde el húsar habría alguna vez escapado. Alvarado es al fin quien realmente lo mata, y su muerte ha sido una mala interpretación histórica casi por 200 años. El proyectil no fue la causa. Murió con una bala en la axila, la que por el modelo de carabina era una pesada munición de plomo que lo botó al suelo. Cuando quiso levantarse recibió un golpe de sable en la cabeza, un traumatismo encéfalo craneano".
La fama de obcecado y valiente patriota de Manuel Rodríguez aún se agita en un aura fantasmal, en que su figura, la del guerrillero de la calavera en el cuello, amado por el pueblo y odiado por los poderosos, aparece hoy, como lo dijo alguna vez Neruda en El Canto General: "Puede y no puede; puede ser sólo el viento sobre la nieve"… Esta es la disyuntiva que protagoniza la legendaria imagen del prócer de la Independencia, pero no desde hoy, si no desde su asesinato en Til Til, el 26 de mayo de 1818, o sea, hace justo 190 años. Y es que pese a que no han faltado teorías que han situado los restos del húsar de la muerte en distintos lugares – entre ellos la vieja iglesia de Til Til, la catedral de Santiago, la iglesia de La Merced o el Cementerio General –, no se sabe a ciencia cierta dónde se encuentran, ya que los datos en torno a su identidad post mortem no fueron, de acuerdo a la época en que se hicieron los estudios, postulados serios en torno a este dilema. Sin embargo, para el Fiscal Juan Pablo Buono-core, a raíz de un extenso trabajo investigativo que en sus tiempos libres ha desarrollado en conjunto con el abogado defensor penal de Rancagua, Jaime Jansana, valiéndose de decretos y documentos, el misterio está casi debelado.
La historia, según fiscal, quien desde el 2006 prepara un libro sobre el último año de vida de Manuel Rodríguez, transita desde su asesinato en las planicies campestres de la Cancha del Gato -terreno cercano al estero Lampa en Til Til -por donde el regimiento Cazadores Nº 1 de los Andes pasó en el traslado al prisionero desde Santiago a la cárcel de Quillota-, llegando hasta hoy, en que él y un grupo compuesto por varios médicos y especialistas de la Universidad Pedro de Valdivia, así como varios descendientes del héroe, están a la espera que el Ministerio de Salud Metropolitano apruebe la exhumación de los restos que sus investigaciones cuestionan sean los del soldado, y que se encuentran desde 1910 bajo un monolito del Cementerio General.En este sentido, las cosas no han sido fáciles, ya que pese a contar con toda la voluntad de concretar la gestión -que incluso a incluido una carta de apoyo de Carlos Cardoen, amigo de un tataranieto del héroe--, el Seremi de Salud Publica, el Dr. Mauricio Osorio, en primera instancia les negó esta posibilidad, según cuentan, aduciendo a que en este ámbito existían varios vacíos legales que no lo facultaban para autorizar la pericias. Buono-core es enfático en este sentido: "saber si el cuerpo enterrado ahí es o no Manuel Rodríguez, es fundamental para Chile camino al bicentenario", alegando que la búsqueda de la verdad en este asunto, obedece a desentrañar el crimen del primer asesinado político de nuestra historia: "Esto es una especie de llamado de justicia que intenta revivir la figura de un personaje que está en la conciencia y los corazones de todos nosotros, un héroe que enfrentó el sacrifico terrible de arriesgarlo todo por su lucha", remarca.
Mitos que chocan.
