Como ocultos intersticios que delinean un territorio de magia, podríamos catalogar algunas zonas de la ciudad que por lo común que son ante nuestra vista, súbitamente de pronto no notamos que desaparecen, y locales y casas, monumentos y costumbres desaparecen también con ellas, ante la indiferencia del público. Y es así como nadie, casi en absoluto, nota que la ciudad –aquel entramado abominable que no duerme y que tan fácilmente olvida- y sus costumbres de antaño y sus rostros y realidades, van muriendo también al ritmo abrumador del cambio. Por ejemplo, y hablando de viejas tradiciones ¿Quién recuerda hoy la fotografía pintada? Al pasar por la calle Moneda –hoy provista de poco que ver, salvo el palacio de gobierno y su cápsula de rescate para mineros y una que otra librería y placa recordatoria- se evoca el desaparecido Estudio Mattern, atendido por su dueño, W. Mattern, quien aprendió el oficio en la Alemania de la Primera Guerra, cuando con 14 años se hizo cargo del estudio donde trabajaba como ayudante porque el dueño había partido a las trincheras. Mattern, tras varias aventuras en Europa, viajó a Chile en los años 20 donde se estableció como fotógrafo y artista, instalando su clásico estudio en esta calle, por donde desfilaron muchos presidentes y personajes políticos de todos los sectores: Allende, Pinochet, Ibáñez y Alessandri entre otros fueron sus clientes. También una vez llegó aquí el Padre Hurtado quien se hizo el famoso retrato pintado que hoy se enarbola como su efigie en todas las estampitas y afiches que lo recuerdan. Podemos nombrar a Jorge Délano “Coke”, José María Caro, Clotario Blest, y un largo etc de personajes que desfilaron ante su lente sincero y fueron retocados con sus oleos. El trabajo aquí era arduo y se pintaban aproximadamente 60 retratos al mes. (Para esta nota la familia de Mattern gentilmente nos dio acceso a parte de su archivo). Pero en Santiago este estudio –aunque sí el que mejor trabajaba la calidad de pintura- no era el único. Había una vieja fábrica en calle Maruri, que era la que hacía los clásicos retratos ovalados en esos vidrios estilo bombé que son por su masiva cantidad los que más permanecen en el recuerdo de las viejas generaciones. También estaba el estudio Reimar de Manuel Escandón que junto con pintar fotos, registraba en ellas el acontecer social de nuestra vida ciudadana. Hoy poco queda de esa tradición y si no fuera por la prodigiosa maravilla de un par de artistas como Leonora Vicuña o Saida González, el viejo arte de colorear con vida la imagen congelada sería sólo otra memoria perdida en este país de memorias parciales, un Chile que como las viejas fotos necesita un poco de color que haga perdurar emociones y sentidos. La calle Moneda hoy es de todos modos un interesante paseo donde con un poco de imaginación podemos encontrar una evocación de algo pasado. Algo hay en algunas vitrinas, un no sé qué de viejo, un no sé qué que no quiere irse y que nos da un atisbo de un país coloreado con creatividad y que alguna vez existió en estos rincones.
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