Busco en internet imágenes del trabajo fotográfico de
Javier Godoy. Encuentro poco. No hay un orden editado sistemáticamente. Con
suerte uno que otro sitio web, con mayor o menor variedad ofrece fotos sueltas.
Picadillo de lo que presiento o sé, mejor dicho, positivamente, es un cuerpo
mayor. Un abismo denso construido a pulso. Fragmentos de una ciudad. Fragmentos
de un país. Fragmentos desplegados de una
derrota cotidiana y conocida. La transición. Pues para mí, las fotos de
Godoy, ese puzle en el que me encantaría hurgar más detenidamente y al que Citadino, su esperado libro que reúne el
trabajo de 20 años me da la posibilidad de ver con entusiasmo, han hablado de
la derrota siempre, y fundaron, pese a tener referentes reconocibles en la
generación anterior, una nueva piedra angular: una reflexión de la postdictadura,
esa pregunta no contestada todavìa, y que entre
estas páginas publicadas en Lom Ediciones ofrece lúcidos atisbos.
Me detengo aquí. Ya desde antes
en este comentario dejo clara absolutamente mi admiración por este fotógrafo. Pero,
para hacerle una justica o una suerte de justicia que en verdad no necesita –creo
que la necesito yo como admirador más que él- no todo puede ser apología. Si
bien las fotos de Godoy me parecen bellísimas, intuitivas y brillantes, la
sistematización de su reflexión o de la reflexión que yo espero de sus fotos
–la escritura en soporte crítico: por ejemplo en revistas especializadas, en
estudios culturales o sin ir más lejos, en la reflexión que sus mismos pares
hacen de su trabajo- me parece inarticulada, aún muy difusa y totalmente
insuficiente. Floja y mediocre. Lógicamente eso no es culpa de Godoy si no del
circuito fotográfico como espacio reflexivo. ¿Por qué? Definir circuito fotográfico
es algo complicado. No es lo mismo
hablar en este sentido de los 90 o dos miles que del momento actual. Ciertamente
este esplendido trabajo, se movió por mucho tiempo en una parte pobre de ese
circuito. Osciló entre esos ya conocidos criterios netamente politizados,
conveniencias o bajezas de pares, tan interesadas en ocupar o escribir su lugar
en la historia de ese rotulo llamado fotografía chilena. Escribir ese lugar
desde una oficialidad política que no contempló un espació fuera de la
dictadura, ya que apeló y apela aún, en cuanto a su revisionismo, fuertemente a
las épicas de la década anterior a Godoy. O sea, a los procesos menesteres para
la construcción y reescritura de un imaginario concerniente a la memoria,
detrás de la que ha operado el establecimiento de espacios simbólicos
necesarios y cómplices para la institucionalidad.
Es curioso pensar que fotógrafos
de los 80 que han hablado de sus fotos -los señores que presentaron el libro,
por ejemplo-, personajes que se valieron por mucho tiempo de la apropiación de
un contexto político para dotar a sus fotografías de un soporte teórico, al
pronunciarse sobre Citadino se quedaron en lo anecdótico del Godoy personaje,
ese que saca fotos en los intersticios de la ciudad y todo eso tan simplón que se puede decir al respecto de un fotógrafo que retrata
Santiago. No entran ni por broma en el otro Godoy. No sé si a propósito o por
flojera.
Los dueños de las narrativas de combate son un
tema. Estas ciertamente conllevan lo
peligroso de todas esas narrativas: construyen desde la reescritura ese
monumento, el pasado –el dogma del poder oficial, el museo de la memoria, con
sus héroes y villanos que simplifican todo en función del poder- y que junto
con ser una contribución al olvido, se erige como una verdad por sobre la
verdad. Me detengo aquí. Porque existe una verdad primera, obviamente, la verdad
que amamos, la entrañable, que es de nuestro dolor y nuestros muertos por
ejemplo; pero además existe la verdad
falsa del relato de nuestro dolor, que al fin no es nuestro dolor sino un
rotulo hueco para catalogar exposiciones, vender libros o escribir historias,
ganar becas y espacios, escribir mitos o meter fotógrafos dentro de una
trinchera que de tan manoseada se vuelve
sospechosa. Un rotulo simplón para reescribir una obra en función únicamente de
la militancia y poco desde el pensamiento fotográfico que siempre es más
valiente, más desapegado a esa verborrea que tanto necesita explicar, porque es
tan servil al partidismo y sus instituciones. He aquí una diferencia de las
fotos de Godoy con varios de los fotógrafos
de la década anterior. Godoy no habla desde la militancia, su trabajo no
necesita de una épica.
Creo que ya llegó el día en que los petitorios
de la izquierda –no la izquierda real y moral si no
la política, la que hoy ha caído en el cuestionamiento, en el aplastado hueco
de los tratos con SQM- deben ser revisados en sus preguntas básicas. En
ese ejercicio las imágenes de Godoy se articulan para mí en una voz que
claramente tiene algo que decir. Una voz que no profita sólo de la dictadura sino que trasciende. El libro lo
demuestra. Si bien es cierto el relato tiene una variedad de fotos que a veces rompe
un registro personal para intercalar fotos de prensa que junto con ponerle tintes anecdóticos debilita
la continuidad ,ofrece como punto fuerte una densidad en cuanto a cómo se puede
entender la fotografía de Godoy. No es la de un turista. No es la de alguien
cuyo trabajo gira en torno a su militancia. Eso no importa. No es alguien que
inventa un personaje para hacer fotos y después vuelve a su casa y se
olvida. Las fotos de Godoy si bien es
cierto se tratan de Santiago, por otro lado no se tratan de Santiago si no del Santiago que reconoce a Godoy como Godoy. Como esa vieja frase que dice que cuando miras
al abismo el abismo también te mira a ti.
Son imágenes, sin dudarlo mucho,
de los espacios políticos que en su disputa por el cambio de una dictadura a una
democracia fueron derrotados. Se quedaron en un tránsito trunco, estancado en
un tiempo destinado a la desaparición pero que en un empeño dramático intenta
resistir y lo consigue, pero a medias. La transición es un purgatorio. Una zona
muerta, donde pese a que el país se llena de tecnología y ciertos progresos,
nada cambia realmente. Por eso las fotos parecen sacadas todas en un mismo
periodo de tiempo pese a que las tomas se extienden por muchos años.
Me parece que las fotos de Godoy apelan en
este sentido a preguntas no contestadas:
a los años 90 como una pregunta aún ni siquiera totalmente formulada. Dialogan con la ciudad
derrotada de Gonzálo Millán, el poeta civil, lejano a los aspavientos mesiánicos
de Zurita.
"Circulan los automóviles.
Circulan rumores de guerra
El dinero circula.
La sangre circula.
Los peatones van a sus
ocupaciones.
Los peatones cruzan en las
esquinas.
Los peatones circulan por las
veredas.
Los hombres llevan pantalones.
Los agentes llevan impermeables.
Apuestan agentes en las esquinas.
Circulan hombres astrosos.
Los cesantes circulan.
Las nubes ocultan el azul del
cielo.
Las nubes ocultan la luz del sol.
Las nubes circulan a gran altura".
En conclusión, estimo que el
hecho de que hayan pocos textos críticos sobre este trabajo se debe
desgraciadamente a la invisibilidad aparente de un discurso –el de la
generación de Godoy- de algún modo
ignorado en gran parte por la necesidad
de consumir no los 90 sino la épica levantada por necesarias políticas de la
memoria, narradas desde la década anterior y levantadas en su incuestionable
vigencia hasta hoy como trinchera. Si hay un desgaste de esa trinchera y su
relato, pienso que fotografías como las
de Godoy no sólo deben reaparecer sino
instalarse, no únicamente como fotografía sino como discurso político. Un
discurso más profundo que la lucha contra el tirano. Un discurso que habla de
las consecuencias de un cambio que fue finalmente una derrota demasiado larga y
vigente.
Mucha gente al hablar de las fotografías de
Godoy se refiere a un rasgo de atemporalidad. Me parece dándole una lectura
antojadiza quizás que temporalmente son como agua estancada. Porque son una transición
que aún no termina: son, de algún modo muchas de ellas la continuidad no de un
Chile bajo Pinochet, pero si del miedo de una sociedad censurada e hipócrita. Un
estrato que ofrece si bien es cierto una continuidad estética -no política- de
lo hecho por la AFI, pero que también ofrece
una idea fundacional en una reflexión que ceñida a los 90 piensa por primera vez lo que fue y sigue siendo la
postdictadura: ese terreno infértil, tan cercano, tan cotidiano. Totalmente triste. Las fotos de Godoy son en ese sentido un
referente netamente contemporáneo .
Los fotografos de los 90 deben asumir la palabra traicion y hacerla consciente para que sus metaforas y su trabajo con el tiempo y ellos mismos se recorten como una generacion independiente
ResponderEliminar!Bravo, Emiliano! Tu disección de un periodo de la fotografía chilena, tomando como pretexto el imprescindible libro de Javier, es valiente, juiciosa y tiene una opinión argumentada. Por supuesto, no estoy de acuerdo con todo, entre otras cosas porque hay mucho que ignoro y desconozco, pero sí lo estoy con una idea fundamental que aparece nítidamente: la necesidad de mirarnos y formular ciertas preguntas, alejándonos de las lógicas hegemónicas que toman la legitimidad prestada. Y, sobre todo, con la necesidad de mirarnos con un poco de distancia y sentido crítico, sin miedo a discrepar y lejos de los que proponen nuestra división como colectivo en bandos irreconciliables. Tu mirada, además, contribuye a salir del aletargamiento en el que estamos metidos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo Emiliano.
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