Sin duda, la última aventura de Manuel Rodríguez empieza después de muerto. La historia oficial dice que tras estar 5 días su cadáver en la intemperie y ser presa de los animales roedores y de rapiña que abundaban en los boscosos terrenos de Til Til, el cuerpo, putrefacto, saqueado y semidesnudo, es recogido por los campesinos quienes lo entierran en la capilla del pueblo, hecho ordenado por un gran amigo del guerrillero, el juez subdelegado de la localidad, Tomás Valle, quien mantuvo el secreto del sepelio por miedo al gobierno o`higginista. Luego de 70 años de silencio, en el período presidencial de Jorge Montt- hacia 1895-, se organizó un comité patriótico popular compuesto por el historiador Justo Abel Rosales, el Dr. Enrique Allende Ríos y Abelardo Carvajal, con el fin de exhumar y reconocer los restos enterrados en la iglesia. La autorización firmada por Enrique Mac- iver y el presidente Montt, dio pie a que se abriera la supuesta sepultura, en donde ciertos rasgos, como la deformación en el cóccis ocasionada por la montura a caballo en el esqueleto, se interpretaron como pruebas efectivas de que sí se trataba del cadáver del patriota. Además, hubo en el hallazgo pedazos de uniformes que vistos por un sastre se sugirieron que provenían de la época de la Independencia. La acreditación de esto derivó en que se declarara que la identidad de los huesos se corroboraba hasta "cierto límite", tomándose la decisión de enterrarlo como si se tratara de los restos pese a que no hubo un informe convincente. Se sepultó en el mausoleo militar y luego en la época del centenario se le trasladó al monolito en que descansa hasta hoy, dándosele todos los honores militares correspondientes. Esta historia, así mismo, ha sido cruzada a lo largo de los años por varios contrastes que la han cuestionado fehacientemente: se habló en un momento que el cadáver que se enterró en Til Til se trataba de otro soldado que fue muerto por accidente en el pueblo, y cuyo cuerpo se disfrazó como si fuera el del guerrillero para encubrir el hecho. También se dijo que efectivamente se habría desenterrado de la capilla anteriormente por un agricultor de la zona, el que abría buscado afanosamente los restos en el año 1968, y los que al contacto con las manos se hicieron polvo al ser descubiertos. Otros dijeron, según actas eclesiásticas, que se encontrarían en Santiago, en el Templo Metropolitano o en la iglesia La Merced.
Mitos.
Según explica Buono-core, el crimen de Rodríguez está lleno de mitos cuya verdadera solución, "obedece a una triste verdad": una orden directa de la Logia Lautarina y su gran maestro, el en esos años Director Supremo, Bernardo O`higgins, quien, se ha dicho muchas veces, consideraba a Rodríguez un peligro político. Según cuenta Buonocore: "El día anterior a su detención – el 18 de abril de 1818-, el guerrillero con varios personajes del pueblo chileno como Manuel José Gandarillas, Agustín Eyzaguirre, Juan Agustín Alcalde, fueron hacer peticiones constitucionales a O´higgins, las que pretendían implementar disposiciones que regularan el poder de su rango, así como también dirigidas a la realización de elecciones para formar un congreso nacional. Esto motivó que el Director Supremo ordenara el encarcelamiento de estos patriotas, hecho que finalmente dio impulso al guerrillero para irrumpir a caballo en el palacio de gobierno, protesta que desembocó en su encarcelamiento. La historia oficial cuenta que fue apresado por revoltoso. Eso no es así. Fue por apoyar una petición democrática. Luego se le impusieron dos cargos, primero de sedición, por no disolver el escuadrón de los Húsares de la Muerte y no entregar las armas, lo que se habría demostrado después que era falso, y luego otro por conspiración, a motivo de enviarle una carta al argentino- francés, Ambrosio Cramer, intimo amigo de José Miguel Carrera en que le decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela, vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". Esto no fue bien interpretado por las autoridades. Después de su muerte, por lo que representaba para la gente, su crimen se disfrazó, diciendo que había partido al Perú como espía. Cuando se ordenó el traslado de Rodríguez, su escolta no estaba compuesta por soldados chilenos, sino por argentinos y españoles a la cabeza de Rudercindo Alvarado, quien anteriormente estuvo a cargo de la cárcel de San Pablo, de donde el húsar habría alguna vez escapado. Alvarado es al fin quien realmente lo mata, y su muerte ha sido una mala interpretación histórica casi por 200 años. El proyectil no fue la causa. Murió con una bala en la axila, la que por el modelo de carabina era una pesada munición de plomo que lo botó al suelo. Cuando quiso levantarse recibió un golpe de sable en la cabeza, un traumatismo encéfalo craneano".
El Largo Viaje de Largo Viaje
A 41 años del éxito de Largo Viaje, considerada la primera película del cine social realista chileno, habla su protagonista, el niño que en un melancólico viaje al cementerio buscaba devolverle las alitas de papel a su hermanito muerto. También comentan el valor de la cinta importantes figuras relacionas al cine criollo y a su ámbito patrimonial.
Tuvo dos hijos muy recordados: el primero fue una siniestra figura infantil hecha de yeso a partir de la imagen verdadera de un niño "¿Un hombrecito?", preguntó alguien en el conventillo de utilería donde se filmó la secuencia. "No, un angelito", respondió la vieja partera pobre en la misma, explicando con esto que la guagua nació muerta.
El famoso director Patricio Kaulen, miembro de la Democracia Cristiana y presidente de Chilefilms en el gobierno de Frei Montalva; luchador incansable para impulsar leyes para la empresa de cine criolla durante la época; autor de recordadas películas propias o en coproducción con figuras como José Bohr y Jorge Delano; considerado el pionero del cine realista social chileno, nacido el 8 de abril de 1921 y muerto de una infección pulmonar en febrero de 1999, es padre además de un anónimo -pero famoso- mocoso pobre. Un pililo como se decía en los años 60.
Se trata de Enrique de 8 años - y que fue verdaderamente fue uno de sus 5 hijos en la realidad - quien por los lindes blanco y negro de un Santiago desaparecido que en si es el anecdótico recorrido argumental de la película "Largo Viaje", buscaba devolverle a su hermanito muerto las alas de papel volantín que le pusieron de adorno en su velorio y que "se le quedaron olvidadas" en su posterior viaje al Cementerio General.
El velorio del la guagua
"Pobrecita la guagüita / que del catre se cayó / ¡que se cayó hay sí¡ allá van 47, allá van 48, allá van 49 ...". Este estribillo folclórico cuya enumeración crecía de acuerdo a los borrachos caídos en medio de su entonación, coronó la escena del velorio, de paso de las más recordadas en el cine criollo, y en que se ve el cadáver de un niño sentado en una silla de paja rodeado de una macabra fiesta campesina. Así se inaugura el filme, en una delirante secuencia que determina la continuidad de los dos viajes mortuorios que se sostienen en su duración: el primero, es cuando el padre de la criatura –el fallecido actor Rubén Ubeira- va a enterrar al niño puesto ceremoniosamente en una caja de fruta, transportándolo en una micro desde Arturo Prat hasta el cementerio cerca de Recoleta.
Este éxodo es el detonante que impulsa el segundo y principal viaje de la cinta en que para devolver las alitas olvidadas el niño protagonista viaja entre los baldíos llanos y conventillos de calle Gálvez, cercanos a paseo Bulnes. Se mueve por la populosa San Diego, el Centro y sus recovecos proleta; Mapocho y un ambiente delictual y de putas, que llega a las riveras del río, Avenida La Paz y a su ajetreado comercio de la Vega y la Pérgola de las Flores.
Finalmente todo termina en una hermosa escena donde el pequeño protagonista corre directamente a la entrada principal del camposanto, que en un movimiento de cámara comienza a perderse en la distancia hasta que aparecen las letras "fin".
Como dice Ascanio Cavallo en su libro "Explotados y Benditos del Cine Chileno de los 60", ésta se trata de "una historia de pequeños seres terrestres vigilados siempre por pequeños seres halados". Al personaje de este filme, considerado por su muy pensada simbología interna y la extremada inclinación religiosa de su autor, el más cristiano de aquellos años, siempre lo vigila una paloma que lo acompaña hasta el último plano: "la esperanza", como tema acorde a como da a entender Caballo, la indiscutible vocación realista que no se desprende nunca de la indudable intención cristiana de Kaulen. "Su visión de la ciudad hostil aparece contrapuntada por los ritos y los hitos de la fe: el velorio del angelito, la imagen de la Basílica de los Sacramentinos que acompaña la salida del padre, la iglesia de las Agustinas donde el niño se refugia de sus perseguidores, etc". "¡Un icono!" en todo su ámbito, como opina enfática la restauradora Carmen Brito, jefa del área técnica de la Cineteca Nacional, recordando que hasta este año de Largo Viaje existían sólo tres copias en muy mal estado y no había ningún negativo. "Tuvimos que mandar a México estas copias y de las tres hacer una que fue limpiada y restaurada y después hacer de esa un negativo nuevo", señala, remarcando además la importancia de la cinta dentro de la industria nacional históricamente: "Esta es una de las mejores películas chilenas. Significa en todo aspecto lo que la Cineteca Nacional quiere mantener y rescatar: las calles, las costumbres, los personajes de la época; cómo era la sociedad, lo descarnado que Kaulen retrató extraordinariamente a través de las calles como Bulnes, que ya no es como sale ahí. Kaulen sin duda era una persona excepcional como director y humanamente. En la película por ejemplo salía don Julio que interpretaba el papel del abuelo del niño. Don Patricio siendo el presidente de Chilefilms tuvo siempre una amistad y una preocupación especial por él. Lo acompañó hasta la noche en que murió pese a que él también estaba enfermo y montaba su última película inconclusa "Vía Crucis". Esa generosidad me impactó mucho y era común en los grandes directores de esa época".
