miércoles, 30 de diciembre de 2009

Surfistas del asfalto

Ubicado en medio de la verde quietud de los descampados veraniegos del Parque O´higgins, este nuevo skate park ofrece gracias a la gestión de la Municipalidad un singular espectáculo y punto de encuentro. Al parecer, aquí la calurosa sequedad del asfalto hirviendo es un aliciente que despierta las ansias de subir al máximo la adrenalina. Se agudizan los sentidos y la emoción se desata en el brío de sudorosos cuerpos juveniles que se lanzan al vacío y a la aventura más grande. Los saltos en skate son, antes que nada, un encuentro cara a cara con la voluntad y el miedo que parece no importar cuando sólo está la textura rasposa de la tabla, la complicada pista de obstáculos y la caída que únicamente tiene dos resultados. Primero, la gloria de convertir a su ejecutante en el mejor acróbata, aterrizando indemne tras la pirueta desarrollada. Segundo, el fracaso absoluto cuando el skater termina de bruces en el suelo, con los codos rasmillados o el salto finaliza en un estrepitoso desparramo.
Este es el paisaje que podemos observar desde hace como un mes en las inmediaciones del pueblito. Esta nueva pista llena de obstáculos y concurrida diariamente por una insistente multitud -que pese al calor se instala aquí desde temprano-, es para los fanáticos de este deporte una nueva etapa en el rubro en lo que a Chile se refiere. Está considerada en foros de Internet como la pista más moderna y mejor equipada del país, enmarcándose dentro de los planes de modernización del parque, para lo que se tiene presupuestado invertir dos mil millones de pesos. Sólo el trabajo de este skate park costó 300 millones. La inauguración fue el 29 de noviembre pasado y se hizo con un súper torneo abierto a todo público. El vacío que se había apoderado de estas calurosas inmediaciones se llena hoy a toda hora con un autentico éxodo de chicos que con sus tablas parecen surfistas del asfalto, enemigos de la gravedad. La nueva cara del parque empieza a mostrar de a poco una sonrisa cautivante que nos hará subir la cabeza para ver como el skate alza su vuelo hacia el bicentenario y se sostiene indemne al tocar la tierra, conformando sinuosas piruetas de gloria.



martes, 29 de diciembre de 2009

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sobre Juguetes con uniforme. Nuevo libro de Juan Antonio Santis.


Por Mauricio Valenzuela

Juan Antonio Santis es, desde hace casi dos décadas, un escultor de nacionalismo. Sus dúctiles manos han esculpido soldaditos en miniatura moldeados luego en plomo y resina; efigies llenas de vida que recrean al valiente roto de la Guerra del Pacífico o reviven, con minucioso amor, a los héroes de nuestra América: Francisco Solano López, Candelaria Pérez, Arturo Prat, Diego Portales, O´higgins y Carrera, entre otros.
En cada una de estas piezas – comercializadas subterráneamente y casi sólo con un fin aventurero bajo el sello Dórica- encontramos, junto con una insistencia obcecada por algo que parece ya imposible –la admiración por el heroísmo de hombres ya olvidados-, un verdadero hito de continuidad en lo que a un antiguo oficio se refiere. Un oficio que en Chile tuvo a variados cultores, que como Santis quisieron, junto con legar la alegría en la creación de un juguete que pudiéramos llamar nuestro, perpetuar una identidad luchando contra lo masivo, lo triste de la producción en masa y sin vida de lo importado.
Santis por fin nos entrega un libro: “Juguetes con uniforme” que acaba de salir, dando nuevamente un golpe a la cátedra en cuanto a lo que el tema se refiere.
La preocupación de este modesto, pero a la vez prolífico investigador, se centra en los pequeños ídolos de la Historia. El juguete chileno que crea un imaginario nacionalista, donde subyace lo más hermoso de nuestro pueblo: el oficio, la niñez, la identidad, la tradición. El escultor Juan Antonio Santis hace mucho tiempo que deambula en una solitaria cruzada por los pasillos de una memoria que naufraga en ferias persas y casas de antigüedades. Su curiosidad no es sólo por una pieza de plomo, madera, plástico o cerámica. Su búsqueda es en verdad metafísica. Juan Antonio es un hombre que busca a Chile dentro de Chile. Los pedazos desteñidos de la patria son para él, como para pocos, materia de estudio y de museo. El Museo del Juguete Chileno ha sido un proyecto que ha ganado por años su desvelo y deambular por distintas oficinas públicas o frente a un cerro de autoridades que por lo que se ve aún no han tomado el peso de esta tremenda propuesta. Por lo menos si aún no tenemos este museo que tanto necesita el bicentenario, el nuevo libro nos da un primer atisbo, nos pone la piedra angular de un camino que se proyecta hacia un futuro esplendor en cuanto a nuestras tradiciones más lindas se refiere.

Las 71 páginas de este volumen bellamente diseñado a todo color, como un catálogo especializado nos introduce a un recorrido por nombres y objetos. En los juguetes de Ejército encontramos camioncitos blindados, tanques de lata de Envases Vásquez de la década del 40. Cañones de plomo fundido, jeep militares, tractores de artillería marca Pinocho, tambores de hojalata Neumann, cascos y soldaditos. En aviación encontramos preciosos avioncitos de lata litografiada, aeroplanos trimotor, biplanos e incluso piezas recortables. En los capítulos dedicados a bomberos, carabineros y marina no asomamos a lo bello del oficio y de las tradiciones cívicas del antiguo Chile.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Epopeya de las comidas y la Vega.

Lo brillante de la fruta; el olor fresco y a veces agrio de los vegetales apilados; la calle completamente iluminada por el brillo veraniego que se llena de los tonos singulares del adorno de pascua de medio pelo y la música chillona alusiva a las fiestas de fin de año. Este fondeadero de naufragios, en que reside una pletórica fauna popular, entre el color destartalado de los camiones de fruta y una multitudinaria y fervorosa ansia por la compra barata. Así, en pocas palabras, se percibe la Vega Central, hacia el sector de la populosa Nueva Rengifo con Antonia López de Bello. Dentro de este ajetreo, eso sí, hallamos un descanso maravilloso. Un espacio donde los apetitos de la ciudad pueden ser saciados por un instante de bella complacencia. Se trata de los comederos de la Vega. Espacio frecuentado diariamente por estudiantes, familias, borrachos desechos, elegantes caballeros sacados de una vieja película, delincuentes, bohemios escritores en busca de una pintoresca inspiración sobre nuestros barrios populares, poetas, en fin. Encuentro en mi camino el puesto de la Tía Gladis, que con tono amoroso me ve llegar saludando entre su grupo de amigas –una de las me pregunta si el beso puede ser en la boca- y que a eso de las tres están sentadas almorzando y atendiendo las numerosas mesas que ofrece este rincón. “Aquí tiene ¡La buena casuela! ¡La buena ensalada! ¡El buen pescado frito con arroz! y, sobre todo: ¡El bueeennn copete!”, dice la tía con tono poético, mientras me muestra los otros locales: “A onde Joel”, “Donde Marito” (en que son especialistas en comida sureña y atiende la guapa Raquel), “Millaray”, “Buenavista”, “Carmecita”, y un sinnúmero de otros puestecitos, adornados con un estilo bien criollo e intimo, como si se tratara a veces de la casa de uno. Esta variopinta opción de la ciudad ofrece una grata hora de almuerzo sino se tiene mucha plata. Se puede comer por aquí ya con mil pesos un plato abundante de porotos con longaniza o un precioso pescado frito con arroz o una tortilla de zanahoria con el fondo doradito, papitas con mayo, ensalada a la chilena, una divina casuela, un platote de lentejas, un sándwich de pernil rematado con un vino tinto para la sed, cerveza, bebida, etc. Esto recuerda mucho el ansia comilona del poeta Pablo de Rokha y su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile: “Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo”.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Laberintos de melancolía pura

Entrando por un costado del viejo Hotel Crillón –casi en la esquina de Agustinas con Ahumada- donde hoy está precisamente el “Ripley Crillón”, podemos comenzar a hilvanar la oculta continuidad interna de nuestra capital. O como decía un poeta amigo, refiriéndose a las galerías comerciales: “ese otro cielo de tungsteno, bajo el que la vida discurre como una delicada cuerda”. Vemos bombonerías, tiendas de perfume, melancólicos maniquíes que lucen ropa de hombre, neón que baña la cordura hasta el daltonismo, etc. Estos son los elementos de un singular paisaje que nos ofrece Santiago para recorrer de punta a codo el interior de sus céntricas fachadas. El trámite nos recuerda un poco los fondos repetidos de alguna caricatura ochentera.
Una vez afuera de esta primera galería que sale hacia Huérfanos 1052, junto a donde estuvo el viejo teatro Royal en que alguna vez cantó Gardel, podemos continuar el viaje por el pasaje Edwards. Este turbio fondeadero de localuchos unidos por el enclaustramiento y el olor a viejo nos ofrece una sensación especial. Las peluquerías conviven aquí con las agencias de lotería, fotocopiadoras, cines porno, filatelias, compraventas de joyas en el subterráneo, un local enorme y fuera de tono de Falabella, etc. Adentrándonos bien y ya caminando hacia Ahumada, cruzando el paseo peatonal, tenemos el Pasaje Matte y su estridente brillo de joyerías y cafés con pierna repletos por la tarde. Siguiendo por ahí, y ya por el lado de Estado, encontramos la Galería España. Aquí se destacan la Librería Francesa y la tradicional Juguetería Alemana llena de miniaturas de soldados y aviones para armar. Su vitrina es recuerdo recurrente para muchas generaciones que aquí se surtieron de los juguetes más exclusivos y curiosos de Santiago. Caminando por estos pasillos encontramos, además, una fauna de pintorescas tiendas de decoración, repletas de estatuillas y mapas mundi, armas a fogueo y rompecabezas. Sus múltiples salidas nos ofrecen más laberintos: viejos cines encallados entre la soledad de peluquerías y sexshop, tiendas de esoterismo y más filatelias o tiendas de ortopedia, locales de todo a mil, librerías, tiendas de pelucas, etc. Recuerdo a Neruda que decía, “a veces el olor de las peluquerías me hace llorar a gritos”. Uno, como él, camina por aquí, “marchito como un cisne de fieltro”, entre estas turbias y enredadas aguas de origen y ceniza, alumbradas siempre por pequeños y miserables soles de tungsteno.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La voz del Polaco Goyeneche

