sábado, 31 de octubre de 2009

Leer a Rodrigo Lira es atreverse a salir en una foto con los ojos cerrados


"¡¿Cuánto vale el show de Rodrigo Lira?¡"

“Mis negros pensamientos no han de volver al dulce amor………………..”

Hojeo los poemas de Rodrigo Lira y pienso en una fotografía que le tomó mi papá hace muchos años. Creo que se conocían por la gente de revista La Bicicleta. Rodrigo sabía que mi viejo sacaba fotos y decidió pedirle unos retratos para un futuro libro que estaba preparando y que nunca llegaría a publicar en vida. Seguramente fue en algún minuto del año 79 u 80. Se juntaron en la casa de mi abuela en la Villa Frei. Lira se paró en el jardín y mi papá le sacó varias imágenes con una Cenit. Después de la sesión fotográfica tomaron once y se despidieron.
Me imagino a Lira buscando un buen fondo para su retrato. Lira posando junto a la puerta de madera semi-giratoria que da hacia el living o cerca de una ventana. Entre unos árboles o frente a una seca muralla de ladrillos. Junto a la reja negra de la entrada, etc.
En esa época mi viejo no tenía trabajo de fotógrafo sino que tomaba la cámara para hacer ocasionales retratos mientras caminaba por ahí. Venía llegando de Quintero donde había estado viviendo como hippie un par de años, pescando, haciendo bolsos de cuero y arreglando zapatos.
Antes había vivido ocasionalmente en Santiago o en Laguna Verde. El 11 de septiembre lo pilló en medio de un bosque en que vivía con su perro. Tuvo varios talleres a lo largo del tiempo. Talleres que en realidad no eran talleres sino piezas en que vivía con otros pintores sin futuro como pintores y a donde generalmente iban poetas sin futuro como poetas.
Su vida con los años se volvió una vuelta de tuerca en un tornillo vencido.
No había suerte. En los 80 las fotos de mi papá eran mayormente retratos de calle. De cines derrumbados o de gente moviéndose a la deriva en la neblina densa de las mañanas en la capital.
Todavía guardamos en la casa material de esa época. Fotos de Franklin o de la calle San Diego, con el cine Prat de fondo. Destartaladas micros o zapaterías de la calle Recoleta.
Fotos de desnudos en viejos sillones o en baños sucios, adornados por banderas chilenas.
Rodrigo Lira finalmente eligió de la sesión hecha en la casa de mi abuela una foto en que salía con los ojos cerrados. Como un topo.

Definición de topo: “Mamíferos excavadores. Permanecen activos las 24 horas del día, son diurnos y nocturnos, alternando periodos de actividad y descanso. Es un animal muy voraz, pero en invierno disminuye su movilidad, ya que entra a mayor profundidad.
Los topos dependen bastante del tacto para desenvolverse en su medio. En el hocico tienen unas proyecciones llamadas órganos de Eimer que se cree que potencian aún más su sensibilidad. Respira con rapidez como si intentase aprovechar al máximo su descanso. Se despierta súbitamente comenzando de nuevo la búsqueda del alimento.
No construye madrigueras permanentes, pues el terreno se hunde a medida que prosigue la excavación. Después de las lluvias, sale a la superficie y deja tras de sí una triple huella.
Habita en madrigueras excavadas por ellos mismos. Consiste en un sistema de túneles con muchas cámaras. Son animales que pasan la mayor parte de su vida debajo del suelo”.

Vuelvo a pensar en la fotografía donde sale Lira con los ojos cerrados y que después se perdió. A lo mejor quedó en algún cajón de su casa. A lo mejor quedó guardada una copia entre las fotos que mi viejo tuvo muchos años en cajas que hasta hace poco todavía no botaba a la calle.
Los ojos cerrados de Lira me hacen pensar en alguien que no le teme a la oscuridad. En un topo escarbando. Pienso en su rabiosa ingenuidad. Pienso en los túneles indelebles de Villa Olímpica.
Enrique Lihn decía que había un lugar para él en el Olimpo subterráneo de la poesía chilena. Yo creo que más bien era un lugar apartado en la Villa Olímpica subterránea de la poesía chilena, donde el desvelo transita por el embaldosado. Donde nuestros poetas se sientan en un columpio y abrazan la certeza de morir.
Pienso en la fotografía en que sale Rodrigo Lira con los ojos cerrados y recuerdo sus poemas.
Aprender a leer a Lira no es tarea fácil. Son silencios demasiado brutales. El asidero de sus poemas es una carga que va más allá de ese mito académico en que caen sus imitadores o imitadoras. Ellos no tienen dislexia en el corazón. Muchos no se atreven a salir en una foto con los ojos cerrados. Pero este no es un juicio sino desgraciadamente una circunstancia.