Otro que se refiere e este filme considerado por la UNESCO una de las 100 joyas del cine mundial, es el cineasta Gregory Cohen, quien recuerda que claramente se sintió muy identificado a primera vista con él, ya que la cercanía cotidiana que tenían las escenas con su infancia era muy fuerte. La cinta, según evoca, fue una de las múltiples influencias que determinaron su profesión. " La propuesta de Kaulen es tremendamente potente. Además ésta es una de las últimas películas que recoge una ciudad que ya se fue definitivamente. También se ve la relación entre las personas, los usos, los modos de mirar y entenderse. Y qué hablar de escenas emblemáticas como las del velorio en que hay un contrapunto entre lo grotesco y lo solemne. La película es un cambio dentro del cine chileno. Es una cinta de un realismo social que generó escuelas para lo que vino después en filmes con una dedicación social desde un punto de vista más político. Fue escuela para Ruiz, Littín y Aldo Francia", dice.
Así mismo Andrés Wood también opina: "Largo viaje es definitivamente un punto muy alto en la cinematografía nacional y no puedo hacer nada más que alabarla. Es lo de cine chileno que me interesa por su raíz neorrealista. Hay una influencia en la manera de ver de ese cine y que es parecido a lo que a mí me interesa hacer. La veo como algo relacionado con La Buena Vida que es un registro del Santiago de los 60. Responde muy acertadamente a una época del cine latinoamericano".
Wood sitúa la obra de Kaulen en importancia junto al Chacal de Nahueltoro, según dice por la fuerza política con que muestra nuestra sociedad y "que se ve bien 40 años después. No sé cuántas de las películas chilenas que se hacen ahora podrán decir lo mismo", concluye.
"El roto perico"
Cada cierto tiempo se lo preguntan:
-Usted se me hace muy conocido pero no sé de dónde.
-¿A usted le gusta el cine chileno viejo?
- Si, pero eso qué tiene que ver.
-¿Se acuerda del niñito que salía en la película Largo Viaje de Patricio Kaulen?...
"Este niño ya tiene 50 años", dijo Enrique la semana pasada cuando nos recibió en su centro de sanación energético en la calle Colón en Las Condes. Luego de haber trabajado además en comerciales hasta los 12 años para Bresler y la desaparecida marca Findus, estudiado actuación para darse cuenta que no era lo suyo, e incluso, haber hecho de extra en el filme de Germán Bekett "Ayúdeme Usted Compadre de 1969", hoy está dedicado a algo completamente distinto. Da vida a los enfermos crónicos y terminales que los médicos han desahuciado. Practica el chamanismo, la medicina alternativa y naturista con muy buenos resultados, y sigue una búsqueda espiritual que comenzó a sus 17 años, según cuenta, después de una enfermedad muy grave. Usa las terapias energéticas como el Reiki, la macrobiótica u otras técnicas de psicoterapias avanzadas que ha traído desde fuera del país, y conserva la misma sonrisa desde hace 40 años.
Se sienta en un cómodo sillón en medio de una habitación con olor a incienso e imágenes orientales. Relajado retrocede a sus días como estrella de cine: "Hubo en la selección una cantidad enorme de niños de distintos barrios de Santiago queriendo ser el protagonista, el niño de la película que ni siquiera tenía nombre aunque dentro del equipo de producción los argentinos que participaban le pusieron "el roto perico". Eso nunca se supo o si se dijo fue en alguna entrevista de aquellos años.
-¿Y cómo te eligieron finalmente para ser "el roto perico"?
-Es que el equipo de filmación me veía rondar porque con mi familia vivíamos en Manquehue con Eloísa Díaz, y como mi papá era el presidente de Chilefilms estábamos a dos cuadras del estudio. Pasábamos todo el día ahí jugando entre las cámaras. Me convertí en el niño actor por una insistencia de ellos y también por una cosa funcional. Era muy complejo tener un niño de 8 años con una familia alrededor siendo el actor de una película, ya que si era contratado a lo mejor no quería cumplir. Uno ve ideal ser niño del cine, pero estás trabajando duramente. Sobre todo a los 8 en que eres un personaje público. En este sentido tuve un asedio de los fanáticos hasta los 11 o 12 años y cuando fue el estreno mi papá no me dejó ir. Todos se lo reprocharon ¿porqué no trajiste al Ernriquito?, le decían.
-¿Pero supongo que también hubo aspectos positivos?
-Claro, porque eres muy querido y hay muchas mañas que se peden lograr. A mí por ejemplo me sacaron en septiembre del colegio y volví al año siguiente. Mis compañeros de curso tenían fotos puestas mías y todo y me hacían competencia. Andaba muy creído. De pago pedí dos bicicletas. Una para mi y otra para mi hermano. Dos para que obviamente el no me pidiera la mía (risas). También me acuerdo que me pagaron el equivalente a cien mil pesos de ahora y que mi voz la dobló una mujer.
