
“Fue una tarde triste y pálida / de su trabajo a la sálida / pues esa mujer neorótica / trabajaba en una bótica. / Cuando la ví por vez primera / una pasión efimera / me dejó alelado, estúpido / con sus flechas el Dios Cúpido / que con su puntería sabia / mi corazón herido habia. / Me acerqué y le dije histérico: / -señorita, soy Fedérico. / ¿Y usted? Respondió la chica: -yo me llamo Veronica. / Y en el parque a oscura y solos / nos quisimos cual tortolos. / Pasó veloz el tiempo árido / y a los meses el márido / era yo, de aquella a quien /creía pura y virgen. / Llevaba un mes de casado / lo recuerdo fue un sábado/ La pillé besando a un chico /feo, flaco y raquitico. / De un combo la maté casi / y a ella, entonces, le hablé asi: / “Yo que te creía buena y cándida/ y has resultado una bándida! / Y el honor solo me indica, / mujer perjura y cinica, / después de tu devaneo, / que te perfore el craneo”. / ¡Y maté a aquella mujer / de un tiro de re volver!”.
El verdadero nombre de Osnofla era Luis Enrique Alfonso Mery, -su primer apellido escrito al revés daba justamente vida a su singular pseudónimo- y vivió en esta calle Morandé -hacia el norte- hasta enero de 1949, fecha en que murió, inadvertido, casi solo, hecho pedazos por el ardiente vicio de Baco, certeza y precio que pagan los poetas amantes de la noche y la bohemia. Su casa quedaba en el tercer piso del viejo edificio de ladrillos que está en frente de la escuela de teatro de la Universidad de Chile. Hoy, al pasar por su barrio, recuerdo su historia rescatada sólo por unos pocos entendidos como Jorge Montealegre que hace unos años le hizo un merecido homenaje en un par de revistas. Miro alrededor para darme cuenta que aquí algo queda de aquella vieja vida de Santiago. No sé qué será. Quizás el Bar Olimpíco o la Peluquería Morandé que adornan estos parajes que, aunque cercanos al centro, guardan una impronta de inhóspito caserío de pueblo de paso, con sus tiendas de botones, poliespol, máquinas de coser, moteles vetustos, bares, topless, escaleras que se abren ante la vista del curioso hacia pisos de oscura vida, y más: en esta misma Morandé hay todo un acontecer que viene desde la Alameda, con La Moneda y su famosa puerta con el número 80, la Plaza de la Constitución, los tribunales de justicia, el antiguo edificio de El Mercurio en remodelación, la Biblioteca del Congreso y una larga lista que parece resumirse en un sencillo final hacia este norte coronado por la vieja historia de un poeta perdido y su gran poema que aquí recordamos.
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