Pienso en esa voz tan conocida. La estridencia necesaria que me trae una sensación de que la vida, o eso que se desarrolla en el interior de una de estas letras de tango, es una oscura certeza. La medialuna del disco, el acetato circular de lo eterno, girando al ritmo del corazón. La voz del Polaco se detiene como una gris enfermedad que se sorprende así misma esperando un latido dentro de un cuerpo moribundo. Latidos lentos, en que la piel esta disociada de la vida que no parece nada más que una circunstancia. Los latidos continúan y se detienen. La voz de Roberto habla precisamente de vidas que se detienen. “Turbio fondadero donde van a recalar / naves que en el puerto ya por siempre han de quedar. / Turbio fondadero de las naves que al morir/ sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir”…..
Pienso en esa voz. Una noche en Valparaíso conocí a la nieta de Ricardo Tanturi, uno de los grandes directores de orquesta de la historia del tango. Coincidimos en el Cinzano. Fue sin duda un grato encuentro brindado por la casualidad, surtido como toda circunstancia parecida, con el azar de una noche de cervezas y de tangos.
Cantamos algunos. Ella se recordó así misma, de niña, en algún teatro de la noche con el viejo Troilo, con el Polaco y con tantos otros. Eran homenajes a su abuelo, cosas así.
Fue una noche llena de fantasmas. Tangos que se parecen a la soledad y al apego:


Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.

Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
só1o sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.

Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.

Puntos neurálgicos de poesía al aire libre

Iniciando un poético recorrido, desde los adoquinados rincones de la calle Cienfuegos interior -número 33 segundo piso-, podemos ver que nuestra capital ofrece al curioso las sutiles, aunque un tanto escondidas, riquezas de un particular museo de “casas viejas”. En este sentido, no puede dejar de mencionarse el tango que lleva este nombre, y que hace alusión a la nostalgia de las añosas construcciones que se han ido yendo: “¿Quién vivió en estas casas de ayer, /viejas casas que el tiempo bronceó, /patios viejos, color de humedad, /con leyendas de noches de amor?”
La respuesta a esta melódica pregunta, y haciendo referencia al apelativo de “poético” que puede darse a este recorrido es: primero, el poeta Vicente Huidobro, cuya vieja casa en la mencionada dirección de Cienfuegos hoy es una ruta de peregrinación al paso de los vates jóvenes. Aquí se juntaban con el creacionista los poetas de la generación del 38, como Teofilo Cid, Enrique Gómez Correa y Eduardo Anguita. Hoy los dueños del lugar, don Alejandro y su familia -que compraron la casa después de la muerte del poeta en el año 48- dicen no saber mucho y sólo conocer el nombre de Huidobro como un lejano eco que referencia la fama del autor de un libro llamado Altazor. Relatan que compraron el lugar a un juez de la corte suprema que se los habría comprado anteriormente a los Huidobro.
Siguiendo hacia el sur, luego de abordar las atochadas líneas del metro Los Héroes para bajarnos en la estación Franklin y caminar de ahí hacia el poniente, es posible tener acceso a un segundo lugar mágico. Se trata de la escondida plaza Huemul, rodeada de hermosas casas de barrio que datan del año 20. El lugar está yendo por Placer y doblando por Waldo Silva.
Ahí se ubica entre otras curiosidades la casona que Silvio Caiozzi usó para su película Coronación, y además, un poco más allá, nuestro nuevo punto poético: la casa de la señora Marta y la pequeña Belén, donde en 1922 vivió la poetiza Gabriela Mistral.
En este barrio la Premio Nóbel se movía con su sombría figura de maestra de pueblo, haciendo clases incluso en una escuela que está casi al frente del lugar. La señora Marta relata que la casa ha tenido muchas remodelaciones y que casi nadie sabía que ahí vivió Mistral hasta que el alcalde Ravinet mandó a poner una placa en la puerta. Eventualmente estos dos sitios no gozan del reconocimiento popular de nuestro tercer punto de poesía al aire libre. Volviendo al metro, para llegar cerca del Cerro San Cristóbal, es posible encontrar en sus cercanías –Fernando Márquez de la Plata específicamente- la casa de Pablo Neruda. Ahí las remodelaciones o las visitas obedecen a funcionales ideas de marketing de la Fundación Neruda, que ha cargo del abogado Juan Agustín Figueroa, es un hermoso museo que habla metafóricamente de la consolidación masiva que logró el poeta a diferencia de sus otros dos colegas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Vuelvo al sur

“Llevo el sur como un destino del corazón”, esplendida nota de letargo y melancolía que nos ofrece el Polaco. Esa voz mezclada con el misterio de una interpretación durísima y casi taxativa: “soy del sur como los aires del bandoneón”. Letras inolvidables, que al pasar por el oído son pasto de recuerdo cuando se evocan esos lindos tangos, música de fondo para algunos pasajes de la vida: “eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado, como un pájaro sin luz”.
Recuerdo otros años. La habitual costumbre de pararme en Ahumada a eso de las 11 y escuchar a don Carlos que interpretaba su pequeño repertorio. Eran letras conocidas y por supuesto, entremedio, estaba la grata sorpresa de algo inédito, una luz febril, brillando allí donde un poco de negra verdad nos espera como un gesto, la caída de una hoja, algún amor que se fue a los 20 años.
Me paraba a diario por meses en la misma esquina. Venían otros. Un señor pedía el clásico “Naranjo en flor”. La escena: una lágrima se le asomaba al final de la letra. Un día le pregunté y me dijo que aquel tango le recordaba a su mujer muerta. “Qué le habrán hecho mis manos, qué le abran hecho…”.
Yo pensé en lo que a mi me recordaba. A Buenos Aires y alguna caminata desde una pensión de estudiantes al Café de la Ciudad donde alguna vez le dije a un amor que ya todo se había roto. San Juan y Boedo. Una noche con la luna brillando en el cielo. Una luna fría como un puñal clavado sobre el agua. El tango fue siempre esa maravilla triste que aparece por ahí, quizás en alguna tienda de lámparas en Valparaíso, donde unos jovenes se abrazan al amor como a un poema: “En la gris penumbra de mi pieza, de este cuarto nuestro que parece tan grande desde que faltas tú
¿Por qué sendero de infortunio paseará tu tristeza?
Y aquí, yo solo con el adiós temblando en el alma, en la madrugada febril de la desesperanza, escuchando el eco alucinado de tu paso pequeño que se aleja,
y la música triste de tus palabras que se van adelgazando hasta el silencio”.



http://www.youtube.com/watch?v=ZPabI7xRUYs&feature=related

Imagen Mental

Recuerdo un poema que hablaba sobre un tipo que iba donde sus seres queridos, les abría la cabeza y les quitaba la imagen que cada uno tenía de él en la mente. Imágenes mentales del resto.
Me causa curiosidad eso. Una vez leí algo sobre que uno existe en distintos planos de percepción. El primero es el cómo te perciben los otros. El segundo es cómo te percibes a ti mismo en relación a los otros. Y el tercero es cómo te percibes tu mismo en relación a ti mismo sin intervención de los otros. A veces me siento feo por fuera y por dentro. Otras veces sólo por dentro. A veces ando todo seductor y las mujeres me miran en la calle u otras veces me ignoran como si fuera un poste o una cabina telefónica. En verdad, como el sujeto de ese poema, me gustaría pedirle a la gente la imagen mental que guardan de mí. O abrirme yo mismo la cabeza y sacar esa imagen.
Algo así como una foto movida, sacada a imagen y semejanza del prejuicio. Un autorretrato o una pintura hecha con menudencias de la vida. Resquicios, basura, escombros.

sábado, 31 de octubre de 2009

Leer a Rodrigo Lira es atreverse a salir en una foto con los ojos cerrados


"¡¿Cuánto vale el show de Rodrigo Lira?¡"

“Mis negros pensamientos no han de volver al dulce amor………………..”