-Hay una relación muy hermosa del personaje con un Santiago que ya no existe.
-Bueno, cuando niño eso me sirvió para conocer la ciudad después de que terminé la película. Santiago era muy distinto, no había la delincuencia que hay ahora. Tenía 10 años y me movía por todas partes en micro. Es bonito ver Largo Viaje y percibir cómo se ha ido modificando todo. La casa es en la calle Gálvez y hoy no existe. Construyeron una plaza y luego edificios. También sale Mapocho y avenida La Paz que parecía campo. Se mezclan los interiores reales y los estudios. La casa que se muestra por fuera donde salgo gritando "voy a tener un hermanito" es un exterior real. En cambio la pieza donde se hace el velorio es en Chilefilms. Lo mismo pasa con el robo a la botillería. Afuera es el sector de Mapocho pero el interior es estudio. También estaba el club de tiro donde comienza la película en Lo Curro, que existió y que después se convirtió en la mansión de Pinochet.
-Hay escenas muy freak como el velorio de la guagua muerta en el conventillo ¿cómo recuerdas eso?
La guagüita existe todavía. Es un vaciado de un niño que murió y luego se sacó un original en goma al que nosotros curioseábamos levantando el vestido. Era un cuerpo de alambre y sólo las manos y la cabeza eran de plástico. Me acuerdo netamente que todo se hizo en una escenografía y que la música estaba cantada en vivo. Lo de la escenografía era increíble. Sabias que la luna que se veía en el cielo del conventillo era una bola de plomavit.
-¿Cómo ves la película después de tantos años?
-Desde distintas miradas. Desde la visión del niño y de atrás de las cámaras. Tengo información de los interiores y los exteriores. Podríamos conversar horas. Te podría contar anécdotas como cuando se filmó en la pérgola de las flores. Fue en una etapa donde estaba muy cansado y no rendía mucho. Entonces me decían que entremedio de las flores para motivarme había un billete de cinco escudos para que yo hiciera la escena donde estaba buscando las alitas. En las tomas debajo del puente yo también estaba cansado y mi papá tenía una Citroneta y me hacían dormir ahí, bien tapado con una frazada. Cuando tenía que hacer la parte que me correspondía me despertaban. Yo bajaba, filmaba y después volvía a dormir. Además no me dejaron quedarme porque había una escena donde una niña se abría la blusa y yo quería puro mirarle las pechugas y no pude.
-¿La niña que estaba con el cojo?
-Claro. Y no eran actores. En la película había personajes reales y que fueron elegidos así, como el mismo cojo o Julio Tapia, el abuelo. Él era el portero de Chilefilms, vivió y murió ahí. También Palmita, el que lleva la carretela con caballos que deja finalmente a mi papá en el cementerio, era también uno de los cuidadores. Personajes que estaban siempre cerca.
-¿Qué anécdotas recuerdas?
-Escenas. Había una en que me dijeron: "tienes que pasearte a poto pelado por el set". Era la parte donde el personaje se va a acostar con su abuelo. Fue difícil, él era el portero y yo era el hijo del presidente de Chilefilms. Me dio nervio, ja, ja, ja.
También cuando estaba en la calle La Bolsa en el Centro. Me llevaban a comer he iba con la ropa de la película y de repente los mozos quedaban pillos, preguntando cómo llegan con un pililo al restaurante. Me sacaban de un ala para afuera o miraban feo. El equipo de grabación se divertía mucho con eso.
-La paloma era un símbolo recurrente en la película ¿qué significa?
Era un hilo conductor. Eran cientos de palomas distintas. Yo creo que tenía significación en distintos niveles desde dónde quieras mirarlo. Puede ser hasta arquetípica. Uno de los discursos paradigmáticos de mi papá era el bien y el mal y la paloma era la representante del espíritu y la esperanza, de que las cosas van a resultar, la paz, el irse al cielo. Metafóricamente por un lado matan palomas en la alta sociedad y luego está la gente pobre y los niños que a la paloma la usan como un juego, la incomprensión, la ignorancia. Después está el personaje que salva una paloma, la esperanza. Es un hilo conductor que dentro del modelo de mundo de mi papá muestra una base literaria que era la divina comedia y que siempre estaba presente.
Tuvo dos hijos muy recordados: el primero fue una siniestra figura infantil hecha de yeso a partir de la imagen verdadera de un niño "¿Un hombrecito?", preguntó alguien en el conventillo de utilería donde se filmó la secuencia. "No, un angelito", respondió la vieja partera pobre en la misma, explicando con esto que la guagua nació muerta.