viernes, 30 de octubre de 2009

El Brodway criollo.

Al doblar por Dardignac uno se encuentra de sorpresa con este paseo que cruza Ernesto Pinto Lagarrigue y se pierde hasta los mismismos pies del San Cristobal. Este rincón goza de la variopinta y estrafalaria combinación del Santiago viejo con una remozada mezcla de marquesinas brillantes, talleres de arte y exclusivas tiendas de diseño. El centro de diversión culta de la capital se ha establecido con camas y petacas aquí, instalándose en pleno Bellavista, convirtiéndose en una competencia directa del barrio Lastarria. Sin duda estamos ante un rincón renovado, de encuentro. Un Brodway criollo que incita al paseante a detenerse en los murales callejeros, en los mosaicos del piso, en los anuncios de obras de teatro y en la brillante pintura que ha cubierto estas patrimoniales construcciones con aire de prosperidad y vida nueva. Y es gracias a las gestiones del Sindicato de actores y el empuje de su presidenta, la guapa y movida Fernanda García, que junto con los vecinos y la municipalidad hicieron que andar hoy por aquí sea introducirse a una nueva ciudad. Es un verdadero paseo de las estrellas. Basta golpear alguna puerta para encontrarse con los talleres artísticos de las destacadas Alejandra Quintana, Magdalena Vial, Ximena Cousiño, María José Mir. Meterse por estos umbrales es deambular por un submundo, salpicado por el tinte detallista del óleo y de un meticuloso trabajo que se diversifica en la instalación, arte textil y en variados tipos de experimentación pictórica. Otro lugar que encontramos en esta calle es el taller de arquitectura Colectivo 5. Son un grupo de amigos, en su mayoría de la Universidad Central, con innovadoras ideas de construcción, diseño de exclusivos muebles, y que conciben su oficina como una especie de gremio de artesanos de la Edad Media, donde todos trabajan relajadamente al son de un talento único, produciendo sólo ideas top. Al seguir se nos aparecen las marquesinas luminosas del Teatro Aparte, que exhibe la obra Sola y La sexualidad secreta de los hombres. Junto a esta sala tenemos la de Sidarte, donde en su tercera temporada se presenta “El día que me quieras”, una recomendable obra que transcurre en los últimos días de Carlos Gardel, con unas geniales interpretaciones de tangos y con mucho buen humor. Cerca está el estudio 245 donde se trabajan toda clase de instalaciones de escenografía publicitaria para los mall. Está además la tienda de Sandra Quezada, Enlace Diseño, cuyo amplio ventanal promete la exclusividad de ropa a medida. Hay lujosos y pintorescos restaurantes de comida peruana, bares, cafeterías, pubs, etc. Sin duda el aburrimiento no es una opción valida en este rincón.