Hojeo los poemas de Rodrigo Lira y pienso en una fotografía que le tomó mi papá hace muchos años. Creo que se conocían por la gente de revista La Bicicleta. Rodrigo sabía que mi viejo sacaba fotos y decidió pedirle unos retratos para un futuro libro que estaba preparando y que nunca llegaría a publicar en vida. Seguramente fue en algún minuto del año 79 u 80. Se juntaron en la casa de mi abuela en la Villa Frei. Lira se paró en el jardín y mi papá le sacó varias imágenes con una Cenit. Después de la sesión fotográfica tomaron once y se despidieron.
Me imagino a Lira buscando un buen fondo para su retrato. Lira posando junto a la puerta de madera semi-giratoria que da hacia el living o cerca de una ventana. Entre unos árboles o frente a una seca muralla de ladrillos. Junto a la reja negra de la entrada, etc.
En esa época mi viejo no tenía trabajo de fotógrafo sino que tomaba la cámara para hacer ocasionales retratos mientras caminaba por ahí. Venía llegando de Quintero donde había estado viviendo como hippie un par de años, pescando, haciendo bolsos de cuero y arreglando zapatos.
Antes había vivido ocasionalmente en Santiago o en Laguna Verde. El 11 de septiembre lo pilló en medio de un bosque en que vivía con su perro. Tuvo varios talleres a lo largo del tiempo. Talleres que en realidad no eran talleres sino piezas en que vivía con otros pintores sin futuro como pintores y a donde generalmente iban poetas sin futuro como poetas.
Su vida con los años se volvió una vuelta de tuerca en un tornillo vencido.
No había suerte. En los 80 las fotos de mi papá eran mayormente retratos de calle. De cines derrumbados o de gente moviéndose a la deriva en la neblina densa de las mañanas en la capital.
Todavía guardamos en la casa material de esa época. Fotos de Franklin o de la calle San Diego, con el cine Prat de fondo. Destartaladas micros o zapaterías de la calle Recoleta.
Fotos de desnudos en viejos sillones o en baños sucios, adornados por banderas chilenas.
Rodrigo Lira finalmente eligió de la sesión hecha en la casa de mi abuela una foto en que salía con los ojos cerrados. Como un topo.

Definición de topo: “Mamíferos excavadores. Permanecen activos las 24 horas del día, son diurnos y nocturnos, alternando periodos de actividad y descanso. Es un animal muy voraz, pero en invierno disminuye su movilidad, ya que entra a mayor profundidad.
Los topos dependen bastante del tacto para desenvolverse en su medio. En el hocico tienen unas proyecciones llamadas órganos de Eimer que se cree que potencian aún más su sensibilidad. Respira con rapidez como si intentase aprovechar al máximo su descanso. Se despierta súbitamente comenzando de nuevo la búsqueda del alimento.
No construye madrigueras permanentes, pues el terreno se hunde a medida que prosigue la excavación. Después de las lluvias, sale a la superficie y deja tras de sí una triple huella.
Habita en madrigueras excavadas por ellos mismos. Consiste en un sistema de túneles con muchas cámaras. Son animales que pasan la mayor parte de su vida debajo del suelo”.

Vuelvo a pensar en la fotografía donde sale Lira con los ojos cerrados y que después se perdió. A lo mejor quedó en algún cajón de su casa. A lo mejor quedó guardada una copia entre las fotos que mi viejo tuvo muchos años en cajas que hasta hace poco todavía no botaba a la calle.
Los ojos cerrados de Lira me hacen pensar en alguien que no le teme a la oscuridad. En un topo escarbando. Pienso en su rabiosa ingenuidad. Pienso en los túneles indelebles de Villa Olímpica.
Enrique Lihn decía que había un lugar para él en el Olimpo subterráneo de la poesía chilena. Yo creo que más bien era un lugar apartado en la Villa Olímpica subterránea de la poesía chilena, donde el desvelo transita por el embaldosado. Donde nuestros poetas se sientan en un columpio y abrazan la certeza de morir.
Pienso en la fotografía en que sale Rodrigo Lira con los ojos cerrados y recuerdo sus poemas.
Aprender a leer a Lira no es tarea fácil. Son silencios demasiado brutales. El asidero de sus poemas es una carga que va más allá de ese mito académico en que caen sus imitadores o imitadoras. Ellos no tienen dislexia en el corazón. Muchos no se atreven a salir en una foto con los ojos cerrados. Pero este no es un juicio sino desgraciadamente una circunstancia.

viernes, 30 de octubre de 2009

El Brodway criollo.

Al doblar por Dardignac uno se encuentra de sorpresa con este paseo que cruza Ernesto Pinto Lagarrigue y se pierde hasta los mismismos pies del San Cristobal. Este rincón goza de la variopinta y estrafalaria combinación del Santiago viejo con una remozada mezcla de marquesinas brillantes, talleres de arte y exclusivas tiendas de diseño. El centro de diversión culta de la capital se ha establecido con camas y petacas aquí, instalándose en pleno Bellavista, convirtiéndose en una competencia directa del barrio Lastarria. Sin duda estamos ante un rincón renovado, de encuentro. Un Brodway criollo que incita al paseante a detenerse en los murales callejeros, en los mosaicos del piso, en los anuncios de obras de teatro y en la brillante pintura que ha cubierto estas patrimoniales construcciones con aire de prosperidad y vida nueva. Y es gracias a las gestiones del Sindicato de actores y el empuje de su presidenta, la guapa y movida Fernanda García, que junto con los vecinos y la municipalidad hicieron que andar hoy por aquí sea introducirse a una nueva ciudad. Es un verdadero paseo de las estrellas. Basta golpear alguna puerta para encontrarse con los talleres artísticos de las destacadas Alejandra Quintana, Magdalena Vial, Ximena Cousiño, María José Mir. Meterse por estos umbrales es deambular por un submundo, salpicado por el tinte detallista del óleo y de un meticuloso trabajo que se diversifica en la instalación, arte textil y en variados tipos de experimentación pictórica. Otro lugar que encontramos en esta calle es el taller de arquitectura Colectivo 5. Son un grupo de amigos, en su mayoría de la Universidad Central, con innovadoras ideas de construcción, diseño de exclusivos muebles, y que conciben su oficina como una especie de gremio de artesanos de la Edad Media, donde todos trabajan relajadamente al son de un talento único, produciendo sólo ideas top. Al seguir se nos aparecen las marquesinas luminosas del Teatro Aparte, que exhibe la obra Sola y La sexualidad secreta de los hombres. Junto a esta sala tenemos la de Sidarte, donde en su tercera temporada se presenta “El día que me quieras”, una recomendable obra que transcurre en los últimos días de Carlos Gardel, con unas geniales interpretaciones de tangos y con mucho buen humor. Cerca está el estudio 245 donde se trabajan toda clase de instalaciones de escenografía publicitaria para los mall. Está además la tienda de Sandra Quezada, Enlace Diseño, cuyo amplio ventanal promete la exclusividad de ropa a medida. Hay lujosos y pintorescos restaurantes de comida peruana, bares, cafeterías, pubs, etc. Sin duda el aburrimiento no es una opción valida en este rincón.

Sabina a la carta


Bajo la vigilancia nocturna del cerro San Cristóbal, en Antonia López de Bello, entre la hermosa Plaza Constitución y la calle Mallinkrodt, encontramos los atrayentes destellos de una rojiza luminaria que nos llama a ser parte de la noche y a brillar. El Tolerance Restobar, El Perseguidor, el Cuatro y Diez y el bar Altazor, forman un boulevard exótico, que luego de las 10 de la noche recibe al trashumante, que más que tomar una cerveza busca estilo y aventura. Que más que aburrirse, fumando al son del bullicio alcoholizado y monótono de las noches de Bellavista, quiere acción y reflexión. En esta búsqueda es posible toparse aquí con un verdadero lujo: la voz del gran cantante popular, tanguero y poeta, Hugo Cruz.
Él y su “Banda de las noches perdidas” que se presentan todos los martes en La casa en el aire, ofrecen una singular dinámica. Mediante tarjetas en que se anota la canción deseada, el público puede pedir los mejores éxitos de Joaquín Sabina. Verdadera poesía a la carta y sin duda un homenaje que supera por mucho la simple imitación. Tanto así, que el guitarrista de la verdadera banda de Sabina, Antonio García Diego, quedó feliz el 2007 cuando tocó con estos chicos. La banda de las noches perdidas tiene algo propio y lo demuestra en Las noches de Sabina, espacio que lleva cuatro años de existencia en este lugar. Hugo Cruz es un consagrado cantante de tangos y fanático del interprete español. Mezcla como nadie, entre el humo de la bohemia y el ruido de las botellas de cerveza que se vacían, elegantes movimientos con una voz potente. Herencia de Roberto Goyeneche con pizcas de Elvis Presley, ingenio de Catulo Castillo con contorneos de Sandro y un gran sentido del humor, lo hacen sin duda ser uno de nuestros mejores cantantes urbanos. En su espectáculo es posible encontrar, por añadidura, una incondicional fauna de fanáticos que va desde poetas, como Pancho Carrasco que hace poco sacó su libro “Heraclito en el manicomio”, o enigmáticas musas de una noche fugaz, que buscan, entre la feroz juerga santiaguina, un minuto de diversión. Un minuto que dada la casualidad que nunca falta, podemos protagonizar nosotros, los que de repente llegamos a un lugar como este rincón, en que la noche parece durar para siempre.