El famoso director Patricio Kaulen, miembro de la Democracia Cristiana y presidente de Chilefilms en el gobierno de Frei Montalva; luchador incansable para impulsar leyes para la empresa de cine criolla durante la época; autor de recordadas películas propias o en coproducción con figuras como José Bohr y Jorge Delano; considerado el pionero del cine realista social chileno, nacido el 8 de abril de 1921 y muerto de una infección pulmonar en febrero de 1999, es padre además de un anónimo -pero famoso- mocoso pobre. Un pililo como se decía en los años 60.
Se trata de Enrique de 8 años - y que fue verdaderamente fue uno de sus 5 hijos en la realidad - quien por los lindes blanco y negro de un Santiago desaparecido que en si es el anecdótico recorrido argumental de la película "Largo Viaje", buscaba devolverle a su hermanito muerto las alas de papel volantín que le pusieron de adorno en su velorio y que "se le quedaron olvidadas" en su posterior viaje al Cementerio General.
El velorio del la guagua
"Pobrecita la guagüita / que del catre se cayó / ¡que se cayó hay sí¡ allá van 47, allá van 48, allá van 49 ...". Este estribillo folclórico cuya enumeración crecía de acuerdo a los borrachos caídos en medio de su entonación, coronó la escena del velorio, de paso de las más recordadas en el cine criollo, y en que se ve el cadáver de un niño sentado en una silla de paja rodeado de una macabra fiesta campesina. Así se inaugura el filme, en una delirante secuencia que determina la continuidad de los dos viajes mortuorios que se sostienen en su duración: el primero, es cuando el padre de la criatura –el fallecido actor Rubén Ubeira- va a enterrar al niño puesto ceremoniosamente en una caja de fruta, transportándolo en una micro desde Arturo Prat hasta el cementerio cerca de Recoleta.
Este éxodo es el detonante que impulsa el segundo y principal viaje de la cinta en que para devolver las alitas olvidadas el niño protagonista viaja entre los baldíos llanos y conventillos de calle Gálvez, cercanos a paseo Bulnes. Se mueve por la populosa San Diego, el Centro y sus recovecos proleta; Mapocho y un ambiente delictual y de putas, que llega a las riveras del río, Avenida La Paz y a su ajetreado comercio de la Vega y la Pérgola de las Flores.
Finalmente todo termina en una hermosa escena donde el pequeño protagonista corre directamente a la entrada principal del camposanto, que en un movimiento de cámara comienza a perderse en la distancia hasta que aparecen las letras "fin".
Como dice Ascanio Cavallo en su libro "Explotados y Benditos del Cine Chileno de los 60", ésta se trata de "una historia de pequeños seres terrestres vigilados siempre por pequeños seres halados". Al personaje de este filme, considerado por su muy pensada simbología interna y la extremada inclinación religiosa de su autor, el más cristiano de aquellos años, siempre lo vigila una paloma que lo acompaña hasta el último plano: "la esperanza", como tema acorde a como da a entender Caballo, la indiscutible vocación realista que no se desprende nunca de la indudable intención cristiana de Kaulen. "Su visión de la ciudad hostil aparece contrapuntada por los ritos y los hitos de la fe: el velorio del angelito, la imagen de la Basílica de los Sacramentinos que acompaña la salida del padre, la iglesia de las Agustinas donde el niño se refugia de sus perseguidores, etc". "¡Un icono!" en todo su ámbito, como opina enfática la restauradora Carmen Brito, jefa del área técnica de la Cineteca Nacional, recordando que hasta este año de Largo Viaje existían sólo tres copias en muy mal estado y no había ningún negativo. "Tuvimos que mandar a México estas copias y de las tres hacer una que fue limpiada y restaurada y después hacer de esa un negativo nuevo", señala, remarcando además la importancia de la cinta dentro de la industria nacional históricamente: "Esta es una de las mejores películas chilenas. Significa en todo aspecto lo que la Cineteca Nacional quiere mantener y rescatar: las calles, las costumbres, los personajes de la época; cómo era la sociedad, lo descarnado que Kaulen retrató extraordinariamente a través de las calles como Bulnes, que ya no es como sale ahí. Kaulen sin duda era una persona excepcional como director y humanamente. En la película por ejemplo salía don Julio que interpretaba el papel del abuelo del niño. Don Patricio siendo el presidente de Chilefilms tuvo siempre una amistad y una preocupación especial por él. Lo acompañó hasta la noche en que murió pese a que él también estaba enfermo y montaba su última película inconclusa "Vía Crucis". Esa generosidad me impactó mucho y era común en los grandes directores de esa época".