Sabina a la carta


Bajo la vigilancia nocturna del cerro San Cristóbal, en Antonia López de Bello, entre la hermosa Plaza Constitución y la calle Mallinkrodt, encontramos los atrayentes destellos de una rojiza luminaria que nos llama a ser parte de la noche y a brillar. El Tolerance Restobar, El Perseguidor, el Cuatro y Diez y el bar Altazor, forman un boulevard exótico, que luego de las 10 de la noche recibe al trashumante, que más que tomar una cerveza busca estilo y aventura. Que más que aburrirse, fumando al son del bullicio alcoholizado y monótono de las noches de Bellavista, quiere acción y reflexión. En esta búsqueda es posible toparse aquí con un verdadero lujo: la voz del gran cantante popular, tanguero y poeta, Hugo Cruz.
Él y su “Banda de las noches perdidas” que se presentan todos los martes en La casa en el aire, ofrecen una singular dinámica. Mediante tarjetas en que se anota la canción deseada, el público puede pedir los mejores éxitos de Joaquín Sabina. Verdadera poesía a la carta y sin duda un homenaje que supera por mucho la simple imitación. Tanto así, que el guitarrista de la verdadera banda de Sabina, Antonio García Diego, quedó feliz el 2007 cuando tocó con estos chicos. La banda de las noches perdidas tiene algo propio y lo demuestra en Las noches de Sabina, espacio que lleva cuatro años de existencia en este lugar. Hugo Cruz es un consagrado cantante de tangos y fanático del interprete español. Mezcla como nadie, entre el humo de la bohemia y el ruido de las botellas de cerveza que se vacían, elegantes movimientos con una voz potente. Herencia de Roberto Goyeneche con pizcas de Elvis Presley, ingenio de Catulo Castillo con contorneos de Sandro y un gran sentido del humor, lo hacen sin duda ser uno de nuestros mejores cantantes urbanos. En su espectáculo es posible encontrar, por añadidura, una incondicional fauna de fanáticos que va desde poetas, como Pancho Carrasco que hace poco sacó su libro “Heraclito en el manicomio”, o enigmáticas musas de una noche fugaz, que buscan, entre la feroz juerga santiaguina, un minuto de diversión. Un minuto que dada la casualidad que nunca falta, podemos protagonizar nosotros, los que de repente llegamos a un lugar como este rincón, en que la noche parece durar para siempre.

La lectura del paisaje


Siempre he sido de los que les gusta ir al centro. De los que dicen “vamos al centro” como una opción necesaria, o más bien obligatoriamente entretenida. Para un concepto de entretención tan simple dirán algunos que no basta mucho revolverse el mate ni tener tanta creatividad. Sólo vivir cerca, tener un buen libro y aprovechar la brisa de la tarde para echarse a andar hacia el atestado Paseo Ahumada y sus vericuetos. Hacia Huérfanos, subiendo el puente que cruza la carretera a paso displicente, casi distraído, hojeando alguna crónica, cuento, poema, novela o lo que caiga.
Hace años recuerdo un encuentro con el poeta Eduardo Fariña que me sorprendió mientras iba leyendo –creo que la Música del azar de Paul Auster-. Yo me detuve un instante a esperar que el semáforo diera el verde.
Fariña, quien gustaba mucho de usar la palabra “parsimonioso”, me citó el caso de un poeta que no podía leer si no era caminando o parado en los semaforos.
Podría decir que se me aplica esta norma.
Esta y otra más. No puedo leer si no es en movimiento y además pronunciando en voz alta el texto. Dándole pequeñas exclamaciones, tiempos dramáticos, silencios de muerte y muchas sobre-actuaciones, más parecidas a una conversación con manos libres que a la revisión acuciosa que requieren ciertos libros.
Y no hay caso. Para mi esa es la única manera. De todos modos hace bien. Sirve para encontrar el sustrato irreal -¿es necesario?- que hay en la demarcación que cada pisada hace de las palabras y de la ciudad. Cada ciudad tiene sus buenos libros y sus épocas para leerlos.
Da la sensación, que más que un ejercicio es un modo de comprender algo. Cada paisaje nos da una noción diferente de lo que vamos leyendo. Por ejemplo, recuerdo una vez que fui a la Serena y ya era tarde. Me habían regalado en primera edición uno de los libros de Miguel Serrano. Creo que hablaba sobre el eterno retorno de Nietsche o el regreso de Hitler desde la Atlantida. Ya no me acuerdo.
Sólo podría decir que es una experiencia altamente recomendable recorrer caminos medios desolados con algún libro de esos. Llenos de esoterismo. El típico toque misterioso que guarda la primera edición. Da gusto leer primeras ediciones junto a la playa cuando no hay nadie o anda muy poca gente en algún pueblo chico.
En cambio en la ciudad no es grato. Ahí cabe mejor un libro nuevo. Quizás un Anagrama o alguno de poesía de Visor.
Hay libros para cada zona. Por ejemplo siempre es bueno leer a Enrique Lihn en Plaza de Armas. A Hemingway en un edificio de Caracol o en la calle Philips donde vivió Alessandri. A Jaime Quezada en la calle San Camilo. A Enrique Zorrilla en la calle San Ignacio. A George Perec en el cerro San Cristóbal cerca del funicular. A Omar Cáceres en la calle Cuevas. A Claudio Bertoni arriba del metro. A Roberto Merino frecuentemente no espero salir a la calle para leerlo. Me siento en la cocina y pongo los pies arriba del fregadero mientras miro la tarde y sus crónicas me llevan por el limbo. Para el barrio Puente y las tiendas de aluminio son geniales los libros de Cortázar. A Borges recomiendo leerlo en Patronato o cerca de la Vega central. Los libros de historia son reconfortantes en la calle Bulnes, mientras que los de recuerdos literarios de Lastarria o las miserables vivencias de Ricardo Puelma son maravillosos en la calle San Pablo o Matucana hacia el norte. El Parque Los Reyes es bueno para las novelas policiales o los libros sobre nazis. Bolaño se lee muy bien en la calle Serrano o Cóndor. A Diego Zúñiga le quedan bien las salas de espera para fumadores. Malú Urriola y José Ángel Cuevas los prefiero en calle Victoria. En Marín es bueno leer a Víctor López o a Jhon Ashbery. También a Wilfredo Mayorga o a poetas menores pero no menos buenos como Nervinson Machado o Juanito Podestá. A Priscila Cajales la leo en los supermercados. A Sergio Rodríguez Saavedra o Aristóteles España no los leo. A Floridor Pérez la calle Grecia, cerca de las ferias persa. Y en fin. El centro es la zona neutral para todos ellos. Ahí todo el mundo se encuentra. Las lecturas se miran a la cara y se desconocen o hallan gratos gestos de amistad que parecen hacerse un guiño momentáneo. Un guiño sin importancia y que finalmente es sólo un pretexto como es el paisaje un pretexto para existir, y leer es un pretexto para seguir caminando o hablando solo, mientras se hace de noche, es verano o invierno.