La lectura del paisaje


Siempre he sido de los que les gusta ir al centro. De los que dicen “vamos al centro” como una opción necesaria, o más bien obligatoriamente entretenida. Para un concepto de entretención tan simple dirán algunos que no basta mucho revolverse el mate ni tener tanta creatividad. Sólo vivir cerca, tener un buen libro y aprovechar la brisa de la tarde para echarse a andar hacia el atestado Paseo Ahumada y sus vericuetos. Hacia Huérfanos, subiendo el puente que cruza la carretera a paso displicente, casi distraído, hojeando alguna crónica, cuento, poema, novela o lo que caiga.
Hace años recuerdo un encuentro con el poeta Eduardo Fariña que me sorprendió mientras iba leyendo –creo que la Música del azar de Paul Auster-. Yo me detuve un instante a esperar que el semáforo diera el verde.
Fariña, quien gustaba mucho de usar la palabra “parsimonioso”, me citó el caso de un poeta que no podía leer si no era caminando o parado en los semaforos.
Podría decir que se me aplica esta norma.
Esta y otra más. No puedo leer si no es en movimiento y además pronunciando en voz alta el texto. Dándole pequeñas exclamaciones, tiempos dramáticos, silencios de muerte y muchas sobre-actuaciones, más parecidas a una conversación con manos libres que a la revisión acuciosa que requieren ciertos libros.
Y no hay caso. Para mi esa es la única manera. De todos modos hace bien. Sirve para encontrar el sustrato irreal -¿es necesario?- que hay en la demarcación que cada pisada hace de las palabras y de la ciudad. Cada ciudad tiene sus buenos libros y sus épocas para leerlos.
Da la sensación, que más que un ejercicio es un modo de comprender algo. Cada paisaje nos da una noción diferente de lo que vamos leyendo. Por ejemplo, recuerdo una vez que fui a la Serena y ya era tarde. Me habían regalado en primera edición uno de los libros de Miguel Serrano. Creo que hablaba sobre el eterno retorno de Nietsche o el regreso de Hitler desde la Atlantida. Ya no me acuerdo.
Sólo podría decir que es una experiencia altamente recomendable recorrer caminos medios desolados con algún libro de esos. Llenos de esoterismo. El típico toque misterioso que guarda la primera edición. Da gusto leer primeras ediciones junto a la playa cuando no hay nadie o anda muy poca gente en algún pueblo chico.
En cambio en la ciudad no es grato. Ahí cabe mejor un libro nuevo. Quizás un Anagrama o alguno de poesía de Visor.
Hay libros para cada zona. Por ejemplo siempre es bueno leer a Enrique Lihn en Plaza de Armas. A Hemingway en un edificio de Caracol o en la calle Philips donde vivió Alessandri. A Jaime Quezada en la calle San Camilo. A Enrique Zorrilla en la calle San Ignacio. A George Perec en el cerro San Cristóbal cerca del funicular. A Omar Cáceres en la calle Cuevas. A Claudio Bertoni arriba del metro. A Roberto Merino frecuentemente no espero salir a la calle para leerlo. Me siento en la cocina y pongo los pies arriba del fregadero mientras miro la tarde y sus crónicas me llevan por el limbo. Para el barrio Puente y las tiendas de aluminio son geniales los libros de Cortázar. A Borges recomiendo leerlo en Patronato o cerca de la Vega central. Los libros de historia son reconfortantes en la calle Bulnes, mientras que los de recuerdos literarios de Lastarria o las miserables vivencias de Ricardo Puelma son maravillosos en la calle San Pablo o Matucana hacia el norte. El Parque Los Reyes es bueno para las novelas policiales o los libros sobre nazis. Bolaño se lee muy bien en la calle Serrano o Cóndor. A Diego Zúñiga le quedan bien las salas de espera para fumadores. Malú Urriola y José Ángel Cuevas los prefiero en calle Victoria. En Marín es bueno leer a Víctor López o a Jhon Ashbery. También a Wilfredo Mayorga o a poetas menores pero no menos buenos como Nervinson Machado o Juanito Podestá. A Priscila Cajales la leo en los supermercados. A Sergio Rodríguez Saavedra o Aristóteles España no los leo. A Floridor Pérez la calle Grecia, cerca de las ferias persa. Y en fin. El centro es la zona neutral para todos ellos. Ahí todo el mundo se encuentra. Las lecturas se miran a la cara y se desconocen o hallan gratos gestos de amistad que parecen hacerse un guiño momentáneo. Un guiño sin importancia y que finalmente es sólo un pretexto como es el paisaje un pretexto para existir, y leer es un pretexto para seguir caminando o hablando solo, mientras se hace de noche, es verano o invierno.

domingo, 25 de octubre de 2009

Pene pal´ que lea.


Sin duda ciertas tiendas y rincones del centro de nuestra ciudad están hilvanados por una búsqueda común. Son un laberinto continuo de pequeños placeres que no tiene un muy claro lugar de inicio, pero cuyo final siempre es el sexo, diversificado en detalladas formas. Usando juguetes, pequeños masajeadores de clítoris, cremas estimulantes que se aplican mediante un sensual e íntimo toqueteo que busca liberar las tensiones acumuladas durante este duro año que ya está en su brecha final. Consoladores que siempre son el producto estrella en sus variados tipos. Hay penes de silicona, de plástico, a tamaño real o del porte de un brazo, con exageradas rugosidades para las más exigentes, o copias fieles de los miembros viriles de actores famosos del cine triple X gringo. Hay un producto nuevo que permite hacer un molde del pene de la pareja o amante y anexarle un mecanismo vibrador. Existen complejos penes de apariencia real, que incluso tienen la gracia de eyacular, y que además de ser fetiches de placer, parecen tótem en miniatura. Pequeños monumentos hechos como para probar que la tecnología todo lo puede. Hay muñecas eróticas, provocadora y minúscula lencería y una serie de sugestivos juguetes y cremas naturales para sexo anal y masajes de pareja. Látigos, disfraces, bombas al vacío para agrandar el pene y pastillas que producen excitación. Películas con las más apetecidas actrices porno como Cytherea, una gringa que es la máxima exponente de la eyaculación femenina. Esta chica, al acabar, lanza por la vagina litros de líquido en medio de un desbordante orgasmo muy parecido a una explosión volcánica. También se encuentran en estas tiendas una serie de cintas de culto del género para adultos como las famosas películas Taboo, que tratan sobre relaciones incestuosas desplegadas con la maestría del buen porno ochenteno y con actores de culto. Más que nunca en esta temporada los dueños de los sexshop capitalinos sacan cuentas alegres. Son los vasos sanguíneos que se dilatan, según cuentan algunos; es la ausencia de ropa que trae imágenes de hermosas chicas enseñando el cuello y el bronceado final de sus escotes o la curvada línea de sus espaldas que termina en hermosos traseros redondos, infinitamente acariciables. ¡Ah, el verano que se aproxima y que hace crecer el deseo sexual de los chilenos! Y si alguien lo duda, sólo basta darse una vuelta por los sexshop para ver cómo la gente entra a buscar, más que nunca en los días de calor, algún juguete para pasar intensas horas de romance. Recomendamos darse una vuelta por la tienda Solo Adultos, frente al cerro Santa Lucía. Aquí puede el curioso proveerse de una serie de datos, películas y elementos exclusivos para pasar un verano como el cuerpo manda. También hay lugares interesantes desplegados a lo largo de la calle Huérfanos como el Gallery o el Sexram en Huérfanos 786, que sorprende con el aviso de Viagra natural femenino y cremas para combatir la disfunción eréctil.

viernes, 16 de octubre de 2009

“…Matucana donde toman los guapos en damajuana!”


Hoy, en cierto modo hacia su trecho final, la vieja calle Matucana conserva aún la herencia de cielo despejado, zona triste e interés histórico del 1800. El galope de las carreras de huaso a la chilena, el incesante bullir de los trenes y las cenagosas calles que rodearon el sector, fueron históricamente el escenario de hechos interesantes. Aquí las tropas chilenas partieron en tren a embarcase hacia la Guerra del Pacífico, y regresaron perdedoras de la Guerra Civil de 1891. Además, entre otros hitos, este fue el hogar de los personajes de “El Roto” de Joaquín Edwards Bello, quien describe este barrio hacia 1920 como “un arrabal bravío que se despereza en las mañanas al son de los pitazos de las locomotoras, y en que la noche trae la remolienda que lo hace vibrar con toques de vihuela, zapateo de cueca y gritería destemplada”. Bello, al hablar de esta fauna dice que su satélite rey es el armatoste de hierro de la Estación Central y la medialuna brillante de su reloj en la cúspide del techo.
Actualmente, aunque un poco lejos del folcrorismo fundacional de las postrimerías del siglo pasado, Matucana conserva en cierto modo aquella esencia deslavada, que desde Alameda hacia el fondo entra con relojerías, bodegas y fábricas de repuestos, fuentes de soda o picadas universitarias como El Entrelatas, almacenes y bares sórdidos, antiguos cites y conventillos de adobe, cuyos patios se coronan con frondosos árboles que tapan el sol. Deteriorados ramajes que dan una agradable sombra a la chiquillería que aquí juega con los burdos tonos del plástico desperdigados en juguetes rotos por el suelo.
Y aunque persiste el olor a cazuela y grasa de autos, no todo en este recorrido tiene impronta novelesca; ya más adentro, cobra el atractivo de los centros culturales Matucana 100, Biblioteca de Santiago y los encantos que la Quinta Normal, antiguo predio creado en 1842 para la enseñanza agrícola, ofrece a los visitantes; el Museo de Historia Natural, el de Ciencia y Tecnología y el nuevo de Arte Contemporáneo. También está el invernadero que resiste estoico el olvido de las autoridades, esta joya de 1892 que luce con vidrios rotos entre la tranquila foresta que vio alguna vez el prefacio de un duelo a muerte entre los poetas Jorge Teillier y Enrique Lihn por líos de faldas. El entrevero, dice el mito, nunca se realizó, ya que ambos no pudieron encontrarse por lo grande del lugar. Otro que tiene historias aquí es Alejandro Jodorowski, cuyo padre puso su tienda de géneros “El Combate”, que en la entrada tenía la pintura de dos perros tironeando un calzón de mujer, hecho que probaba la resistencia de la tela en la prenda femenina. Hacia su transcurso final, la calle se extiende con un repetido fluir de funerarias como la del Cristo Redentor, que en su publicidad ostenta con orgullo la fotografía de los servicios mortuorios prestados al General Merino en el año 96. Casi al lado encontramos la Librería Tarot, que ofrece literatura a precios módicos y el servicio de lectura de cartas por 5 mil pesos. Sin duda este rincón es un desfile de sensaciones que decaen en una especie de despedida que muy bien describe la cueca “Adiós Santiago Querido”: ¡Adiós, calle San Pablo / con Matucana / donde toman los guapos / en damajuana!

Las torres malditas.

La visión muda y escalofriante del vacío me hace subir el cuello hacia los altos de estas dos moles –o torres gemelas chilensis, en Carlos Antúnez con Providencia- que ostentan una celebre maldición. Entre los vecinos, incluso, se habla de “competencia” cuando se refieren a qué torre tiene más suicidas a su haber. Dicen que una tiene 13 y la otra como 15. Algún diario exageró un poco más y habló una vez de 70 suicidas por torre. Pero son cifras estimativas. Nadie lleva la cuenta de cuántas personas se han lanzado por la ventana, pegado un tiro o ahorcado, y ahora el tema parece haber perdido importancia. “No se mata nadie hace como dos años”, dice un portero con aires de alivio.
Otro estigma que guarda este lugar es el de la prostitución. No es secreto para nadie que antiguamente había en cada edificio más de una decena de prostíbulos. Además, en sus grandes cuartos se rumorea que hasta hace una década, antes del recambio generacional que trajo a propietarios más jóvenes, los antiguos dueños que eran en su mayoría ancianos solitarios, morían en un terrible hacinamiento y encierro de pobreza.
Entre cada torre hay un edificio de dos pisos, lleno de locales de ropa deportiva, de segunda mano, tiendas de decoración y de restaurants de autoservicio. Destaca aquí una academia de baile y una picada china con fenomenales platos a menos de dos mil pesos.
En el interior de este edificio intermedio, cuenta un locatario, varios vagabundos se escondían y emborrachaban hasta el coma alcohólico. Algunos morían después en la posta. Hoy deben cerrar temprano la subida o sino los vagos son un tema recurrente.
Este conjunto ha sido conocido además por misteriosos incendios y emanaciones toxicas.
Puede sentirse en esta manzana una singular atmósfera de soledad. Un toque de misterio que llama al curioso a hacerse la pregunta: ¿Hay fuerzas paranormales que accionan su influjo sobre estas torres malditas? Puede ser. La cercanía con la iglesia de la Providencia a pocos metros quizás tiene alguna relación. Los mitos populares siempre asocian a estas viejas construcciones leyendas de fantasmas o energías místicas. Esta parroquia albergó el siglo antepasado un orfanato a cargo de las monjas de la Providencia, quienes dieron el actual nombre a la avenida. La impronta antigua que tiene esta iglesia junto a las torres malditas crea un fabuloso escenario para la imaginación.
Por lo demás es un lugar que vale la pena conocer. A su alrededor una fauna de cafeterías y tiendas de oferta ha tomado un carismático cuerpo. Mientras se disfruta aquí de los rayos del sol veraniego puede echarse a andar la mente y su infaltable ansia de morbo.

sábado, 10 de octubre de 2009

La puta Santa Isabel


Las realidades de este sector son diferentes de día y de noche. Diurno es un lugar ajetreado y transitorio donde siempre hay cosas que ver, como el Monasterio de las Agustinas de la Limpia Concepción y su centenaria casona e iglesia de 1912, llena de gárgolas y con pinta de castillo medieval.
En la noche, sin embargo, esta manzana que comprende Vicuña Mackenna, Marín, Santa Isabel y Reina Victoria, se estanca como agua turbia. Cobra vida el brillo de los restaurant chinos. El neón de lugares como la mítica Shopería Munich, donde la luz amarillenta trae la nostalgia de un Santiago viejo, y la gente se detiene, inmóvil como en un cuadro de Edward Hopper.
Pulula camuflada una fauna de putas y travestis en las veredas. Corren leyendas urbanas como la del famoso “Mazinger Z”, que dicen las malas lenguas era el homosexual que saciaba los turbios apetitos de varios rostros de la televisión ochentera.
Hace poco un amigo fue el primero en hablarme de estos barrios y sus burdeles escondidos tras la fachada de viejas casonas. Indagando más pude llegar a uno estos locales para darme cuenta, con sorpresa, que la clientela ya casi no es de chilenos, sino que abundan los inmigrantes que han pasado a clavar su bandera en el burdel criollo como una plaga.
De todos modos, hoy, este otrora desbordante barrio rojo no quiere ser menos que antes, cuando el hervidero de putas rebalsaba las calles en un mórbido espectáculo de exhibicionismo que se remonta a los años 80 y 90. Es posible encontrar todavía varias casonas con chicas de la noche, populares bar swinger y alguna que otra aventura callejera a precio módico. El puterío sigue siendo aquí, aunque más piola, el pan de cada noche.
El burdel que visité era de lo mejor. Tenía música clásica, obras de arte del siglo XIX y una variedad de chicas desde exóticas peruanas hasta eróticas veinteañeras voluptuosas del sur. La dinámica de atención comienza en un decorado living en que todas las chicas se van presentando de a una, dan un besito en la mejilla y se van. Luego de esa breve demostración de sensualidad viene la elección. Por 20 o 30 mil pesos se está listo. Aunque finalmente no acepté la invitación, el dueño del lugar igual me mostró las cómodas piezas que repletaban su “local”, relatándome que el suyo era apenas un negocio pequeño, ya que en este mismo barrio, según él, están los puteríos más importantes de la capital e incluso del país.
Sin duda los nombres de las calles Santa Isabel y Reina Victoria, ahora más que evocar una distinguida realeza, parecen rememorar parafernálicos apodos de putas viejas.

sábado, 3 de octubre de 2009

¿Cuánto vale el libro más caro de Chile?

Hay un antes y un después de la librería de Eduardo Morel, ubicada en la Galería La Merced en plena calle Huérfanos cerca del cerro Santa Lucía. Otrora los libros antiguos eran una aburrida pila de papel viejo en la que se hurgaba afanosamente por horas buscando alguna ganga en pésimo estado. Las librerías de volúmenes usados eran lugares oscuros, sucios y poco especializados. Morel, en cambio, le dio a este negocio por primera vez en Chile el nivel europeo: el lujo de una fina encuadernación y el prestigio al cliente de ser poseedor de un docto símbolo de estatus y de un objeto de arte único.
Sus compradores son mayormente instituciones como la Fundación Neruda o empresas privadas que regalan libros raros a visitas internacionales. También vienen a este rincón profesionales jóvenes y exitosos, así como intelectuales de renombre. El Premio Nacional de Literatura Alfonso Calderón, que escribía antes de morir una magna obra sobre el Santiago viejo, dejó reservado aquí el último libro de su vida, “Historia de la Bolsa de Santiago”. Son habitué, además, Jorge Edwards, Diego Maquieira, Cristián Warnken y el famoso fotógrafo ingles Martin Parr que compra por correo. Y es que las “joyas” que Morel guarda en sus bóvedas vuelven loco a cualquiera. Tiene la flamante antología encuadernada en cuero rojo que el mismo Neruda dedicó y regaló a Fidel Castro cuando se conocieron en Venezuela en 1959. Además hay a la venta manuscritos con poemas inéditos de nuestro Premio Nóbel. Entre ellos destaca uno que el vate escribió a los 16 años en Temuco, mucho antes de ser famoso. Vale tres millones y medio de pesos. Encontramos, además, la primera edición de la única novela de Salvador Dalí, dedicada con un dibujo fechado, firmado y con valor de 20 mil dólares. Una Biblia latina, editada en Nápoles en 1476, apenas 20 años después que la de Gutenberg. Una antigua edición de Camino de Escrivá de Balaguer, autografiado y con un precio de dos mil dólares. La Histórica Relación del Reino de Chile de Alonso Ovalle, impreso en Roma en 1646, con el primer mapa de Santiago. Este es el libro más caro sobre nuestro país. Vale 10 mil dólares. Encontramos la primera edición del Código Civil chileno de 1856. Primeras ediciones autografiadas de surrealistas franceses como André Breton y Paul Eluard. Todos los libros de Teresa Wilms Montt. El conocido Quijote de Ibarra, que se hizo famoso en la película de Polanski, La Novena Puerta. Sin duda vale la pena venir a conocer este museo del libro, donde además pueden encontrarse obras al alcance del bolsillo y de sumo interés para los estudiantes de literatura. Enrique Lihn, Teofilo Cid, Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez, etc. Un rincón único y lleno de mística.

domingo, 27 de septiembre de 2009


Esquina de Serrano con Avenida Matta.

Recordando a Héctor Barreto.

