(Francisco Farías (1986), fotógrafo egresado de la carrera de Fotografía Periodística de Escuela de Comunicación Alpes. Formó parte del Colectivo Niebla. El año 2013 expuso junto al Colectivo Niebla en Sala 13. El año 2013 participó en los talleres de proyectos de fotografía Humo, dictado por el fotógrafo Pablo Corral, corresponsal de National Geographic y director Nuestra Mirada, revista de fotografía latinoamericana. Participó así mismo en el Festival de Fotografía de Valparaíso (FIFV 2013), en la residencia realizada por el fotógrafo y editor mexicano Pablo Ortiz Monasterio y en el taller de colectivos realizado por CIA foto y por el colectivo francés Tendence Floue. Fue seleccionado entre 30 fotógrafos para exponer en la segunda antología de fotografía joven el año 2012-2013 de Fotoespacio, presentando parte de su trabajo en el museo de arte contemporáneo (MAC). Ganó el concurso Enfoca, organizado por Expofoto el año 2015 en la categoría de retrato, y obtuvo el segundo lugar en la categoría "urbano". Publicó parte de su trabajo (ciudadano 0) en la revista de fotografía contemporánea, Guerrilla. Fue seleccionado para la exposición organizada por el curador español Frank Kalero para exponer parte del trabajo de “Ciudadano 0” en Expofoto 2015. En el 2016 recibió una mención honrosa en Salón de Fotoperiodismo con una serie de retratos realizados a la escritora porteña Natalia Berbelagua. Publicó parte de su trabajo “Ciudadano 0” y “Litoral Tour” en el libro “We are latin american photographers” editado por Gustavo Castro Elgueta. En 2017 publicó “Ciudadano 0”, que muestra su trabajo fotográfico sobre la ciudad.)
Fotografiar la ciudad como cicatriz personal. Ejercicio donde el tema, ese gran bache para los fotógrafos, importa menos que vivir. Porque de eso se tratan las fotos de Francisco Farías: de esa tabla de salvación cotidiana, entre el paso del tiempo y la obcecada destrucción que este severo fiscal, agazapado siempre entre las ruinas, hace de lo que se ama. Se tratan –estas imágenes contrastadas en blanco y negro que nos trae Ciudadano 0, su primer fotolibro, editado por Los Otros Editores (2017)- de la imposibilidad de abarcar aquello que más se ama; se tratan, del solitario devenir de una ciudad donde la gente –siluetas con rostros deformados o imprecisos, viejos con cara alargada o monstruos lisa y llanamente- sufre, y ama, y vive, y muere, y esas cicatrices -las imágenes del laberinto, las imágenes de la crueldad, las imágenes de la crueldad y el laberinto juntas-, se arrastran por la vicisitud de pequeños espacios sometidos a la acción del tiempo, entendiendo este concepto como se podría por ejemplo entender el ácido en su facultad corrosiva. El tiempo como el óxido; el tiempo como un compuesto cáustico sobre las cosas y sus rostros. El tiempo como acción destructora pero a la vez como alma e impulso de una ciudad como esta. El tiempo alrededor de las personas. Hace años Francisco me dijo: no haríamos nada si la muerte no existiera. Idea particular y cierta. Siempre he creído que sus imágenes parten de aquella premisa.
Imágenes a través de ese campo de nadie, interminable, donde sus oscuras siluetas existen sin argumento alguno: hombres y mujeres que respiran, hablan y se mueven, como en un naufragio. Es decir, respiran, hablan y se mueven asidos a los márgenes de una nave que zozobra, boqueando en busca del aire entre las ruinas y despojos de Santiago. ¿Santiago de Chile? Sí y no. Esta ciudad es como un doble de la nuestra, la aparición de un fantasma en los sueños. Los sueños o mejor dicho una larga pesadilla que podría tener Philip Marlowe o Weegee.
Porque son imágenes todas post apocalípticas: como de una película de Mad Max el guerrero de la carretera, o como las ciudades y personajes sombríos dibujados por Frank Miller –una novela gráfica, como las define su autor-, o en esa línea, como las delirantes viñetas hechas por Allan Moore para La Cosa del Pantano, o, a veces, como fragmentos de una película de cine negro o de Bergman; o como imágenes que haría un fotógrafo japonés como Moriyama o Takuma Nakahira, o son como un haiku que escribiría Natsume Soseki sobre un gato que mira entre los arbustos, pero que en vez de ser arbustos son ruinas metálicas.
Porque ciertamente estas son como imágenes capturadas después de una guerra. El mismo Farías lo explica en la entrevista que acompaña el libro. “Nacimos después de la guerra”. “Somos los hijos de los obreros derrotados por la dictadura”. Cómo no relacionar, entonces, esas palabras, por ejemplo, con las fotografías aparecidas en la revista Provoke en los años 60 tan referenciadas por Farías en su trabajo, pero no como una copia si no como una pulsión vital de quien igualmente encuentra en el espacio de la ciudad reconstruida un terreno para la experimentación del espíritu; que encuentra en la ciudad como reflejo de un mundo en una transición demasiado larga, el teatro de toda su ansiedad existencial en la que se cruza la búsqueda del amor, el intento por redimirse, la derrota personal, la crítica, el vagabundeo impenitente, el humor y el juego.
En estas imágenes el testigo no es un ajeno, sino parte de la escena: autorretratos en reflejos manchados; siluetas de perros vagabundos vistos por el autor en la gestalt de una mancha negra en el suelo. Sombras a través de una ventana rayada. En fin. Ciudadano 0 de alguna manera nos anuncia un punto de partida; nos habla como igualmente lo hace la idea de kilometro 0, la Plaza de Armas, donde todo empieza pero justamente donde todo termina. Lugar preponderante en el trabajo de Farías, es allí donde reposa la explicación más dura de sus imágenes. La Plaza de Armas, la sala de espera del infierno o el lugar 0 de Santiago, donde nadie está ni vivo ni muerto. Solo se está o se permanece como parte del paisaje, hombres y piedras son como lo mismo. Luz y sombra también. El ciudadano 0 es el que está parado allí, mirando esa luz que apenas sirve para marcar el contorno de formas que le dan vida a una ciudad; la ciudad siempre aparece o se adivina por el cúmulo de fragmentos que componen su bajo fondo y su tragedia.
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