domingo, 6 de diciembre de 2009

Epopeya de las comidas y la Vega.

Lo brillante de la fruta; el olor fresco y a veces agrio de los vegetales apilados; la calle completamente iluminada por el brillo veraniego que se llena de los tonos singulares del adorno de pascua de medio pelo y la música chillona alusiva a las fiestas de fin de año. Este fondeadero de naufragios, en que reside una pletórica fauna popular, entre el color destartalado de los camiones de fruta y una multitudinaria y fervorosa ansia por la compra barata. Así, en pocas palabras, se percibe la Vega Central, hacia el sector de la populosa Nueva Rengifo con Antonia López de Bello. Dentro de este ajetreo, eso sí, hallamos un descanso maravilloso. Un espacio donde los apetitos de la ciudad pueden ser saciados por un instante de bella complacencia. Se trata de los comederos de la Vega. Espacio frecuentado diariamente por estudiantes, familias, borrachos desechos, elegantes caballeros sacados de una vieja película, delincuentes, bohemios escritores en busca de una pintoresca inspiración sobre nuestros barrios populares, poetas, en fin. Encuentro en mi camino el puesto de la Tía Gladis, que con tono amoroso me ve llegar saludando entre su grupo de amigas –una de las me pregunta si el beso puede ser en la boca- y que a eso de las tres están sentadas almorzando y atendiendo las numerosas mesas que ofrece este rincón. “Aquí tiene ¡La buena casuela! ¡La buena ensalada! ¡El buen pescado frito con arroz! y, sobre todo: ¡El bueeennn copete!”, dice la tía con tono poético, mientras me muestra los otros locales: “A onde Joel”, “Donde Marito” (en que son especialistas en comida sureña y atiende la guapa Raquel), “Millaray”, “Buenavista”, “Carmecita”, y un sinnúmero de otros puestecitos, adornados con un estilo bien criollo e intimo, como si se tratara a veces de la casa de uno. Esta variopinta opción de la ciudad ofrece una grata hora de almuerzo sino se tiene mucha plata. Se puede comer por aquí ya con mil pesos un plato abundante de porotos con longaniza o un precioso pescado frito con arroz o una tortilla de zanahoria con el fondo doradito, papitas con mayo, ensalada a la chilena, una divina casuela, un platote de lentejas, un sándwich de pernil rematado con un vino tinto para la sed, cerveza, bebida, etc. Esto recuerda mucho el ansia comilona del poeta Pablo de Rokha y su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile: “Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo”.

1 comentario:

  1. Mauricio, saludos. Por lo que veo tu paso por La Nación te ha llevado al terreno de la crónica, lo cual me alegra. Pero ya habrá oportunidad de hablar de ello, por lo pronto te mando un abrazo navideño.

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