¿Quién fue Héctor Barreto? A no ser por algunos viejos militantes socialistas que aún se emocionan al oír su nombre, en las nuevas bases la ignorancia es total. El PS olvidó a su antiguo mártir. Barreto fue una víctima de la airada violencia callejera de la década del 30, cuando Arturo Alessandri era Presidente de Chile y la derecha gobernaba con mano de hierro. Existían trincheras de lucha social. Bullía la naciente clase media y había una Milicia Republicana, un movimiento nacista y el PS marchaba con “don Marma” y Oscar Schnake a la cabeza. Este barrio, calle Serrano y sus inmediaciones, era mucho más bravo que hoy. Lleno de matones, billares y cafetines de mala muerte, se le conocía como “el barrio latino de Santiago”. Estaba cerca el Teatro Esmeralda donde cantaba Pepe Aguirre su famoso tango “Reminiscencias”, o Jorge Lillo, Pedro Sienna y Rafael Frontaura estrenaban sus pintorescas obras. Estaba la filorica Luz y Sombra de Ricardo Huerta, el Folis Bergére, el bar Miss Universo y el famoso café Volga, donde se reunía Barreto con sus amigos. Este poeta de 19 años era un bohemio indomable, dueño de una vehemente mística. Fanático de la antigua Grecia, Gardel y las novelas de Panait Istrati, era el mejor cuentista entre sus pares. La mayoría, literatos jóvenes, artistas y vecinos. Santiago del Campo, Anuar Atías, Fernando Marcos, Miguel Serrano, Julio Molina, etc. Lo admiraban como a un líder capaz de conducirlos por la noche y lo oían como hipnotizados, porque decían que “entorno a él se tejía el oro de la leyenda”.
Pese a los sucesos mundiales que hacían eco en Chile, y las muchas sedes políticas que había en esta parte de la ciudad, en este grupo sólo se hablaba de literatura. Por eso se sorprendieron cuando un día Barreto les comunicó su decisión de pertenecer a la juventud socialista, aduciendo que su razón era que le apenaban los niños descalzos bajo la lluvia.
En esos días el joven autor escribió la famosa frase: “el color de la sangre no se olvida”. Esta sentencia fue premonitoria, ya que una noche –justamente la madrugada del domingo 23 de agosto de 1936- fue asesinado. A la salida del café lo desafió a pelear un grupo de nacistas a los que humilló con su ingenio. La pelea se agrandó y arreciaron los tiros. Uno lo hirió en el estomago mortalmente. Cayó justo en la esquina de Serrano con Matta. Su funeral fue una de las grandes manifestaciones políticas de la época. Blanca Luz Brum, Vicente Huidobro, Cesar Godoy Urrutia, Julio Barrenechea y hasta el mismo Alessandri siguieron su cortejo fúnebre. El PS exaltó su figura de mártir y muchas banderas se tiñeron con su nombre. Este rincón vio su crimen y hoy al pasar por aquí, si se conoce la historia y se enfoca la imaginación, puede sentirse otro Santiago. Uno con cielos más limpios, casas de un piso y conventillos misteriosos. Mucho de eso permanece en este paseo, viniendo desde la Alameda, cruzando imprentas oscuras, librerías y notarías, cruzando por la vieja Plaza Almagro, caminando sobre los brillantes rieles de tranvía cuya extensión se prolonga más allá de la realidad.

Av la Paz : la calle de los muertos.

Un gran espacio abierto en que la historia y la arquitectura toman su cabida por asalto con un aura especial; avenida La Paz, calle cercana al cementerio, desemboca como en una metáfora de la vida misma en la antigua puerta del campo santo, la que rodeada por un patio adoquinado de enormes proporciones, está paradójicamente conquistando el brillo de una nueva vida: las antiguas garitas de ladrillo – las otrotas caballerizas del regimiento Esmeralda, el mítico Séptimo de Línea en la época de la Guerra del Pacifico- hoy tienen el vuelo de que en ellas la futura implementación de locales comerciales y picadas como el conocido bar Quita Penas que planea trasladar una sucursal aquí, verá realidad prontamente para convertirlas en uno de los rincones por excelencia del lado norte de la urbe. En este sector está la estatua recordatoria de los 1800 muertos en el incendio del la iglesia de la Compañía en 1863, enorme monumento que descansa sobre la fosa común de las victimas de este terrible siniestro que asoló la iglesia que estaba en lo que hoy es el viejo Tribunal de Justicia, cercano a Plaza de Armas. Una virgen con los brazos abiertos mira hacia el sur, hacia el lado del río que como otra frontera demarca las proporción de esta avenida que en su transcurrir guarda los encantos del Santiago viejo, sobre todo ahora en temporada de lluvia en que los colores del adobe adquieren un halo especial de belleza tosca que convive con la modernidad de atracciones que deben tomarse ¡siempre! con un relajante sentido del humor negro: aquí nos encontramos con la morgue del Instituto Medico Legal, también el Manicomio, antiguamente con su entrada por la calle Los Olivos -y cuya historia de sórdido edificio con apenas 30 camas data de esos años de 1858-. Además casí al frente el hospital J.J. Aguirre que colinda con la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y su museo de anatomía, lleno de auténticos cadáveres embalsamados. (“The Bodies” a la chilena)
Es interesante pasar por estos lados entre los puestitos de café y observar a la clientela, todos tipos con traje y corbata, fantasmales oficinistas también conocidos como los famosos buitres, generalmente empleados de las funerarias que están a la espera en la salida de los servicios médicos cercanos o servicios mortuorios. También abundan las marmolerías y fábricas de esculturas. Las pequeñas picadas peruanas o las de completos y bebidas donde el tema siempre es la muerte; ahí llegan los médicos forenses después del trabajo de autopsia y generalmente se comenta la cantidad de balas que tenía el muerto de la camilla tres, o la ropa interior del cadáver de la mujer asesinada, entre otras cosas por poner un ejemplo. Para terminar y ya saliendo de ahí, caminando hacia el sur, las callejas de la Vega central y sus conventillos añejos reviven el ambiente de la Chimba, antiguo nombre de este sector, dándole un tono multicolor que con las primeras lluvias adquiere lo prístino de lo nostalgia; abundan los vagabundos y las fogatas a orillas de la berma
Hotel Da Vinci, la Italia de Valparaíso.

Me siento junto a la chimenea del hall y me dejo fascinar un rato con las voces de los dueños de este hotel. Sostienen una enigmática conversación en italiano. Enrico es autóctono del país en forma de bota, mientras que Andrés, diseñador de profesión y santiaguino de nacimiento, vivió en Italia 5 años. Fue ahí donde aprendió el negocio de los hospedajes, frente a aquellos hermosos paisajes de las películas del director Ciro Hipólito o de Mastroyanni.
Andrés Silva parece que olvida que está en Chile y se pega hablando su segundo idioma. Cosa razonable si pensamos que su hotel, por la decoración, impronta y entorno, se ve como una casa de Nápoles, circundada por un mar dulce y salvaje.
Y es que desde lugares así trajo un concepto de hotelería, forjado con el trato cariñoso que sólo el italiano le da a la familia. Se trata de un lugar íntimo, coronado en su cocina con el particular sabor del sabroso café de grano, las naranjas frescas y prontamente con el tradicional aroma de la comida italiana.
Tres pisos enclavados en plena calle Urriola 326, subiendo hacia el entramado misterioso de un Valparaíso que se expande hacia el cielo. El hermoso comedor de su tercer piso, bañado por la luminosidad de la mañana, abraza desde sus ventanales la visión de un autentico puerto. Un puerto lejano al cliché trillado de la bohemia decadente. Alejadísimo a más no poder de esa imagen flaite de la que nos trae tanta noticia la crónica roja que sobrecarga los diarios de la quinta costa.
Si ud quiere hacer un viaje inolvidable por la más top faramalla cultural porteña, el hotel Da Vinci es una verdadera base de operaciones. Está estratégicamente colocado en dirección hacia los cerros Alegre y Concepción. En estos rincones, las enrevesadas curiosidades del puerto se abren ante la pupila del buscador, ávido de un panorama único, inconformista del típico bar chicha de Valparaíso. El Paseo Yugoslavo o el Atkinson están a dos pasos y vale la pena echarse a andar entre las abundantes casas de calamina y sus desatados colores. Todo esto y una fauna de cafés y bares literarios esperan al visitante.
Para llegar aquí hay que ser un verdadero alpinista de la noche. Una noche por la que pueden guiarnos muy bien los tour que se ofrecen además como servicios en el hotel y que comprenden un viaje a la zona patrimonial y sus restaurants, acensores y tuneles escalonados como el del pasaje L Bavestrello. Este último es una subida obligada que nos lleva por una impactante estructura que data desde 1927 para salir por la calle Alvaro Besa y su característica casa barco. Desde allí es posible seguir subiendo o detenernos. Es posible bajar o subir. Es posible volar pero nunca aterrizar otra vez a la realidad.
Manuel Rodríguez con Mapocho

El tesoro de Manuel Rodríguez.