Otro que se refiere e este filme considerado por la UNESCO una de las 100 joyas del cine mundial, es el cineasta Gregory Cohen, quien recuerda que claramente se sintió muy identificado a primera vista con él, ya que la cercanía cotidiana que tenían las escenas con su infancia era muy fuerte. La cinta, según evoca, fue una de las múltiples influencias que determinaron su profesión. " La propuesta de Kaulen es tremendamente potente. Además ésta es una de las últimas películas que recoge una ciudad que ya se fue definitivamente. También se ve la relación entre las personas, los usos, los modos de mirar y entenderse. Y qué hablar de escenas emblemáticas como las del velorio en que hay un contrapunto entre lo grotesco y lo solemne. La película es un cambio dentro del cine chileno. Es una cinta de un realismo social que generó escuelas para lo que vino después en filmes con una dedicación social desde un punto de vista más político. Fue escuela para Ruiz, Littín y Aldo Francia", dice.
Así mismo Andrés Wood también opina: "Largo viaje es definitivamente un punto muy alto en la cinematografía nacional y no puedo hacer nada más que alabarla. Es lo de cine chileno que me interesa por su raíz neorrealista. Hay una influencia en la manera de ver de ese cine y que es parecido a lo que a mí me interesa hacer. La veo como algo relacionado con La Buena Vida que es un registro del Santiago de los 60. Responde muy acertadamente a una época del cine latinoamericano".
Wood sitúa la obra de Kaulen en importancia junto al Chacal de Nahueltoro, según dice por la fuerza política con que muestra nuestra sociedad y "que se ve bien 40 años después. No sé cuántas de las películas chilenas que se hacen ahora podrán decir lo mismo", concluye.
"El roto perico"
Cada cierto tiempo se lo preguntan:
-Usted se me hace muy conocido pero no sé de dónde.
-¿A usted le gusta el cine chileno viejo?
- Si, pero eso qué tiene que ver.
-¿Se acuerda del niñito que salía en la película Largo Viaje de Patricio Kaulen?...
"Este niño ya tiene 50 años", dijo Enrique la semana pasada cuando nos recibió en su centro de sanación energético en la calle Colón en Las Condes. Luego de haber trabajado además en comerciales hasta los 12 años para Bresler y la desaparecida marca Findus, estudiado actuación para darse cuenta que no era lo suyo, e incluso, haber hecho de extra en el filme de Germán Bekett "Ayúdeme Usted Compadre de 1969", hoy está dedicado a algo completamente distinto. Da vida a los enfermos crónicos y terminales que los médicos han desahuciado. Practica el chamanismo, la medicina alternativa y naturista con muy buenos resultados, y sigue una búsqueda espiritual que comenzó a sus 17 años, según cuenta, después de una enfermedad muy grave. Usa las terapias energéticas como el Reiki, la macrobiótica u otras técnicas de psicoterapias avanzadas que ha traído desde fuera del país, y conserva la misma sonrisa desde hace 40 años.
Se sienta en un cómodo sillón en medio de una habitación con olor a incienso e imágenes orientales. Relajado retrocede a sus días como estrella de cine: "Hubo en la selección una cantidad enorme de niños de distintos barrios de Santiago queriendo ser el protagonista, el niño de la película que ni siquiera tenía nombre aunque dentro del equipo de producción los argentinos que participaban le pusieron "el roto perico". Eso nunca se supo o si se dijo fue en alguna entrevista de aquellos años.
-¿Y cómo te eligieron finalmente para ser "el roto perico"?
-Es que el equipo de filmación me veía rondar porque con mi familia vivíamos en Manquehue con Eloísa Díaz, y como mi papá era el presidente de Chilefilms estábamos a dos cuadras del estudio. Pasábamos todo el día ahí jugando entre las cámaras. Me convertí en el niño actor por una insistencia de ellos y también por una cosa funcional. Era muy complejo tener un niño de 8 años con una familia alrededor siendo el actor de una película, ya que si era contratado a lo mejor no quería cumplir. Uno ve ideal ser niño del cine, pero estás trabajando duramente. Sobre todo a los 8 en que eres un personaje público. En este sentido tuve un asedio de los fanáticos hasta los 11 o 12 años y cuando fue el estreno mi papá no me dejó ir. Todos se lo reprocharon ¿porqué no trajiste al Ernriquito?, le decían.
-¿Pero supongo que también hubo aspectos positivos?
