domingo, 29 de noviembre de 2009

Laberintos de melancolía pura

Entrando por un costado del viejo Hotel Crillón –casi en la esquina de Agustinas con Ahumada- donde hoy está precisamente el “Ripley Crillón”, podemos comenzar a hilvanar la oculta continuidad interna de nuestra capital. O como decía un poeta amigo, refiriéndose a las galerías comerciales: “ese otro cielo de tungsteno, bajo el que la vida discurre como una delicada cuerda”. Vemos bombonerías, tiendas de perfume, melancólicos maniquíes que lucen ropa de hombre, neón que baña la cordura hasta el daltonismo, etc. Estos son los elementos de un singular paisaje que nos ofrece Santiago para recorrer de punta a codo el interior de sus céntricas fachadas. El trámite nos recuerda un poco los fondos repetidos de alguna caricatura ochentera.
Una vez afuera de esta primera galería que sale hacia Huérfanos 1052, junto a donde estuvo el viejo teatro Royal en que alguna vez cantó Gardel, podemos continuar el viaje por el pasaje Edwards. Este turbio fondeadero de localuchos unidos por el enclaustramiento y el olor a viejo nos ofrece una sensación especial. Las peluquerías conviven aquí con las agencias de lotería, fotocopiadoras, cines porno, filatelias, compraventas de joyas en el subterráneo, un local enorme y fuera de tono de Falabella, etc. Adentrándonos bien y ya caminando hacia Ahumada, cruzando el paseo peatonal, tenemos el Pasaje Matte y su estridente brillo de joyerías y cafés con pierna repletos por la tarde. Siguiendo por ahí, y ya por el lado de Estado, encontramos la Galería España. Aquí se destacan la Librería Francesa y la tradicional Juguetería Alemana llena de miniaturas de soldados y aviones para armar. Su vitrina es recuerdo recurrente para muchas generaciones que aquí se surtieron de los juguetes más exclusivos y curiosos de Santiago. Caminando por estos pasillos encontramos, además, una fauna de pintorescas tiendas de decoración, repletas de estatuillas y mapas mundi, armas a fogueo y rompecabezas. Sus múltiples salidas nos ofrecen más laberintos: viejos cines encallados entre la soledad de peluquerías y sexshop, tiendas de esoterismo y más filatelias o tiendas de ortopedia, locales de todo a mil, librerías, tiendas de pelucas, etc. Recuerdo a Neruda que decía, “a veces el olor de las peluquerías me hace llorar a gritos”. Uno, como él, camina por aquí, “marchito como un cisne de fieltro”, entre estas turbias y enredadas aguas de origen y ceniza, alumbradas siempre por pequeños y miserables soles de tungsteno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La voz del Polaco Goyeneche

Pienso en esa voz tan conocida. La estridencia necesaria que me trae una sensación de que la vida, o eso que se desarrolla en el interior de una de estas letras de tango, es una oscura certeza. La medialuna del disco, el acetato circular de lo eterno, girando al ritmo del corazón. La voz del Polaco se detiene como una gris enfermedad que se sorprende así misma esperando un latido dentro de un cuerpo moribundo. Latidos lentos, en que la piel esta disociada de la vida que no parece nada más que una circunstancia. Los latidos continúan y se detienen. La voz de Roberto habla precisamente de vidas que se detienen. “Turbio fondadero donde van a recalar / naves que en el puerto ya por siempre han de quedar. / Turbio fondadero de las naves que al morir/ sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir”…..
Pienso en esa voz. Una noche en Valparaíso conocí a la nieta de Ricardo Tanturi, uno de los grandes directores de orquesta de la historia del tango. Coincidimos en el Cinzano. Fue sin duda un grato encuentro brindado por la casualidad, surtido como toda circunstancia parecida, con el azar de una noche de cervezas y de tangos.
Cantamos algunos. Ella se recordó así misma, de niña, en algún teatro de la noche con el viejo Troilo, con el Polaco y con tantos otros. Eran homenajes a su abuelo, cosas así.
Fue una noche llena de fantasmas. Tangos que se parecen a la soledad y al apego:


Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.

Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
só1o sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.

Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.