Al acercarnos por el intrincado puente que cruza desde Mapocho poniente por la carretera hacia el centro, llaman la atención del curioso unos localuchos que en sus frontis, bajo el dejo del aburrimiento y el calor, están adornados por muebles antiguos y una serie de chucherías como viejas cómodas o sillas y mesas que -al mirar con detención- ofrecen una puerta reveladora a la sorpresa. Una sorpresa que empuja a escudriñar en un mar de objetos que van adquiriendo el halo de un tesoro enterrado. La construcción del paso alto nivel de la carretera tapó el ingreso hace ya unos años a estas tiendas de antigüedades, que otrora, junto a un mercado persa que estaba en el suelo y que fue la génesis del persa Bio-bio, revalzaban de ávidos mirones en busca de gangas. Hoy, después de su masivo cierre, aún sobreviven los dos locales más antiguos que hacen de este rincón algo maravilloso. Don Sergio Salomón tiene su tienda y taller de restauraciones por el lado de la carretera y está aquí desde hace medio siglo. Vende fotos antiguas, espadas de la época de la Independencia, preciosos estribos y espuelas de colección, sombreros, lámparas, monedas, y rarezas que hacen al curioso encontrarse con una verdadera cueva del tesoro. Y si se trata de descubrir un nicho de valiosa historia, doblar la esquina y entrar a la tienda de Osvaldo Carroza y sus hijos es lo imprescindible. Don Osvaldo tiene la tienda de antigüedades más grande de todo Santiago y esconde la magia de un gran secreto: su bodega llena de misteriosas ofertas, y que se extiende casi por la mitad interior de aquella manzana. Se prolonga a través de cuartos y cuartos llenos de victrolas, radios, mesas de la colonia, ídolos orientales, autos a cuerda del año 20, juguetes, butacas de cine, baúles, publicidad antigua, vitrinas con monedas, muñecas y chucherías, fotos y medallas que varían desde piezas históricas de la Guerra del Pacífico hasta de la Segunda Guerra Mundial. Y la lista sigue: relojes, raras máquinas de escribir, figuras religiosas, arte prehispánico y una larga, larga enumeración, esperando el regateo y el éxtasis del descubrimiento. Revivir este rincón como un paseo que de lunes a domingo recibe al cachurero, parece ser hoy, algo fundamental.

La cuna de Chile

Girando por el despejado acontecer de estas calles de casas bajas, que aún permiten ver el cielo, me encuentro con un gran vecino de Maipú. Se trata de don Guido Valenzuela, verdadero custodio de las tradiciones de esta comuna, llamada por sus habitantes “la cuna de Chile”. Don Guido me habla de un Maipú con aires de viejo pueblo, pintoresco y misterioso. De sus picadas, como el antiguo local de don Manuel Plaza y sus arrollados y prietas. Era costumbre que las más tradicionales familias de la comuna encargaran aquí su comida. Los vecinos llevaban cada uno una olla para que se les guardaran su pedido. Así podía verse en el boliche una gran cantidad de marmitas de metal, escritas con el apellido de sus dueños: los Ferrada, los Mallea, los Saa, los Carrillo, etc. También me habla de los aires patrióticos y solemnes con que se celebraba la vieja fiesta del 5 de abril. Rememora los antiguos carros que pasaron por aquí por primera vez en 1910, y me cuenta de la vida de los vecinos más conocidos. Son tantos sus recuerdos que los volcó en un libro, “Brochazos y pinceladas de un maipucino antiguo”, publicado hace poco. Lo ayudaron sus hijos a corregirlo. Los vecinos le prestaron viejas fotografías, y lo editó gracias a la Municipalidad. Y es que en Maipú la gente es así. Se ayuda, es acogedora y guarda con amor el hondo sentido de la pertenencia. Son maiupucinos antes de santiaguinos. Y bueno, Chile entero nace en esta comuna. Recordemos que en sus llanos se peleó la famosa batalla que nos dio la independencia como nación. Entonces, Chile entero es maipucino.
Al recorrer estas calles hay algo que no puede dejar de mirarse. Es el Templo, que recortado contra el horizonte, vigila como una presencia imperturbable la vida de la gente. Las estatuas de San Martin y O´higgins resguardan su entrada, la que nos conduce por un amplio terreno, además, hacia el maravilloso Museo del Carmen. Sin duda este es el mejor y más barato museo del país. Su colección tiene, desde documentos de O´higgins, armas de la Independencia, carrozas presidenciales del siglo antepasado, hasta una deslumbrante colección de arte religioso. Sin duda, para terminar este mes de la patria visitando algún lugar, este rincón está pintado. Sus colores son blanco, azul y rojo.

lunes, 23 de febrero de 2009

sábado, 21 de febrero de 2009

El doctor Humberto Vera y su curioso libro.

La única noticia que tenemos del doctor Humberto Vera es su interesante libro "Juventud y Bohemia, memorial de una generación estudiantil", editado por una perdida imprenta de Valparaíso, en 1947. Supuestamente este galeno
-que de ningún modo es una pluma brillante- publicó otras dos obras: "De ayer y de hoy, Humoradas literarias" en 1927, y "Crónica del Hospital San Juan de Dios de Valparaíso" en 1938. Ambas absolutamente inencontrables hoy. Es, sin embargo esta rareza literaria a la que nos referimos aquí, centralmente un referente más que importante para académicos e investigadores. Estos recuerdos, que según Vera siempre resultan del ávido interés de quien alguna vez se apoyó en los bancos de la universidad, transitan entre 1909 y 1917, dando inicio con el joven autor bajando del tren que lo trae a la capital desde Valparaíso, para posteriormente abordar un carro que lo lleva de la Estación Central hasta la cercanía de la iglesia La Estampa en Independencia.
"Con su exiguo equipaje a cuestas, el joven tomó por la calle Los Olivos en busca de la familia que le daría hospedaje en la capital", escribe, fechando su arribo a Santiago exactamente el 25 de marzo de 1909, a una casa de la zona, cerca del viejo manicomio, sitio de destartaladas callejuelas de tierra que amontonadas en el sector del otro lado de río, eran abundantes en pensiones donde el estudio se mezclaba con intensas jaranas que muchas veces terminaban en la comisaría.
Fuera de los recuerdos normales de un medico en esos años de comienzos del siglo XX -en que el precario estado del equipamiento médico era un peligro para los estudiantes que podían adquirir cualquier infección al manipular para ejercicio cadáveres en mal estado- el libro relata, casi como único testimonio encontrable sobre el tema, los inicios de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile, pasando por pasajes curiosos y anécdotas propias del estudiantado de esos años:

"La Escuela de Medicina había enviado en 1905 una falange de los cursos superiores al mando de un grupo de médicos recién egresados, a combatir la terrible epidemia de viruelas en Valparaíso.
Durante varios meses, médicos y estudiantes practicaron una vacunación intensiva de la población y cuidaron a los numerosísimos enfermos que a diario caían víctimas del tremendo azote. Lograron dominar la epidemia y regresaron a Santiago.
La Facultad de Medicina sostuvo rendir un solemne homenaje a esos jóvenes que en medio de sacrificios de todo género habían expuesto desinteresada y heroicamente sus vidas. Se acordó al efecto, otorgar a los estudiantes medallas de plata, y de oro a los médicos, y cuya entrega se haría en una velada a celebrarse en el Teatro Municipal.
Ocurría esto a mediados de 1906.
Llegado el momento de realizar la velada, los agradecidos solicitaron entradas para sus familias. Se les solicito que estas podían ir a las localidades altas, debido a que las butacas de palcos y plateas estaban reservadas para los invitados oficiales y para los caballeros y damas de la sociedad.
Empieza la velada. Oídos algunos discursos, llega el momento de hacer entrega de las medallas. Se llama a uno de los agraciados; este no acude. Se llama a otro; tampoco. Y así sucesivamente. A cada llamado se produce una silbatina infernal que parte de la galería, Monte Sacro a donde se ha retirado el pueblo estudiantil y ante el cual ningún Menenio Agripa enviado a parlamentar sale airoso".

En esos días, el director de la Escuela de Medicina era el doctor Orrego Luco, autor de la celebre crónica "Recuerdos de la Escuela", quien renunció a su cargo, ya que la protesta de los estudiantes por el desaire sufrido en el teatro tomó enormes proporciones a las que adhirió además Leyes, Ingeniería y Agronomía.
Era una tibia tarde de invierno cuando se formaba la FECH, cuyos primeros presidentes fueron José Ducci Kallens, Oscar Fontecilla y Ernesto Prado Tagle. La decisión de orientar una organización a la lucha de sus fueros de opinión juveniles fue coronada con un hermoso desfile en la puerta central de la universidad, que siguió por Alameda. El mismo rector proporcionó al poco tiempo un local que estaba en el mismo recinto estudiantil y al que se entraba por la calle San Diego y que contaba con sala de conferencias, de lectura, billar y cantina. Este Club de Estudiantes fue inaugurado con una gran fiesta apadrinada por los artistas españoles Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero quienes regalaron al estudiantado entradas a anfiteatro para toda la temporada del Municipal. Además en sus primeros tiempos el organismo fundó una revista llamada “Juventud” dirigida por el estudiante de Coquimbo Arturo Peralta que murió prematuramente. Este pasquín que tuvo muchas felicitaciones de los catedráticos, vio desfilar importantes a escritores como Víctor Domingo Silva, Juan Francisco González, Mariano Latorre y Armando Donoso, publicando también autores extranjeros como Kipling, Nietsche y Rodó.






























domingo, 15 de febrero de 2009

Caminando con fantasmas


Iluminadas calles o recónditos llanos de tierra movidos por le viento; el polvo escurriéndose, silenciosamente como un fantasma por las destartaladas rutas de la noche. Dimensiones perdidas dentro del mundo que rodea su maravillosa visión, como un descubrimiento inadvertido, como un oasis de cristal rodeado por la sombra.

Santiago goza de un mundo paralelo en su extensión llena de espectros.
Una vez el escritor Miguel Serrano me lo dijo cuando una tarde nos encontramos cerca del Parque Forestal:

-Ve esa casa de allá. Ahí vivió Violeta Parra y sus restos aún están enterrados ahí. ¡No! en realidad los tiene su hermano Nicanor”.

Extraña revelación hecha por el líder del nazismo esotérico, pero no la única. En otra oportunidad le oí comentar en una conferencia en el Observatorio de Lastarria que bajo la corteza rocosa del cerro San Cristóbal aún vivía el fundador de la ciudad, don Pedro de Valdivia.

Sin duda, el interior psíquico de nuestro entorno tiene la recalcitrante estampa de un pasado de sombra, en que no hay que olvidar que los muertos rondan, premunidos de leyenda, envueltos en el halo sutil, casi imperceptible pero verdadero de su despojo.

En una oportunidad recorría las quebradas calles del sur de Santiago a eso de las 4 de la mañana.
El sector de Cuevas, Santa Elena, Lira, Carmen, haciendo un itinerario de regreso a mi departamento desde la casa de una ex novia con la que me había juntado a tomar una cerveza muy tarde.

Al despedirme y empezar mi regreso, se abrió ante mi un paisaje singular, anacrónico, de sombras retorcidas que se estiraban con vida por el iluminado suelo de aquellos barrios.

Recordé un cuento de Lastarria donde el personaje evocaba la recurrente visión de un espíritu, que sobre un caballo se movía por un barrio peligroso.
En esa oportunidad yo no esperaba que un merodeador fantasmal saliera a mi encuentro, pero si sentí, con un poco de resquemor, la presencia de aquellos caserones viejos en los que sabía habrían vivido personajes como Omar Cáceres, Héctor Barreto o Pedro Sienna, de los que no ignoraba algunos vínculos con el otro mundo a través de su participación en grupos esotéricos tan comunes en los comienzos del siglo, por lo menos en Sienna y Cáceres.
Y en esa oportunidad fue como si todos ellos, los muertos, a medida que los trancos de mi caminar se apresuraban por ese museo deslavado de residencias recónditas del olvido, se aparecieran a mi espalda respirándome en la nuca, burlándose de este descubridor solitario, haciéndome cerrar los ojos con espanto.
Ahí estaban los fantasmas susurrándome en el oído las palabras de una vieja noche. Primero Omar Caceres en la calle Cuevas:

Pienso en la noche sin vacilar un ruido
y apoyo mis ojos en mi propio horizonte,
cuando agitadas las hojas de mi atmósfera
transcurren a través de todo sin romperse;
pero no escucho su sonrisa hecha para cicatrizar
la llaga de mi asombro

Ahí podía ver la pálida silueta del violinista fantasma; su expresión atormentada de poeta y su aún más terrible impronta de muerto.
Omar Cáceres murió ahogado en un canal y su cuerpo fue encontrado envuelto en harapos en la rivera del mismo. Su existencia fue como su muerte, un misterio que dejó algunos atisbos grandiosos en su único libro “La Defensa del Ídolo”.
Juntó a mi apareció su espíritu esa noche, premunido de su violín y de sus versos, entonando una rara canción que sólo se acalló cuando doblé hacia la calle Lira, acelerando el andar. Iba más tranquilo y seguro de no volver a sentir más murmullos, cuando de pronto me percaté de la extraña presencia de una figura de negro que cruzaba el paisaje. Era Manuel Rodríguez, aunque en realidad no.
Era Pedro Sienna, vestido con el uniforme de la calavera en el cuello quien cruzaba rumbo a su casa que quedaba muy cerca de ahí. Este actor muerto en 1972 y que tras de si dejara una extensa obra en cine y literatura, casi toda perdida actualmente. Los libros “Muecas Tras la Sombra” dedicado a su hermano Marcial Pérez Cordero, quien se suicidó por un amor no correspondido; “El Tinglado de la Farsa”, donde reunió entre otros su famoso poema “Esta vieja herida”; “La Caverna de los Murciélagos”, considerado un precedente dentro de la ciencia ficción criolla; “La Pintoresca Vida de Arturo Bhürle”, interesante testimonio sobre la vida de los actores de antaño en la bohemia de la noche santiaguina. Este libro alguna vez lo encontré entre viejos volúmenes y grande fue mi sorpresa al percatarme que la primera hoja venía firmada por el autor con dedicatoria para Ernesto Eslava, un escritor del sur que escribió una serie de cuentos tildados como de neo criollistas muy interesantes.

Ahí estaba el blanco fantasma de Sienna con su cara larga y sus ojos hundidos como ayer, en que de noche junto a Rafael Fronatura, cruzaba las desoladas calles de la ciudad. Dicho en sus propias palabras: “¿Cómo olvidarlo? En cuanto nos borrábamos el maquillaje de la cotidiana faena teatral, partíamos a cenar a ese añorado Centro Catalán, cuyos inmensos ventanales daban hacia la Plaza de Armas. Recalaban ahí primero todos los cómicos que actuaban en la capital y lo invadía luego una caterva bohemia, inclasificable por lo heterogenia”.
El encuentro con estos espectros me hicieron pensar en La Ciudad de los Césares cuyas fronteras están inmersas en la sutil barrera de la noche. Una esquina en que puede transgredirse lo real y atravesarse hacia el otro lado, allí donde terminan todas las calles del mundo, calles que muchos vivos han atravesado y en ese trance han muerto sólo para poder ser inmortales.
Y así llegó al último fantasma. Al dejar atrás la Avenida Matta, entrando por Porvenir, llegando a calle Serrano, siento una voz que me dice: “Ya sabes, las calles, la ciudades, algunas veces cantan…”. Era Barreto quien se aparecía señalándome el sitio de su muerte, donde hace muchos años una bala le perforó el estomago para dejarlo tendido en medio del frío pavimento. Esa noche Barreto volvió de su largo viaje y frente a mi entornó sus ojos que han visto la Grecia antigua, el Monte Olimpo. Jasón el Argonauta quien escribió el relato La Ciudad Enferma. Enfermar en su lenguaje enigmático significaba sanar. Y él lavó con su muerte las calles de la leyenda, forjando la propia, contra la muerte, contra la oscuridad.
Barreto entró así, como un héroe envuelto es sus poemas, a la Ciudad de los Césares.
Esa caminata fue una intensa experiencia pero puede resultar muy subjetiva para muchos y no es mi intención dar a creer lo que viví aquella noche.
.

jueves, 12 de febrero de 2009

Recordando al querido Dr Mortis

La risa característica del siniestro Dr. Mortis no abandonó nunca, aunque ostentándose siempre en menor medida que la tétrica carcajada de la radio, a su creador e interprete, Juan Marino, quien, hasta que murió, a los 86 años el 12 de junio del 2007, siempre tuvo – según cuenta su hijo Mauricio Marino- el buen humor del multifacético padre que diera vida a tantos recordados radioteatros, así como programas de jazz, tango e historietas como Jungla, La Legión Blanca, El Jinete Fantasma y el mismo Dr. Mortis”, tanto en nuestro país como en Trelew, pueblo de la patagonia argentina en que vivió sus últimos días.
Otrora- desde 1945 hasta 1982- los parlantes temblorosos de las radios chilenas acompañaban el ritmo de una tétrica musiquilla, coronada por la voz de Marino relatando sus historias, terrorífica dinámica que, según dijo alguna vez, nació emulando lo que hacia Boris Karloff en la BBC, aunque con algo nuevo: mientras los del actor de Frankenstein eran netamente cuentos, en los guiones de Marino el personaje relator intercalaba a ratos su protagonismo en la historia, siendo él mismo partícipe, así como también muchas veces el causante de los males que confluían en su narración. Este personaje era el Siniestro Doctor Mortis, quien, según cuenta el numero uno de la historieta publicada por editorial Zig Zag en 1966, surge como una sombra antropomórfica con diversos rostros, y obedece a una representación del mal que data ya de épocas remotas como la edad media, la revolución francesa, pasando a la época moderna, llegando incluso después, en la última etapa de la publicación en los años 80, al espacio, tomando la historia tintes de ciencia ficción que fueron criticados por los fanáticos, diciendo que se perdía al Mortis original.

En el acontecer de casi 40 años de la historia transmitida entre otras por Radio Nacional, Yungai, del Pacífico y Portales, transitaron los zombies o no muertos, los robots, los laboratorios científicos, los vampiros, los dioses paganos, los intercambios de cerebros, el demonio, etc. Esto confluyó en tétricos paisajes alrededor del mundo, en África, en Estados Unidos y en Europa, poco en Chile, ya que su creador aducía que era mucho más atrayente un castillo europeo medieval que una casa de Providencia o Nuñoa. Esto daba lo mismo a los fanáticos, ya que Mortis fue uno de los productos más consumidos en la época del radioteatro, el que tuvo su símil además en este caso, en los comics, tres libros de relatos o cuentos escritos por Marino, y además, dos LP que salieron a la venta como un verdadero boom. “La imaginación de mi padre no tuvo límites”, relata su hijo, quien al otro lado de la línea telefónica se emociona al recordar sus últimos días:“mi papá tenía un cáncer al estomago desde el año 92 que iba muy lento, y en sus últimos momentos ya no quiso tratamientos, aunque pudieron haberlo operado. Su recaída final fue en abril del año pasado (2007) y después de eso nunca dejó los micrófonos. Estuvo haciendo sus programas incluso una semana antes de fallecer. No estuvo postrado y no murió por el cáncer si no que le dio taquicardia. Lo llevamos a la clínica y cayó en coma farmacológico de las 12 hasta las 8 de la mañana en que falleció. Estuvo lucido, bromeando en la ambulancia y ante el doctor, diciéndole: este es el último partido que me juego. Le molestaba estar tan lucido y tener cáncer”.