-Claro, porque eres muy querido y hay muchas mañas que se peden lograr. A mí por ejemplo me sacaron en septiembre del colegio y volví al año siguiente. Mis compañeros de curso tenían fotos puestas mías y todo y me hacían competencia. Andaba muy creído. De pago pedí dos bicicletas. Una para mi y otra para mi hermano. Dos para que obviamente el no me pidiera la mía (risas). También me acuerdo que me pagaron el equivalente a cien mil pesos de ahora y que mi voz la dobló una mujer.
-Hay una relación muy hermosa del personaje con un Santiago que ya no existe.
-Bueno, cuando niño eso me sirvió para conocer la ciudad después de que terminé la película. Santiago era muy distinto, no había la delincuencia que hay ahora. Tenía 10 años y me movía por todas partes en micro. Es bonito ver Largo Viaje y percibir cómo se ha ido modificando todo. La casa es en la calle Gálvez y hoy no existe. Construyeron una plaza y luego edificios. También sale Mapocho y avenida La Paz que parecía campo. Se mezclan los interiores reales y los estudios. La casa que se muestra por fuera donde salgo gritando "voy a tener un hermanito" es un exterior real. En cambio la pieza donde se hace el velorio es en Chilefilms. Lo mismo pasa con el robo a la botillería. Afuera es el sector de Mapocho pero el interior es estudio. También estaba el club de tiro donde comienza la película en Lo Curro, que existió y que después se convirtió en la mansión de Pinochet.
-Hay escenas muy freak como el velorio de la guagua muerta en el conventillo ¿cómo recuerdas eso?
La guagüita existe todavía. Es un vaciado de un niño que murió y luego se sacó un original en goma al que nosotros curioseábamos levantando el vestido. Era un cuerpo de alambre y sólo las manos y la cabeza eran de plástico. Me acuerdo netamente que todo se hizo en una escenografía y que la música estaba cantada en vivo. Lo de la escenografía era increíble. Sabias que la luna que se veía en el cielo del conventillo era una bola de plomavit.
-¿Cómo ves la película después de tantos años?
-Desde distintas miradas. Desde la visión del niño y de atrás de las cámaras. Tengo información de los interiores y los exteriores. Podríamos conversar horas. Te podría contar anécdotas como cuando se filmó en la pérgola de las flores. Fue en una etapa donde estaba muy cansado y no rendía mucho. Entonces me decían que entremedio de las flores para motivarme había un billete de cinco escudos para que yo hiciera la escena donde estaba buscando las alitas. En las tomas debajo del puente yo también estaba cansado y mi papá tenía una Citroneta y me hacían dormir ahí, bien tapado con una frazada. Cuando tenía que hacer la parte que me correspondía me despertaban. Yo bajaba, filmaba y después volvía a dormir. Además no me dejaron quedarme porque había una escena donde una niña se abría la blusa y yo quería puro mirarle las pechugas y no pude.
-¿La niña que estaba con el cojo?
-Claro. Y no eran actores. En la película había personajes reales y que fueron elegidos así, como el mismo cojo o Julio Tapia, el abuelo. Él era el portero de Chilefilms, vivió y murió ahí. También Palmita, el que lleva la carretela con caballos que deja finalmente a mi papá en el cementerio, era también uno de los cuidadores. Personajes que estaban siempre cerca.
-¿Qué anécdotas recuerdas?
-Escenas. Había una en que me dijeron: "tienes que pasearte a poto pelado por el set". Era la parte donde el personaje se va a acostar con su abuelo. Fue difícil, él era el portero y yo era el hijo del presidente de Chilefilms. Me dio nervio, ja, ja, ja.
También cuando estaba en la calle La Bolsa en el Centro. Me llevaban a comer he iba con la ropa de la película y de repente los mozos quedaban pillos, preguntando cómo llegan con un pililo al restaurante. Me sacaban de un ala para afuera o miraban feo. El equipo de grabación se divertía mucho con eso.
-La paloma era un símbolo recurrente en la película ¿qué significa?
Era un hilo conductor. Eran cientos de palomas distintas. Yo creo que tenía significación en distintos niveles desde dónde quieras mirarlo. Puede ser hasta arquetípica. Uno de los discursos paradigmáticos de mi papá era el bien y el mal y la paloma era la representante del espíritu y la esperanza, de que las cosas van a resultar, la paz, el irse al cielo. Metafóricamente por un lado matan palomas en la alta sociedad y luego está la gente pobre y los niños que a la paloma la usan como un juego, la incomprensión, la ignorancia. Después está el personaje que salva una paloma, la esperanza. Es un hilo conductor que dentro del modelo de mundo de mi papá muestra una base literaria que era la divina comedia y que siempre estaba presente.
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