domingo, 25 de octubre de 2009

Pene pal´ que lea.


Sin duda ciertas tiendas y rincones del centro de nuestra ciudad están hilvanados por una búsqueda común. Son un laberinto continuo de pequeños placeres que no tiene un muy claro lugar de inicio, pero cuyo final siempre es el sexo, diversificado en detalladas formas. Usando juguetes, pequeños masajeadores de clítoris, cremas estimulantes que se aplican mediante un sensual e íntimo toqueteo que busca liberar las tensiones acumuladas durante este duro año que ya está en su brecha final. Consoladores que siempre son el producto estrella en sus variados tipos. Hay penes de silicona, de plástico, a tamaño real o del porte de un brazo, con exageradas rugosidades para las más exigentes, o copias fieles de los miembros viriles de actores famosos del cine triple X gringo. Hay un producto nuevo que permite hacer un molde del pene de la pareja o amante y anexarle un mecanismo vibrador. Existen complejos penes de apariencia real, que incluso tienen la gracia de eyacular, y que además de ser fetiches de placer, parecen tótem en miniatura. Pequeños monumentos hechos como para probar que la tecnología todo lo puede. Hay muñecas eróticas, provocadora y minúscula lencería y una serie de sugestivos juguetes y cremas naturales para sexo anal y masajes de pareja. Látigos, disfraces, bombas al vacío para agrandar el pene y pastillas que producen excitación. Películas con las más apetecidas actrices porno como Cytherea, una gringa que es la máxima exponente de la eyaculación femenina. Esta chica, al acabar, lanza por la vagina litros de líquido en medio de un desbordante orgasmo muy parecido a una explosión volcánica. También se encuentran en estas tiendas una serie de cintas de culto del género para adultos como las famosas películas Taboo, que tratan sobre relaciones incestuosas desplegadas con la maestría del buen porno ochenteno y con actores de culto. Más que nunca en esta temporada los dueños de los sexshop capitalinos sacan cuentas alegres. Son los vasos sanguíneos que se dilatan, según cuentan algunos; es la ausencia de ropa que trae imágenes de hermosas chicas enseñando el cuello y el bronceado final de sus escotes o la curvada línea de sus espaldas que termina en hermosos traseros redondos, infinitamente acariciables. ¡Ah, el verano que se aproxima y que hace crecer el deseo sexual de los chilenos! Y si alguien lo duda, sólo basta darse una vuelta por los sexshop para ver cómo la gente entra a buscar, más que nunca en los días de calor, algún juguete para pasar intensas horas de romance. Recomendamos darse una vuelta por la tienda Solo Adultos, frente al cerro Santa Lucía. Aquí puede el curioso proveerse de una serie de datos, películas y elementos exclusivos para pasar un verano como el cuerpo manda. También hay lugares interesantes desplegados a lo largo de la calle Huérfanos como el Gallery o el Sexram en Huérfanos 786, que sorprende con el aviso de Viagra natural femenino y cremas para combatir la disfunción eréctil.

