viernes, 30 de octubre de 2009
La lectura del paisaje
Siempre he sido de los que les gusta ir al centro. De los que dicen “vamos al centro” como una opción necesaria, o más bien obligatoriamente entretenida. Para un concepto de entretención tan simple dirán algunos que no basta mucho revolverse el mate ni tener tanta creatividad. Sólo vivir cerca, tener un buen libro y aprovechar la brisa de la tarde para echarse a andar hacia el atestado Paseo Ahumada y sus vericuetos. Hacia Huérfanos, subiendo el puente que cruza la carretera a paso displicente, casi distraído, hojeando alguna crónica, cuento, poema, novela o lo que caiga.
Hace años recuerdo un encuentro con el poeta Eduardo Fariña que me sorprendió mientras iba leyendo –creo que la Música del azar de Paul Auster-. Yo me detuve un instante a esperar que el semáforo diera el verde.
Fariña, quien gustaba mucho de usar la palabra “parsimonioso”, me citó el caso de un poeta que no podía leer si no era caminando o parado en los semaforos.
Podría decir que se me aplica esta norma.
Esta y otra más. No puedo leer si no es en movimiento y además pronunciando en voz alta el texto. Dándole pequeñas exclamaciones, tiempos dramáticos, silencios de muerte y muchas sobre-actuaciones, más parecidas a una conversación con manos libres que a la revisión acuciosa que requieren ciertos libros.
Y no hay caso. Para mi esa es la única manera. De todos modos hace bien. Sirve para encontrar el sustrato irreal -¿es necesario?- que hay en la demarcación que cada pisada hace de las palabras y de la ciudad. Cada ciudad tiene sus buenos libros y sus épocas para leerlos.
Da la sensación, que más que un ejercicio es un modo de comprender algo. Cada paisaje nos da una noción diferente de lo que vamos leyendo. Por ejemplo, recuerdo una vez que fui a la Serena y ya era tarde. Me habían regalado en primera edición uno de los libros de Miguel Serrano. Creo que hablaba sobre el eterno retorno de Nietsche o el regreso de Hitler desde la Atlantida. Ya no me acuerdo.
Sólo podría decir que es una experiencia altamente recomendable recorrer caminos medios desolados con algún libro de esos. Llenos de esoterismo. El típico toque misterioso que guarda la primera edición. Da gusto leer primeras ediciones junto a la playa cuando no hay nadie o anda muy poca gente en algún pueblo chico.
En cambio en la ciudad no es grato. Ahí cabe mejor un libro nuevo. Quizás un Anagrama o alguno de poesía de Visor.
Hay libros para cada zona. Por ejemplo siempre es bueno leer a Enrique Lihn en Plaza de Armas. A Hemingway en un edificio de Caracol o en la calle Philips donde vivió Alessandri. A Jaime Quezada en la calle San Camilo. A Enrique Zorrilla en la calle San Ignacio. A George Perec en el cerro San Cristóbal cerca del funicular. A Omar Cáceres en la calle Cuevas. A Claudio Bertoni arriba del metro. A Roberto Merino frecuentemente no espero salir a la calle para leerlo. Me siento en la cocina y pongo los pies arriba del fregadero mientras miro la tarde y sus crónicas me llevan por el limbo. Para el barrio Puente y las tiendas de aluminio son geniales los libros de Cortázar. A Borges recomiendo leerlo en Patronato o cerca de la Vega central. Los libros de historia son reconfortantes en la calle Bulnes, mientras que los de recuerdos literarios de Lastarria o las miserables vivencias de Ricardo Puelma son maravillosos en la calle San Pablo o Matucana hacia el norte. El Parque Los Reyes es bueno para las novelas policiales o los libros sobre nazis. Bolaño se lee muy bien en la calle Serrano o Cóndor. A Diego Zúñiga le quedan bien las salas de espera para fumadores. Malú Urriola y José Ángel Cuevas los prefiero en calle Victoria. En Marín es bueno leer a Víctor López o a Jhon Ashbery. También a Wilfredo Mayorga o a poetas menores pero no menos buenos como Nervinson Machado o Juanito Podestá. A Priscila Cajales la leo en los supermercados. A Sergio Rodríguez Saavedra o Aristóteles España no los leo. A Floridor Pérez la calle Grecia, cerca de las ferias persa. Y en fin. El centro es la zona neutral para todos ellos. Ahí todo el mundo se encuentra. Las lecturas se miran a la cara y se desconocen o hallan gratos gestos de amistad que parecen hacerse un guiño momentáneo. Un guiño sin importancia y que finalmente es sólo un pretexto como es el paisaje un pretexto para existir, y leer es un pretexto para seguir caminando o hablando solo, mientras se hace de noche, es verano o invierno.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario