Pienso en esa voz. Una noche en Valparaíso conocí a la nieta de Ricardo Tanturi, uno de los grandes directores de orquesta de la historia del tango. Coincidimos en el Cinzano. Fue sin duda un grato encuentro brindado por la casualidad, surtido como toda circunstancia parecida, con el azar de una noche de cervezas y de tangos.
Cantamos algunos. Ella se recordó así misma, de niña, en algún teatro de la noche con el viejo Troilo, con el Polaco y con tantos otros. Eran homenajes a su abuelo, cosas así.
Fue una noche llena de fantasmas. Tangos que se parecen a la soledad y al apego:
Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en la infancia su voz de alondra
tomó ese tono oscuro de callejón,
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
Malena canta el tango con voz de sombra,
Malena tiene pena de bandoneón.
Tu canción
tiene el frío del último encuentro.
Tu canción
se hace amarga en la sal del recuerdo.
Yo no sé
si tu voz es la flor de una pena,
só1o sé que al rumor de tus tangos, Malena,
te siento más buena,
más buena que yo.
Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
Tus tangos son criaturas abandonadas
que cruzan sobre el barro del callejón,
cuando todas las puertas están cerradas
y ladran los fantasmas de la canción.
Malena canta el tango con voz quebrada,
Malena tiene pena de bandoneón.
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