viernes, 16 de octubre de 2009

“…Matucana donde toman los guapos en damajuana!”


Hoy, en cierto modo hacia su trecho final, la vieja calle Matucana conserva aún la herencia de cielo despejado, zona triste e interés histórico del 1800. El galope de las carreras de huaso a la chilena, el incesante bullir de los trenes y las cenagosas calles que rodearon el sector, fueron históricamente el escenario de hechos interesantes. Aquí las tropas chilenas partieron en tren a embarcase hacia la Guerra del Pacífico, y regresaron perdedoras de la Guerra Civil de 1891. Además, entre otros hitos, este fue el hogar de los personajes de “El Roto” de Joaquín Edwards Bello, quien describe este barrio hacia 1920 como “un arrabal bravío que se despereza en las mañanas al son de los pitazos de las locomotoras, y en que la noche trae la remolienda que lo hace vibrar con toques de vihuela, zapateo de cueca y gritería destemplada”. Bello, al hablar de esta fauna dice que su satélite rey es el armatoste de hierro de la Estación Central y la medialuna brillante de su reloj en la cúspide del techo.
Actualmente, aunque un poco lejos del folcrorismo fundacional de las postrimerías del siglo pasado, Matucana conserva en cierto modo aquella esencia deslavada, que desde Alameda hacia el fondo entra con relojerías, bodegas y fábricas de repuestos, fuentes de soda o picadas universitarias como El Entrelatas, almacenes y bares sórdidos, antiguos cites y conventillos de adobe, cuyos patios se coronan con frondosos árboles que tapan el sol. Deteriorados ramajes que dan una agradable sombra a la chiquillería que aquí juega con los burdos tonos del plástico desperdigados en juguetes rotos por el suelo.
Y aunque persiste el olor a cazuela y grasa de autos, no todo en este recorrido tiene impronta novelesca; ya más adentro, cobra el atractivo de los centros culturales Matucana 100, Biblioteca de Santiago y los encantos que la Quinta Normal, antiguo predio creado en 1842 para la enseñanza agrícola, ofrece a los visitantes; el Museo de Historia Natural, el de Ciencia y Tecnología y el nuevo de Arte Contemporáneo. También está el invernadero que resiste estoico el olvido de las autoridades, esta joya de 1892 que luce con vidrios rotos entre la tranquila foresta que vio alguna vez el prefacio de un duelo a muerte entre los poetas Jorge Teillier y Enrique Lihn por líos de faldas. El entrevero, dice el mito, nunca se realizó, ya que ambos no pudieron encontrarse por lo grande del lugar. Otro que tiene historias aquí es Alejandro Jodorowski, cuyo padre puso su tienda de géneros “El Combate”, que en la entrada tenía la pintura de dos perros tironeando un calzón de mujer, hecho que probaba la resistencia de la tela en la prenda femenina. Hacia su transcurso final, la calle se extiende con un repetido fluir de funerarias como la del Cristo Redentor, que en su publicidad ostenta con orgullo la fotografía de los servicios mortuorios prestados al General Merino en el año 96. Casi al lado encontramos la Librería Tarot, que ofrece literatura a precios módicos y el servicio de lectura de cartas por 5 mil pesos. Sin duda este rincón es un desfile de sensaciones que decaen en una especie de despedida que muy bien describe la cueca “Adiós Santiago Querido”: ¡Adiós, calle San Pablo / con Matucana / donde toman los guapos / en damajuana!

Las torres malditas.

La visión muda y escalofriante del vacío me hace subir el cuello hacia los altos de estas dos moles –o torres gemelas chilensis, en Carlos Antúnez con Providencia- que ostentan una celebre maldición. Entre los vecinos, incluso, se habla de “competencia” cuando se refieren a qué torre tiene más suicidas a su haber. Dicen que una tiene 13 y la otra como 15. Algún diario exageró un poco más y habló una vez de 70 suicidas por torre. Pero son cifras estimativas. Nadie lleva la cuenta de cuántas personas se han lanzado por la ventana, pegado un tiro o ahorcado, y ahora el tema parece haber perdido importancia. “No se mata nadie hace como dos años”, dice un portero con aires de alivio.
Otro estigma que guarda este lugar es el de la prostitución. No es secreto para nadie que antiguamente había en cada edificio más de una decena de prostíbulos. Además, en sus grandes cuartos se rumorea que hasta hace una década, antes del recambio generacional que trajo a propietarios más jóvenes, los antiguos dueños que eran en su mayoría ancianos solitarios, morían en un terrible hacinamiento y encierro de pobreza.
Entre cada torre hay un edificio de dos pisos, lleno de locales de ropa deportiva, de segunda mano, tiendas de decoración y de restaurants de autoservicio. Destaca aquí una academia de baile y una picada china con fenomenales platos a menos de dos mil pesos.
En el interior de este edificio intermedio, cuenta un locatario, varios vagabundos se escondían y emborrachaban hasta el coma alcohólico. Algunos morían después en la posta. Hoy deben cerrar temprano la subida o sino los vagos son un tema recurrente.
Este conjunto ha sido conocido además por misteriosos incendios y emanaciones toxicas.
Puede sentirse en esta manzana una singular atmósfera de soledad. Un toque de misterio que llama al curioso a hacerse la pregunta: ¿Hay fuerzas paranormales que accionan su influjo sobre estas torres malditas? Puede ser. La cercanía con la iglesia de la Providencia a pocos metros quizás tiene alguna relación. Los mitos populares siempre asocian a estas viejas construcciones leyendas de fantasmas o energías místicas. Esta parroquia albergó el siglo antepasado un orfanato a cargo de las monjas de la Providencia, quienes dieron el actual nombre a la avenida. La impronta antigua que tiene esta iglesia junto a las torres malditas crea un fabuloso escenario para la imaginación.
Por lo demás es un lugar que vale la pena conocer. A su alrededor una fauna de cafeterías y tiendas de oferta ha tomado un carismático cuerpo. Mientras se disfruta aquí de los rayos del sol veraniego puede echarse a andar la mente y su infaltable ansia de morbo.

sábado, 10 de octubre de 2009

La puta Santa Isabel


Las realidades de este sector son diferentes de día y de noche. Diurno es un lugar ajetreado y transitorio donde siempre hay cosas que ver, como el Monasterio de las Agustinas de la Limpia Concepción y su centenaria casona e iglesia de 1912, llena de gárgolas y con pinta de castillo medieval.
En la noche, sin embargo, esta manzana que comprende Vicuña Mackenna, Marín, Santa Isabel y Reina Victoria, se estanca como agua turbia. Cobra vida el brillo de los restaurant chinos. El neón de lugares como la mítica Shopería Munich, donde la luz amarillenta trae la nostalgia de un Santiago viejo, y la gente se detiene, inmóvil como en un cuadro de Edward Hopper.
Pulula camuflada una fauna de putas y travestis en las veredas. Corren leyendas urbanas como la del famoso “Mazinger Z”, que dicen las malas lenguas era el homosexual que saciaba los turbios apetitos de varios rostros de la televisión ochentera.
Hace poco un amigo fue el primero en hablarme de estos barrios y sus burdeles escondidos tras la fachada de viejas casonas. Indagando más pude llegar a uno estos locales para darme cuenta, con sorpresa, que la clientela ya casi no es de chilenos, sino que abundan los inmigrantes que han pasado a clavar su bandera en el burdel criollo como una plaga.
De todos modos, hoy, este otrora desbordante barrio rojo no quiere ser menos que antes, cuando el hervidero de putas rebalsaba las calles en un mórbido espectáculo de exhibicionismo que se remonta a los años 80 y 90. Es posible encontrar todavía varias casonas con chicas de la noche, populares bar swinger y alguna que otra aventura callejera a precio módico. El puterío sigue siendo aquí, aunque más piola, el pan de cada noche.
El burdel que visité era de lo mejor. Tenía música clásica, obras de arte del siglo XIX y una variedad de chicas desde exóticas peruanas hasta eróticas veinteañeras voluptuosas del sur. La dinámica de atención comienza en un decorado living en que todas las chicas se van presentando de a una, dan un besito en la mejilla y se van. Luego de esa breve demostración de sensualidad viene la elección. Por 20 o 30 mil pesos se está listo. Aunque finalmente no acepté la invitación, el dueño del lugar igual me mostró las cómodas piezas que repletaban su “local”, relatándome que el suyo era apenas un negocio pequeño, ya que en este mismo barrio, según él, están los puteríos más importantes de la capital e incluso del país.
Sin duda los nombres de las calles Santa Isabel y Reina Victoria, ahora más que evocar una distinguida realeza, parecen rememorar parafernálicos apodos de putas viejas.

sábado, 3 de octubre de 2009

¿Cuánto vale el libro más caro de Chile?

Hay un antes y un después de la librería de Eduardo Morel, ubicada en la Galería La Merced en plena calle Huérfanos cerca del cerro Santa Lucía. Otrora los libros antiguos eran una aburrida pila de papel viejo en la que se hurgaba afanosamente por horas buscando alguna ganga en pésimo estado. Las librerías de volúmenes usados eran lugares oscuros, sucios y poco especializados. Morel, en cambio, le dio a este negocio por primera vez en Chile el nivel europeo: el lujo de una fina encuadernación y el prestigio al cliente de ser poseedor de un docto símbolo de estatus y de un objeto de arte único.
Sus compradores son mayormente instituciones como la Fundación Neruda o empresas privadas que regalan libros raros a visitas internacionales. También vienen a este rincón profesionales jóvenes y exitosos, así como intelectuales de renombre. El Premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón, que escribía antes de morir una magna obra sobre el Santiago viejo, dejó reservado aquí el último libro de su vida, “Historia de la Bolsa de Santiago”. Son habitué, además, Jorge Edwards, Diego Maquieira, Cristián Warnken y el famoso fotógrafo ingles Martin Parr que compra por correo. Y es que las “joyas” que Morel guarda en sus bóvedas vuelven loco a cualquiera. Tiene la flamante antología encuadernada en cuero rojo que el mismo Neruda dedicó y regaló a Fidel Castro cuando se conocieron en Venezuela en 1959. Además hay a la venta manuscritos con poemas inéditos de nuestro Premio Nóbel. Entre ellos destaca uno que el vate escribió a los 16 años en Temuco, mucho antes de ser famoso. Vale tres millones y medio de pesos. Encontramos, además, la primera edición de la única novela de Salvador Dalí, dedicada con un dibujo fechado, firmado y con valor de 20 mil dólares. Una Biblia latina, editada en Nápoles en 1476, apenas 20 años después que la de Gutenberg. Una antigua edición de Camino de Escrivá de Balaguer, autografiado y con un precio de dos mil dólares. La Histórica Relación del Reino de Chile de Alonso Ovalle, impreso en Roma en 1646, con el primer mapa de Santiago. Este es el libro más caro sobre nuestro país. Vale 10 mil dólares. Encontramos la primera edición del Código Civil chileno de 1856. Primeras ediciones autografiadas de surrealistas franceses como André Breton y Paul Eluard. Todos los libros de Teresa Wilms Montt. El conocido Quijote de Ibarra, que se hizo famoso en la película de Polanski, La Novena Puerta. Sin duda vale la pena venir a conocer este museo del libro, donde además pueden encontrarse obras al alcance del bolsillo y de sumo interés para los estudiantes de literatura. Enrique Lihn, Teofilo Cid, Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez, etc. Un rincón único y lleno de mística.