Puntos neurálgicos de poesía al aire libre

Iniciando un poético recorrido, desde los adoquinados rincones de la calle Cienfuegos interior -número 33 segundo piso-, podemos ver que nuestra capital ofrece al curioso las sutiles, aunque un tanto escondidas, riquezas de un particular museo de “casas viejas”. En este sentido, no puede dejar de mencionarse el tango que lleva este nombre, y que hace alusión a la nostalgia de las añosas construcciones que se han ido yendo: “¿Quién vivió en estas casas de ayer, /viejas casas que el tiempo bronceó, /patios viejos, color de humedad, /con leyendas de noches de amor?”
La respuesta a esta melódica pregunta, y haciendo referencia al apelativo de “poético” que puede darse a este recorrido es: primero, el poeta Vicente Huidobro, cuya vieja casa en la mencionada dirección de Cienfuegos hoy es una ruta de peregrinación al paso de los vates jóvenes. Aquí se juntaban con el creacionista los poetas de la generación del 38, como Teofilo Cid, Enrique Gómez Correa y Eduardo Anguita. Hoy los dueños del lugar, don Alejandro y su familia -que compraron la casa después de la muerte del poeta en el año 48- dicen no saber mucho y sólo conocer el nombre de Huidobro como un lejano eco que referencia la fama del autor de un libro llamado Altazor. Relatan que compraron el lugar a un juez de la corte suprema que se los habría comprado anteriormente a los Huidobro.
Siguiendo hacia el sur, luego de abordar las atochadas líneas del metro Los Héroes para bajarnos en la estación Franklin y caminar de ahí hacia el poniente, es posible tener acceso a un segundo lugar mágico. Se trata de la escondida plaza Huemul, rodeada de hermosas casas de barrio que datan del año 20. El lugar está yendo por Placer y doblando por Waldo Silva.
Ahí se ubica entre otras curiosidades la casona que Silvio Caiozzi usó para su película Coronación, y además, un poco más allá, nuestro nuevo punto poético: la casa de la señora Marta y la pequeña Belén, donde en 1922 vivió la poetiza Gabriela Mistral.
En este barrio la Premio Nóbel se movía con su sombría figura de maestra de pueblo, haciendo clases incluso en una escuela que está casi al frente del lugar. La señora Marta relata que la casa ha tenido muchas remodelaciones y que casi nadie sabía que ahí vivió Mistral hasta que el alcalde Ravinet mandó a poner una placa en la puerta. Eventualmente estos dos sitios no gozan del reconocimiento popular de nuestro tercer punto de poesía al aire libre. Volviendo al metro, para llegar cerca del Cerro San Cristóbal, es posible encontrar en sus cercanías –Fernando Márquez de la Plata específicamente- la casa de Pablo Neruda. Ahí las remodelaciones o las visitas obedecen a funcionales ideas de marketing de la Fundación Neruda, que ha cargo del abogado Juan Agustín Figueroa, es un hermoso museo que habla metafóricamente de la consolidación masiva que logró el poeta a diferencia de sus otros dos colegas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Vuelvo al sur

“Llevo el sur como un destino del corazón”, esplendida nota de letargo y melancolía que nos ofrece el Polaco. Esa voz mezclada con el misterio de una interpretación durísima y casi taxativa: “soy del sur como los aires del bandoneón”. Letras inolvidables, que al pasar por el oído son pasto de recuerdo cuando se evocan esos lindos tangos, música de fondo para algunos pasajes de la vida: “eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado, como un pájaro sin luz”.
Recuerdo otros años. La habitual costumbre de pararme en Ahumada a eso de las 11 y escuchar a don Carlos que interpretaba su pequeño repertorio. Eran letras conocidas y por supuesto, entremedio, estaba la grata sorpresa de algo inédito, una luz febril, brillando allí donde un poco de negra verdad nos espera como un gesto, la caída de una hoja, algún amor que se fue a los 20 años.
Me paraba a diario por meses en la misma esquina. Venían otros. Un señor pedía el clásico “Naranjo en flor”. La escena: una lágrima se le asomaba al final de la letra. Un día le pregunté y me dijo que aquel tango le recordaba a su mujer muerta. “Qué le habrán hecho mis manos, qué le abran hecho…”.
Yo pensé en lo que a mi me recordaba. A Buenos Aires y alguna caminata desde una pensión de estudiantes al Café de la Ciudad donde alguna vez le dije a un amor que ya todo se había roto. San Juan y Boedo. Una noche con la luna brillando en el cielo. Una luna fría como un puñal clavado sobre el agua. El tango fue siempre esa maravilla triste que aparece por ahí, quizás en alguna tienda de lámparas en Valparaíso, donde unos jovenes se abrazan al amor como a un poema: “En la gris penumbra de mi pieza, de este cuarto nuestro que parece tan grande desde que faltas tú
¿Por qué sendero de infortunio paseará tu tristeza?
Y aquí, yo solo con el adiós temblando en el alma, en la madrugada febril de la desesperanza, escuchando el eco alucinado de tu paso pequeño que se aleja,
y la música triste de tus palabras que se van adelgazando hasta el silencio”.



http://www.youtube.com/watch?v=ZPabI7xRUYs&feature=related

Imagen Mental

Recuerdo un poema que hablaba sobre un tipo que iba donde sus seres queridos, les abría la cabeza y les quitaba la imagen que cada uno tenía de él en la mente. Imágenes mentales del resto.
Me causa curiosidad eso. Una vez leí algo sobre que uno existe en distintos planos de percepción. El primero es el cómo te perciben los otros. El segundo es cómo te percibes a ti mismo en relación a los otros. Y el tercero es cómo te percibes tu mismo en relación a ti mismo sin intervención de los otros. A veces me siento feo por fuera y por dentro. Otras veces sólo por dentro. A veces ando todo seductor y las mujeres me miran en la calle u otras veces me ignoran como si fuera un poste o una cabina telefónica. En verdad, como el sujeto de ese poema, me gustaría pedirle a la gente la imagen mental que guardan de mí. O abrirme yo mismo la cabeza y sacar esa imagen.
Algo así como una foto movida, sacada a imagen y semejanza del prejuicio. Un autorretrato o una pintura hecha con menudencias de la vida. Resquicios, basura, escombros.