Más allá de un tratamiento estético similar entre varios autores al enfrentar la toma, lo que prima realmente es el discurso; en mi caso intransable con ciertas sospechas. Siempre el discurso. Intransigente, violento, pero además, pensado desde las fragilidades más personales que se cargan sobre el pecho en esta guerra de nada y para nada. "Tomas fotos como Petersen o como los fotógrafos japoneses", me han dicho harto con aires de mezquina inteligencia. Ja¡¡¡ Yo escucho y pienso en cómo la gente –que le encanta hacer creer que saben algo que uno no- confunde tratamientos de color o postproducción con discursos o paradigmas de imaginario. Son indisolubles diferencias que para correr en canales tan distintos, son confusión frecuente para el ojo no entrenado o para el ojo engreído. Aunque ahora el que suena así soy yo, bien petulante. Pero es así, porque afortunadamente no pertenezco ni me formé en las camarillas de fotógrafos, tan jodidos con el fotoperiodismo y su acomodaticia búsqueda de temas -siempre haciendo la tarea para ganar Fondart- o con la cabeza inflada con esas reglas patéticas (nitidez, color, encuadre) que enseñaron ciertos profes –por cierto con una visión muy pobre de la fotografía-, y que se cagaron a una generación completa ahora metida en los diarios (como si la fotografía de verdad estuviera allí). El mío fue siempre un lugar más duro y difuso: el mundo de la transición –siempre envuelto en los pobres poemas que escribía sobre mis padres, derrotados militantes del pasado-, la transición de una sociedad temerosa y sínica post dictadura –que duró harto y que aún dura- a otra que se está vislumbrando recién ahora, en directa oposición y para mi absoluta felicidad, a la lentitud de la parsimonia noventera y del dos mil –donde no había ningún lugar para uno-. Bello que en este nuevo mundo existan poetas como Gastón Carrasco, Juan Carreño, Angélica Panes, Francisco Ide. O narradores como Perro de Puerto, o fotógrafos como Felipe Guarda, Francisco Farías, Claudio Albarrán, David Alarcón. Pequeñas leyendas en formación.
Por supuesto que uno reconoce influencias. En el caso de los japoneses, me comparo con poetas como Francisco Ide –admirador de Mishima- o con Carver, que toma de Chejov, basado en el hecho simple de querer al autor de La dama del perrito. Y es que uno quiere a los viejos fotógrafos y toma, hace relecturas de su ansiedad existencial en una época de cambio. Eso lo tenemos tan en común con tipos como Takuma Nakahira. Otra cosa es lo que uno dice eso si. O sea ellos no inventaron la fotografía pero si inventaron un discurso, como yo invento el mío, o más bien lo concluyo de este recorrido que se pone más bueno cada vez.
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